[En una cátedra inolvidable de Giancarlo Von Nacher, un memorable profesor italo alemán del entonces llamado Instituto de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), le escuché decir al erudito y simpático humorista que los alemanes son tan pesados para entender chistes que en los tiempos agrios de la reforma y contrarreforma estaba prohibido contarlos los sábados por la noche porque de lo contrario se reían en la misa del domingo.
Esto lo dijo un alemán en el que sin duda prevalecía el italiano, y a juzgar por la metida de pata de la Merkel y sus socios europeos y usaméricanos en Ucrania, parece que también fueron lentos, pesados, para prevenir las consecuencias de promover un golpe de estado fascista que puso en manos de Rusia la tierra prometida.
Lo de la falta de humor de los alemanes es, desde luego, una falacia como demuestran su literatura picaresca y sobre todo “Las aventuras de Till Eulenspiegel”.
El desconocido autor de esta obra que se publicó en 1515, con sus noventa y cinco o cien “viñetas”, por no decir cuentos o relatos, recuerda y mucho al “Decamerón” de Bocaccio, que lo antecedió en un par de siglos. Es un libro escatológico, “indecente” en la superficie, sólo en la superficie, que no disimula la crítica social, la burla contra la estupidez y la ignorancia y los valores establecidos. Su popularidad en Alemania es enorme y ha inspirado obras musicales, poemas y obras de teatro. Por razones parecidas el “Decamerón” sigue siendo el libro más vivo y actual de la literatura italiana.
En una de las “viñetas” de la infancia, Till Eulenspiegel, le baja los pantalones al padre y lo expone al público escarnio. En lecho de muerte, obliga al sacerdote a ensuciarse las manos con sus heces. En otra gloriosa ocasión es condenado a muerte y como a todo condenado se le ofreció cumplir un deseo. Entonces el pícaro pidió que todos los jueces que lo habían condenado le besaran el trasero y allí acabó la condena.
La tradición moralista limó las asperezas del texto original y lo convirtió en un libro para niños. El mejor ejemplo es la selección purgada de “Doce picardías de
Till Eulenspiegel”, que a pesar de purgada conserva todo su encanto. PCS]
I
El nacimiento de Till y sus tres bautizos
En tierras de Sajonia hay una aldea llamada
Kneitlingen, donde un matrimonio de campesinos,
Klaus Eulenspiegel y su mujer Ana, tuvo un hijo a
quien llamaron Till en la pila de bautismo.
El bautizo se realizó en la iglesia parroquial.
Según una costumbre antigua, después del bautizo
llevaron al niño a la posada para que también
los compadres pudieran divertirse. Pero al salir de
allí, la niñera dio un tropezón al cruzar por una
tabla puesta en el camino y dejó caer al niño. Así,
el joven ciudadano del mundo fue bautizado por
segunda vez en el lodo; pero quedó sano y salvo,
pues, como dice el proverbio: “Mala hierba no se
arruina”.
Y como si esto fuera poco, recibió además en
su casa el tercer bautizo cuando lo limpiaron muy
bien con agua caliente.
Esto fue un presagio de que la vida le reservaría
cosas peculiares.
IV
Cómo Till pretendió volar en Magdeburgo
Cuando Till llegó a Magdeburgo, dio rienda
suelta a sus travesuras e hizo tantas picardías
que todos conocieron su nombre y cada uno supo
quién era Till.
Algunos de los más destacados ciudadanos
le pidieron que presentase algo en público para
divertir a la población. Él prometió hacerlo e hizo
correr la voz de que volaría sobre la ciudad desde
el balcón del Ayuntamiento.
Todos corrieron a la plaza del Mercado para
no perderse el espectáculo nunca visto, y los carteristas
recogieron una buena cosecha, pues todos
miraban con gran interés al Ayuntamiento, ya que
en cualquier momento podía aparecer el hombre
de las mil artes.
Finalmente, después de una larga espera,
estalló la muchedumbre en fuertes hurras, pues en
ese momento acababa de aparecer en el balcón del
Ayuntamiento el héroe del día: Till. Se produjo un
silencio solemne y se hubiera podido oír hasta el
zumbido de una mosca; tan atento esperaba cada
uno los acontecimientos que allí ocurrirían.
