A BENJAMÍN NETANYAHU no se le conoce como un erudito clásico, pero aun así ha adoptado la máxima romana Divide et Impera, divide y vencerás.

El principal (y quizás único) objetivo de su política es extender el imperio de Israel, como el “Estado-nación del Pueblo Judío”, sobre todo de Eretz Israel, la tierra histórica de Palestina. Esto significa gobernar toda la Ribera Occidental cubriéndola con asentamientos judíos, al tiempo que niega cualquier derecho civil para sus 2,5 millones más de habitantes árabes.

Jerusalén Este, con sus 300,000 habitantes árabes, ya ha sido anexado formalmente a Israel, sin concederles la ciudadanía israelí o el derecho a participar en las elecciones al parlamento (Knéset).

Eso deja a la Franja de Gaza, un pequeño enclave con más de 1,8 millones de habitantes árabes, en su mayoría descendientes de los refugiados de Israel. La última cosa en el mundo que Netanyahu quiere es incluir a estos, también, en el imperium israelí.

Hay un precedente histórico. Después de la Guerra del Sinaí en 1956, cuando el presidente Eisenhower exigió que Israel devolviera de inmediato todo el territorio egipcio que había conquistado, muchas voces en Israel pidieron la anexión de la Franja de Gaza a Israel. David Ben-Gurión se negó rotundamente. Él no quería a cientos de miles de árabes más en Israel. Y por eso también le devolvió la Franja a Egipto.

La anexión de Gaza, mientras mantiene la Ribera Occidental, crearía una mayoría árabe en el Estado judío. Es cierto que sería una pequeña mayoría, pero en rápido crecimiento.

LOS HABITANTES de la Ribera Occidental y la Franja de Gaza pertenecen al mismo pueblo palestino. Ellos están estrechamente relacionados por lazos de identidad nacional y familiares. Pero ahora son entidades separadas geográficamente, divididas por el territorio israelí, que en su punto más estrecho es de aproximadamente 30 millas de ancho.

Ambos territorios fueron ocupados por Israel en la Guerra de los Seis días 1967. Pero durante muchos años, los palestinos podían moverse libremente de una a otra. Palestinos de Gaza podría estudiar en la Universidad de Bir Zeit, en Cisjordania; una mujer de Ramallah en Cisjordania podría casarse con un hombre de Bet Hanun, en la Franja de Gaza.

Irónicamente, esta libertad de movimiento llegó a su fin con el acuerdo de “paz” de Oslo de 1994, en el que Israel reconoció explícitamente a la Ribera Occidental y la Franja de Gaza como un solo territorio, y se comprometió a abrir cuatro “pasos libres” entre ellos. No se abrió ni uno solo.

Ahora, Cisjordania está administrada nominalmente por la Autoridad Palestina, también creada por los acuerdos de Oslo, que es reconocida por la ONU y la mayoría de las naciones del mundo como el Estado de Palestina bajo ocupación militar israelí. Su líder, Mahmud Abbas, un estrecho colaborador del fallecido Yasser Arafat, está comprometido con el plan de paz árabe, iniciado por Arabia Saudita, que reconoce el Estado de Israel en sus fronteras anteriores a 1967. Nadie duda que él desee la paz basada en la “solución de dos Estados”.

EN 1996, las elecciones generales en ambos territorios fueron ganadas por Hamas (las iniciales árabes del “Movimiento de Resistencia Islámica”). Bajo la presión de Israel, se anularon los resultados, con lo cual Hamas tomó el control de la Franja de Gaza. Ahí es donde estamos ahora: dos entidades palestinas separadas, cuyos gobernantes se odian.

La lógica superficial dictaría que el gobierno de Israel apoya a Mahmoud Abbas, que está comprometido con la paz, y lo ayuda contra Hamas, que al menos oficialmente está comprometido con la destrucción de Israel. Pero no es necesariamente así.

Es cierto que Israel ha peleado varias guerras contra la Franja de Gaza gobernada por Hamas, pero no ha hecho ningún esfuerzo para ocuparla de nuevo, después de retirarse de allí en 2005. Netanyahu, al igual que Ben-Gurión antes que él, no quieren tener a todos esos árabes. Él se contenta con un bloqueo que la convierte en “la mayor prisión al aire libre del mundo”.

Sin embargo, un año después de la última guerra entre Israel y Gaza, la región está plagada de rumores sobre negociaciones indirectas en secreto entre Israel y Gaza sobre un armisticio a largo plazo (“hudna”, en árabe), incluso rozando una paz no oficial.

¿Cómo es posible? ¿Paz con el régimen enemigo radical en Gaza, mientras se oponen a la Autoridad Palestina orientada a la paz en Cisjordania?

Suena a disparate, pero en realidad no lo es. Para Netanyahu, Mahmoud Abbas es el mayor enemigo. Él atrae la simpatía internacional, la ONU y la mayoría de los gobiernos del mundo reconocen su Estado de Palestina, y bien pudiera estar en camino de establecer un verdadero Estado palestino independiente, incluyendo a Gaza.

