El fenecido padre José Luis Alemán sj, a quien tuve el honor de tener como profesor de Filosofía Social y que convirtió el curso en un seminario-lectura de Max Weber, expresó en clases que la producción intelectual es costosa, toma tiempo, y que, por lo regular, en este país se hacía mucho más difícil porque en las instituciones universitarias se pagaba la docencia, pero rara vez te permitía ser un académico. Eran esos momentos en que el auditorio le celebraba sus acostumbrados chistes y con certeza los aprovechaba. Así que añadió, desde su sabia inteligencia, que los profesores (incluso los curas que como él daban clases para ganarse el pan de cada día y la gasolina) debían ser bomberos, bibliotecarios, investigadores, enfermeros y mecánicos.

Lejos de la exageración a la que nos tenía acostumbrado, creo que entendimos lo esencial del mensaje: sumamente difícil dedicarse de modo exclusivo a producir desde la academia cuando un docente, para comprarse un par de libros a fin de mes y cumplir con sus compromisos de una vida más o menos digna, debía dar como mínimo cuarenta horas de clase a la semana.

El prestigio en la vida académica se gana, lleva tiempo. Conozco de grandes intelectuales que fueron por muchos años docentes de planta e, incluso, hasta administrativos. Como ocurre en otras profesiones, la docencia y la vida académica también tiene sus bemoles y sus exigencias. Ser docente no es una gracia que se otorga y que vendría acompañada de una serie de privilegios extensivos por defecto.

La pandemia que atravesamos en este momento nos ha hecho consciente de un término que no escuchaba muy a menudo: los trabajadores esenciales. La colocación de qué profesiones se considera esencial no sé si depende mucho del contexto o del Estado o de ambas cosas a la vez. Una persona muy querida trabaja en el sector energía y es considerada como esencial en el país en que ejerce como ingeniera. Aquí es frecuente hablar solo del profesional de la salud, militares y policías como esenciales; nos acordamos del sector eléctrico cuando se nos va la luz.

Si hay algo que estos momentos de crisis e incertezas nos ha mostrado es que todo quehacer profesional brinda un servicio que para alguien es esencial. De eso se trata cuando se es profesional: usted está cualificado para brindar un servicio que es un bien para otros. Regularmente, el ejercicio de su profesión constituye su medio de vida ya que devenga un salario. Lo ideal es que cada profesión esté bien remunerada y que su salario no disminuya a medida que sube la inflación. Para ello tendrían que darse los mecanismos de reajuste salarial de forma automática, ni siquiera debería pensarse en este como un favor de la buena voluntad del jefe o como un derecho conquistado por los súbditos. Al menos eso es lo que indica la lógica y el sabio juicio de la justicia.

Pero la realidad es otra. La federación de profesores de la UASD estamos demandando, como fruto de una asamblea democrática, indexación de los salarios. Este es un mecanismo de reajuste automático para que, en teoría, el salario no pierda su capacidad de compra. Hay una campaña de distracción sobre los gastos de algunos profesores y su endeudamiento. El manejo personal de sus finanzas compete a cada uno; pero las demandas labores justas competen a todos.

Lo que pide el profesorado de la UASD no es solo en demanda de sus integrantes, sino de todo servidor universitario y del estudiantado. Es hora de que el profesional esencial de la educación universitaria no pierda su poder adquisitivo cada año. Solo así podrá brindar un servicio que debe ser cualificado según los altos estándares de la educación universitaria.

Un docente universitario que pierde en su salario poder adquisitivo y que no existan los mecanismos de compensación o reajuste de este, jamás podrá brindar un servicio de alta calidad. Es obligarle si bien no a ejercer otras profesiones, al menos, a tener más de un empleo; lo que, en buena medida, podría debilitar la calidad de la docencia.

Ser docente no es vocación religiosa ni secular; es una profesión que se rige por estándares de alta calidad.