“El sueño americano no llega a aquellos que se duermen.”—Richard Milhous Nixon en su primer discurso inaugural de 1969
En el siglo XXI no busquemos el modelo del sueño americano en Estados Unidos de América. Bajo las condiciones que predominan actualmente, a los vástagos de una familia pobre le llevaría cinco generaciones alcanzar el ingreso medio en EE. UU., pero solo dos en Dinamarca, y tres generaciones en Suecia, Finlandia, y Noruega. Junto con Islandia estos países nórdicos ocupan los primeros cinco puestos en el Índice Global de Movilidad Social del WEF (Foro Mundial Económico por sus siglas en inglés) del 2020. Ese índice clasifica 82 economías según la capacidad de sus ciudadanos para alcanzar su pleno potencial, independientemente de los antecedentes socioeconómicos de sus familias, al evaluar a los países en cinco dimensiones: salud, educación, acceso a la tecnología, trabajo (en términos de oportunidades, condiciones y salarios justos), y protección e instituciones.
Países europeos ocupan los primeros 10 puestos; fuera de Europa solo Canadá (14), Japón (15), Australia (16) y Singapur (20) entran en el selecto grupo de los primeros 20 de los 82 estados evaluados. EE. UU. queda en un distante puesto 27, superando solo a Italia (34) entre los integrantes del G7. Uruguay le sigue a Italia en el puesto 35, y España se cuela en la posición 28.
“El hallazgo principal del reporte es que la mayoría de las economías no están proporcionando las condiciones para que sus ciudadanos puedan prosperar”, concluye el Foro Económico Mundial. En la mayoría de las naciones estudiadas, algunos individuos excepcionales saltan de la pobreza a la riqueza con un golpe de suerte. Pero la movilidad social no es un juego de azar, una lotería con unos pocos ganadores de grandes premios por carambola. Se trata de proveer oportunidades justas a todas las personas para que puedan desarrollar a plenitud sus talentos, sin importar la situación socioeconómica inicial de sus respectivas familias. Algunas naciones tienen un desempeño superior y sus políticas merecen ser estudiadas.
En los países escandinavos una familia pobre tiene altas probabilidades de ver a los hijos o nietos alcanzar la prosperidad, obviamente basado en esfuerzo y sacrificio, pues no es por lotería. ¿Cuál es la receta para la extraordinaria movilidad social de los países nórdicos, sin excepción? No es una fórmula determinista, pues no tiene nada que ver con geografía ni etnia, sino con el nuevo “socialismo”, bautizado “stakeholder capitalism”, o capitalismo de las partes interesadas, que han desarrollado esas naciones como modelo socioeconómico a partir de mediados del siglo XX. Según el portal Américaeconomía:
La excelente calificación de los países nórdicos es explicada por el WEF por ofrecer sistemas educativos de alta calidad y equitativos, redes de seguridad social sólidas e instituciones inclusivas, junto con oportunidades de empleo y buenas condiciones de trabajo. Un modelo económico que describe como "stakeholder capitalism", o capitalismo de las partes interesadas. En otras palabras, un modelo que tiene en cuenta los intereses de todos los grupos de interés, más que exclusivamente los de los accionistas de las empresas.
En el medio siglo entre el final de la Guerra de Secesión en 1865 y la Segunda Guerra Mundial, más de un millón de inmigrantes suecos llegaron a EE. UU. huyendo de las precarias condiciones de vida prevalecientes entonces en la península escandinava y en busca del sueño americano. Esa ola migratoria es proporcionalmente similar al éxodo de dominicanos en el último medio siglo. Al igual que nosotros, los escandinavos iban en busca de oportunidades justas para desarrollar sus talentos. Noruegos, daneses y finlandeses también se vieron compelidos a emigrar en grandes olas en busca de mejor suerte, porque en “América” podían ascender rápidamente en la escala social en base a labrar las fértiles tierras del Oeste norteamericano o trabajar en las nuevas industrias en las crecientes urbes. Estados Unidos era la tierra de las oportunidades para escandinavos hasta hace un siglo. En el siglo XX, los estados nórdicos empezaron a evolucionar hacia nuevas formas de organización social que garantizan a toda la población oportunidades justas para su desarrollo, incluyendo sistemas de educación pública y redes de seguridad social de alta calidad para todos. Su éxito es destacado en este novedoso estudio sobre la movilidad social que pone en contraposición las sociedades donde el desarrollo del potencial de un individuo permanece estrechamente atado a su estatus socioeconómico al nacer, afianzando desigualdades históricas en detrimento del bien colectivo.
En 1931, James Truslow Adams definió el sueño americano para todos los tiempos con acierto, al declarar: "La vida debería ser mejor y más rica y llena para todas las personas, con una oportunidad para todo el mundo según su habilidad o su trabajo, independientemente de su clase social o las circunstancias de las que proviene." No hay garantías de éxito individual en este modelo, pues el progreso depende del esfuerzo y el talento del individuo; pero cada persona debe contar con amplias oportunidades desde antes de nacer, iniciando con programas prenatales para las familias que necesitan apoyo sostenido durante toda la vida. Aprovechar esas oportunidades es responsabilidad de cada individuo, pero un aspecto fundamental del sueño americano siempre ha sido la expectativa de que la próxima generación debería llegar más lejos que la generación anterior.
Parte del problema es que en EE. UU. los indígenas y esclavos africanos y sus respectivos descendientes, entre otros grupos minoritarios, no fueron partícipes de pleno derecho del sueño americano. Cuando Adams escribió su definición del sueño americano los descendientes de esclavos no estaban incluidos en su visión, pues en esa nación prevalecía la segregación racial. El economista y filósofo Daniel Markovits de la Universidad de Yale asegura en un reciente libro, que el sueño americano, la idea de que en Estados Unidos la gente puede salir adelante por sus propios méritos, en la actualidad es una "farsa".
Aunque la República Dominicana no fue considerada para su inclusión en el innovador índice, no debemos ignorar los resultados de este importante reporte: no nos debemos dormir. Con el sistema actual, ¿en cuántas generaciones llegarán los hijos de nuestras madres adolescentes solteras a ser profesionales de renta media? ¿Y los descendientes de haitianos que inmigraron sin documentación? En Brasil se requiere de nueve generaciones (comparado con 2 en Dinamarca) para alcanzar el nivel de renta media partiendo de la pobreza. No nos dejemos impresionar por la excepción del chepazo anecdótico del mendigo que llega a tutumpote. Debemos crear las oportunidades justas para que la preponderante mayoría de vástagos de Machepa supere la indigencia familiar con su propio esfuerzo y logre una vida digna en dos generaciones. Es importante porque el bienestar de la colectividad depende de que todos los talentos se desarrollen, y no solo los que nacen en familias que tienen los medios para apoyar a sus descendientes.
Exhortamos a los decisores de políticas económicas y sociales, así como a los dirigentes empresariales (y hasta a los candidatos a las próximas elecciones), estudiar y debatir los hallazgos del Índice Global de Movilidad Social del WEF y poner especial atención a la recomendación final de Klaus Schwab:
“La respuesta de las empresas y el gobierno debe incluir un esfuerzo concertado para crear nuevas vías hacia la movilidad socioeconómica, asegurando que todos tengan oportunidades justas para el éxito”.
Debemos despertar. No busquemos el sueño americano en EE. UU. Hagamos realidad la movilidad social en nuestra tierra, asegurando que todos tengan las oportunidades justas para el éxito. De eso depende nuestro futuro.