A veces duelen cosas. Cosas diversas, que uno piensa no necesariamente debieran doler. Uno se pregunta, ¿qué pasará conmigo?, ¿por qué tiene que dolerme esto o aquello?, si a medida que pasa el tiempo y la edad, sabemos que ya nada está supuesto a doler, en una vida construida sobre dolores y soluciones anestésicas. Aun así, aunque sea en secreto, con lo aprendido a través de los años, disfrutamos en silencio el dolorcito, eso que nos hace efectivamente humanos.
Otras veces duele el cuerpo.
Y uno se pregunta si será cierto que el cuerpo, ese que te ha acompañado por la vida se irá desgastando antes que los ánimos de vivirlo y romperlo con altura. Uno piensa en una conversación directa frente al espejo: oye cuerpo, por qué hoy, qué te pasa, la mente te está ganando en el deseo supremo de salir a moverse y respirar aire fresco… ¿Cuerpo, cuerpo? Y el dolor, que nos hace certeramente más humanos, recordándolo de la peor de las formas permanece, tal vez, hasta sonríe. Haciéndonos saber que sí, es cierto, el cuerpo no será para siempre el conejillo ágil y sedoso de hace unos años.
Sin embargo, uno, dentro de las intensas y alongadas divagaciones, disfruta de igual manera ese dolor que nos hace más humildes.
Voy a dormir
(Alfonsina Storni)
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…