Trancado por meses debido a la pandemia, el matrimonio de 30 años con dos hijos irradiaba felicidad y ternura por la experiencia de estar juntos todo el día y tener sexo a cualquier hora.

Pero una solitaria mujer se desesperaba, sufría crisis de nervios, el dinero se le acababa y no tenía a quien recurrir, por lo que juega su última carta. Coge el teléfono y llama a su amante.

Ring, ring, ring, y la esposa coge el teléfono. Aló, aló, señora, póngame con Jacinto.  ¿Quién habla?  Es una emergencia, póngame con Jacinto. ¿Pero quién habla, carajo? Coño, señora, es su puta, póngame a Jacinto.

Pocas horas después, el hogar era un infierno y el marido termina en la calle rumbo a donde su amante. ¿La culpa? La COVID.

Otra pareja en confinamiento, donde ambos trabajan en empresas diferentes y lo hacen ahora desde la casa, disfrutan por primera vez de sus tres hijos pequeños desde la madrugada hasta el anochecer. Todo es alegría, cariño, besos, etc.

Pero después de cuatro meses encerrados comienzan los problemas. El padre, cansado de la jodedera de los niños, se irrita, los regaña y los encierra en una habitación como castigo. La madre le grita: “¡Abusador, no te metas con mis hijos, cabrón!”. El hombre la insulta y le dice que es la culpable del caos en el hogar, el ruido y el desorden. Dice “no aguanto más a estos muchachos, me tienen jarto y si no los controlas me voy de la casa”. En pocas horas todo se fue al carajo.

A las 6:30 de la mañana del día siguiente, el marido sale de la casa con sus dos maletas. Adiós matrimonio. ¿La culpa? La COVID.

Otra familia con 3 hijos y enjaulada durante meses estrechó sus lazos de amor al estar juntos todo el día. Pero la madre de la señora se enferma de la COVID y, como vive sola, la hija se la lleva para la casa y la aísla en una habitación.

Ya curada, la señora comienza a criticar al marido de su hija porque en la casa siempre falta leche o jugo o porque se acaba el arroz. Un día el hombre se levanta temprano y pide café. “No hay”, responde la vieja. "¿Té?". “No hay”, vuelve a responder. "¿Chocolate?". “¡No hay carajo y no pidas desayuno que se acabó el pan y el queso!”.

El hombre llama su esposa y le dice: “Desde que esta bruja está aquí la nevera siempre está vacía y me achaca cada problema de la casa. O se va ella o me voy yo”. La pelea no se hizo esperar y el odio a la suegra salió a la luz. Al día siguiente el marido hace maletas y se muda donde su madre. Otra separación por culpa de la COVID.

Pero la más lamentable es la siguiente: una pareja con 50 años de casado, totalmente recluida en la casa, se dedica todo el día a jugar a las cartas, al monopolio y el parche chino mientras la empleada les servía en la mesa de juegos desayuno, almuerzo y cena.

Pero después de 6 meses en lo mismo el hombre comienza a sentir mucha ansiedad y un deseo libidinoso que no es correspondido por la esposa. Así comienza a ver a la empleada de la tercera edad como si fuera la caperucita roja e inicia un proceso de abordaje y seducción.

Un mes después la esposa se levanta a las 3 de la mañana y no ve a su marido en la cama. Recorre la casa y lo encuentra en la habitación de la empleada moviéndose sobre ella como un carajito de 20 años.

El escándalo no se hizo esperar ni los palos tampoco y los tortolitos abandonaron la casa unas horas después. 50 años perdidos ¿La culpa? La COVID

La COVID-19 podrá tener muchas cosas malas, pero pone de manifiesto problemas conductuales, deseos reprimidos, resentimientos y lujurias que se esconden por años en miles de familias.