No existe el peligro de un miniestado de Hamas en Gaza. Eso lo rechaza todo el mundo, incluso la mayoría de los estados árabes, como un miniestado “terrorista”.

LA LÓGICA pragmática simple empujaría a Israel hacia Hamas. Ese pequeño enclave no representa un peligro real para la poderosa maquinaria militar israelí, a lo sumo, una pequeña irritación de la que se puede ocupar una pequeña operación militar cada pocos años, como ha ocurrido en los últimos años.

Sería lógico que Netanyahu hiciera una paz no oficial con el régimen en Gaza y continuara la lucha contra el régimen de Ramala. ¿Por qué mantener el bloqueo naval de la Franja de Gaza? ¿Por qué no hacer lo contrario? ¿Dejar que los habitantes de Gaza construyan un puerto de aguas profundas, y reconstruyan su hermoso aeropuerto internacional (que fue destruido por Israel)? Sería fácil poner en práctica un régimen de inspección para evitar el contrabando de armas.

Una vez se habló de convertir a Gaza en un Singapur árabe. Eso es una exageración, pero la Franja de Gaza sí puede llegar a ser un rico oasis de comercio, un puerto de entrada para Cisjordania, Jordania y más allá.

Esto empequeñecería al régimen de la OLP en Cisjordania, lo privaría de su posición internacional y evitaría el peligro de la paz. La anexión de Cisjordania ‒ahora la llaman “Judea y Samaria”, incluso por los izquierdistas israelíes‒ podría proceder paso a paso, primero extraoficialmente, después de manera oficial. Los asentamientos judíos cubrirían tierra, cada vez más tierra, y al final nada más permanecerían allí algunos pequeños enclaves palestinos. Los palestinos se animarían a salir.

AFORTUNADAMENTE (para los palestinos) un pensamiento lógico como este es ajeno a Netanyahu y a sus cohortes. Ante dos alternativas para elegir, no eligen ninguna.

Si bien busca una hudna oficial con Hamas en Gaza, él mantiene el bloqueo total de la Franja de Gaza. Al mismo tiempo, tensa la opresión en Cisjordania, donde el ejército de ocupación ahora mata habitualmente unos seis palestinos por semana.

Detrás de esta ilógica se esconde un sueño: el sueño de que al final todos los árabes abandonarían Palestina y nos dejarían en paz.

¿Era ésta la esperanza oculta del sionismo desde el principio? A juzgar por sus textos, la respuesta es “no”. En su novela futurista, Altneuland, Theodor Herzl describe una comunidad judía en la que los árabes viven felices como ciudadanos iguales. El joven Ben-Gurión trató de demostrar que los árabes palestinos son realmente judíos que en algún momento no tuvieron más remedio que adoptar el Islam. Vladimir Jabotinsky, el más extremista antepasado sionista del Likud de hoy, escribió un poema en el que se preveía un Estado judío en el cual “El hijo de Arabia, el hijo de Nazaret y mi hijo / florecerán juntos en la abundancia y la felicidad”.

Sin embargo, muchas personas creen que se trataba de palabras vacías, en sintonía con la realidad de su tiempo, pero que por debajo de todo estaba la voluntad básica de convertir toda Palestina en un estado exclusivamente judío. Este deseo, creen ellos, ha dirigido inconscientemente toda acción sionista desde entonces hasta hoy.

Sin embargo, esta situación no fue resultado de ningún diabólico plan israelí. Los israelíes no piensan las cosas, simplemente las hacen.

Al dividirse en dos entidades que se odian mutuamente, el pueblo palestino en realidad colabora con este sueño sionista. En lugar de unirse contra un ocupante muy superior, se debiltian entre sí. En ambas mini-capitales, Ramallah y Gaza, ahora rige una clase dirigente local, que tiene un gran interés en sabotear la unidad nacional.

En lugar de unirse contra Israel, se odian y luchan entre sí. Cortar la pequeña nación palestina en dos entidades aún más pequeñas, mutuamente hostiles, ambas indefensas contra Israel, es un acto de suicidio político.

A PRIMERA VISTA, el suelo de la derecha israelí ha ganado. El pueblo palestino, desgarrado y desecho por odios mutuos, está muy lejos de una lucha eficaz por la libertad y la independencia. Pero esta es una situación temporal.

Al final, esta situación va a explotar. La población Palestina, que crece día a día (o noche a noche) se reunirá de nuevo y reiniciará la lucha por la liberación. Al igual que todos los demás pueblos de la tierra, va a luchar por su libertad.

Por lo tanto, el principio de divide et impera puede convertirse en una catástrofe. El interés real a largo plazo de Israel es hacer la paz con todo el pueblo palestino, que viva pacíficamente en un estado propio, en estrecha cooperación con Israel.