Till sacudió los brazos, saltó algunas veces a
lo alto e hizo como si de veras quisiera volar. La
gente se quedó boquiabierta, pues todos creían
que iba a volar realmente.
Entonces Till tuvo que aguantar la risa y gritó
a la gente:
—Como todo el mundo me llama loco, yo
pensaba que sería el único. Pero ahora veo que
casi toda la ciudad de Magdeburgo está llena de
locos. Pues si todos vosotros juntos me hubieseis
dicho que volaríais, no os lo hubiese creído. No
obstante me creéis a mí, a quien llamáis loco. Sin
alas nadie puede volar. ¡Miradme si soy un ganso
u otra ave que tenga alas! Id a casa y avergonzaos,
que os habéis dejado engañar por un loco.
Después de estas palabras giró sobre sus talones
y desapareció del balcón. El pueblo se retiró, una
parte refunfuñando, la otra sonriendo. Pero todos
decían: —Él es un auténtico pícaro, pero sin embargo
tuvo razón. Nosotros somos los engañados; pero
¿por qué le hemos creído? No nos volverá a pasar.
Como en el futuro tuvieron cuidado de él,
Till no encontraba qué hacer en Magdeburgo y
por eso se marchó a la buena de Dios hacia Halberstadt.
V
Cómo Till en un hospital curó, de una sola
vez y sin usar medicina, a todos los enfermos
Tan pronto como llegó a Halberstadt, Till
se dirigió al Director del Hospital, se le presentó
como médico y le notificó que poseía un remedio
por el cual todos los enfermos podrían abandonar
la cama.
Esto agradó muchísimo al Director del Hospital
y le preguntó a Till:
—¿Cuáles serán los honorarios por vuestra
cura y a cuántos enfermos sanaréis?
—Si me dais 200 táleros —replicó Till—
sanaré a todos vuestros enfermos.
Desde luego, el Director lo aceptó en el acto y
le dio 20 táleros por anticipado, pero con la condición
de que realizase su cura ese mismo día.
Inmediatamente Till se dirigió al Hospital y
preguntó a los enfermos uno a uno de qué padecían.
Después de haberlo sonsacado todo, dijo a
cada uno en secreto que le confiaría una cosa, si
podía guardar silencio. Prometido esto, cuchicheó
en el oído de los enfermos, pero a cada uno por
separado, de tal modo que los otros no pudieran
oírlo:
—Yo he de curaros y devolveros la salud a
todos vosotros, pero eso es imposible a menos que
yo queme a uno de vosotros para dar a los demás
sus cenizas. Pero ya que probablemente nadie se
prestará por su voluntad a esto, yo escogeré al más
enfermo de vosotros, que ya casi no pueda correr.
Ahora bien, para descubrir quién sea el más enfermo,
me colocaré con el Director en la puerta del
Hospital y gritaré: —El que no esté enfermo, salga
pronto y velozmente. ¡Estad alerta, pues el último
tendrá que sacrificarse por los demás!
Todos lo tuvieron presente, y cuando apareció
el Director con Till en la puerta de la sala, al
oír la llamada del pícaro, corrieron hacia la salida,
incluso aquellos que desde hacía diez años no
habían abandonado el lecho.
Cuando la sala quedó totalmente vacía, Till
cobró su dinero al Director y dijo que tenía que
ir aún a otro Hospital, para curar allí también a
los enfermos. Recibió el pago convenido y además
grandes muestras de gratitud. Pero apenas se había
alejado volvieron todos los enfermos y se acostaron
de nuevo. Entonces les preguntó el Director
del Hospital:
—¿Qué les pasa pues? ¿No os he enviado el
grande y eminente médico y él os ha curado de tal
modo que todos abandonasteis la sala sin ayuda
extraña? ¿Qué queréis? Esta casa no ha sido hecha
para sanos.
Inmediatamente los enfermos le contaron
lo que Till les había confiado y dijeron que ellos
habían tenido miedo de ser reducidos a cenizas.
Fue entonces cuando el Director se dio cuenta de
que había sido engañado. Corrió para atrapar de
nuevo a Till y quitarle el dinero, pero había desaparecido
ya. El Director había perdido su dinero y, en
cambio, tuvo que recibir de nuevo a sus enfermos.