A mi este asunto de los reyes nunca lo he podido entender, porque no llego a aceptar que un señor sea rey porque lo fue su padre, o su abuelo o su bisabuelo, y que además puedan pasarse la pelota, o mejor dicho la corona de unos a otros, como si fuera un finca o un cuadro de un pintor famoso, o un valioso reloj de bolsillo con leontilla de oro. Y a saber, además, con cuántas intrigas, asesinatos, sangre y sufrimiento del pueblo, aliados siempre con el poder de la Iglesia que legitimó la voluntad divina de su origen, se llegó a conseguir ese título que después han lucido de manera tan engrandecida y ceremoniosa.

Tengo que aclarar primero, que me siento ser, de pies a cabeza, una persona demócrata, con todos los fallos que este sistema en desarrollo aún posee, y que la República es el único método de gobierno en el que creo, y acato.

Los reyes, no hay más que dar una simple ojeada a la historia, fueron casi siempre más perjudiciales que beneficiosos, pues mientras ellos gozaban de todas las riquezas y privilegios, sus súbditos se morían literalmente de hambre, trabajo, epidemias, privaciones y guerras de ambición y sin sentido..

Siempre que se muestran los palacios reales, con sus docenas o centenares de preciosas recámaras, sus casas de campo, sus capillas y sus lámparas colgantes, sus tapices, vajillas, etc., los visitantes se maravillan de sus lujos, pero se les oculta de manera tácita o expresa que se construyeron y adornaron sólo para el disfrute de ellos y de sus allegados, y se edificaron sobre las vidas miserables de sus ciudadanos.

En el caso de España, los reyes, prácticamente sin excepciones, han sido no sólo perjudiciales, sino funestos, tanto para el desarrollo de sus pueblos, que llegaron a quedar atrasados hasta alcanzar niveles inconcebibles, tal cual se demostró en la visita de Alfonso XIII a la región extremeña de las Hurdes, como en la pésima gestión de sus gobiernos, que perdieron por ineficaces un enorme imperio y, sobre todo, fueron absolutamente incapaces de construir un futuro promisorio para una nación, que en las postrimerías del siglo XIX y todavía en los principios del XX, aún permanecía en demasiados aspectos sociales, políticos y económicos, dentro un estado puramente medieval.

Los reyes, como los lagartos varanos de algunas islas de Indonesia, son una especie en extinción irreversible. Prueba de ello está que en lugar de multiplicarse, van disminuyendo, según avanzan las libertades, la cultura y, por ende, el sentido democrático de los pueblos.

Portugal acabó con la monarquía, y su intento de poner un rey en Brasil, duró menos que una samba mal bailada, Francia corto de un tajo con ese asunto. Italia, Grecia, Albania, Polonia, también lo dejaron atrás. Alemania, acabó con los Kaiser, Rusia con los zares, Austria-Hungría con los emperadores de opereta. Inclusive en el norte de Africa, Egipto acabó con la dinastía de Faruk, y Libia con la del rey Idris.

En Europa aún queda la monarquía inglesa, muy poderosa en lo económico y en lo representativo, porque Inglaterra es Inglaterra, más Inglaterra que Europa, y ha sabido gestionar y administrar de manera admirable su pasado histórico. Después, aún permanece en países pequeños y modélicos como Noruega, Dinamarca, Suecia, Bélgica y Holanda, más como un símbolo institucional, que un poder verdadero..

Queda aún el hermético y poco comunicativo emperador japonés, destituido después de la Segunda Guerra de su condición divina, los reyes todopoderosos de la península arábiga, sustentados en sus inmensas riquezas petroleras y en sus cerradas creencias religiosas, y el rey de Marruecos que, viendo las barbas de sus vecinos pelar en las pasadas primaveras árabes, también se ha despojado de su amada y tradicional divinidad.

En España, la monarquía tuvo que exiliarse primero con Alfonso XIII en Italia después de la victoria del Frente Popular, y después con su hijo, Don Juan, en el vecino Portugal. Fue instaurada nuevamente por voluntad y decisión de un perverso dictador, el amigo Francisco Franco, y a puro dedo, porque el referéndum realizado al respecto, fue una pantomima y un fraude tan grande, que los primeros conteos arrojaron el 102 % de los votos a favor, y después por pura vergüenza nacional e internacional, tuvieron que rectificar las cifras con la excusa de un error, al 98%.

Recuerdo que los votos llegaban en muchas ocasiones con el Sí ya señalado en las papeletas dentro de los sobres, y también que fue mi primer No, bien subrayado a bolígrafo para que se viera sin titubeos, al sistema monárquico, aunque no sirviese en esos momentos para nada.

Es por esta razón que la monarquía española impuesta en estos últimos años no tiene legitimidad ni base alguna, pues no fue el pueblo quien la reclamó de vuelta al poder. Franco vio en ella una solución a la continuidad de su régimen, apartando así por desconfianza a los militares y políticos que pudieran aspirar a sucederle, y queriendo de paso plasmar de alguna manera su sueño de devolver a España el antiguo imperio.

Por otra parte, las monarquías actuales, para dilucidar el dilema y choque semántico de la palabra monarquía, gobierno de uno, opuesta totalmente a la de democracia, gobierno del pueblo, se inventaron el término democracia constitucional, que viene a ser como echarle agua al vino, y que en la práctica no son ni lo uno, ni lo otro, o como se dice popularmente, ni chicha ni limonada.

A estas alturas, no entiendo muchas cosas, primero por qué un señor que no tiene más mérito que ser el hijo de su padre, tiene que ser, por narices, el Jefe del Estado. Quién ha dicho, fuera de su querido papá y los acólitos, que está preparado para tan alto cargo? Segundo, realmente qué hace un rey además de mal leer insulsos discursos escritos por otros, viajar a tomas de posesiones, sobre todo de mandatarios latinoamericanos, o a acompañar delegaciones comerciales que bien podrían hacerlo los embajadores acreditados en esos países, que para eso están y les pagan? Qué hace además de presidir las juramentaciones de ministros que bien podrían hacerse de igual manera y valor ante un Presidente?

Tampoco entiendo por qué la familia real española, que tiene una fortuna más que considerable y suficiente para haber aparecido en la revista Forbes, hay pagarles tan generosamente sus gastos y privilegios, poseen más de 70 vehículos y 68 choferes, un costoso yate, un palacio veraniego y aviones -averiados, eso sí – a su disposición, mientras el españolito de a pie lucha como un loco por insertarse en un triste ámbito laboral mileurista.

Tampoco entiendo su parafernalia, inclinarse o hacer genuflexión ante ellos, llamarles majestad o alteza. A santo de qué? Alteza deberíamos llamarle a Albert Eisntein, y Majestad a Víctor Hugo o a Cervantes o a Shakespeare, que fueron hombres grandes de gran inteligencia e hicieron invaluables aportes a la cultura universal. Que tienen sangre azul? Por favor, no nos hagan reír con estos cuentos de hadas, que la situación no está para bollos. Es increíble que a estas alturas del Siglo XXI, el rey sea la única persona que en España no pueda ser juzgada, y los cuarenta y seis millones de estúpidos restantes que pagan impuestos, estén sometidos al permanente imperio de la ley. Acaso el rey es superior en humanidad que usted, o que yo? lo será cuando no tenga que ir al baño un par de veces al día, o no tenga que dormir  para reponer el cansancio. Aún entiendo menos, cómo sigue la monarquía española en pie, después de los desastrosos comportamientos e innumerables escándalos. Un rey mediocre, mentiroso, juerguista, infiel a su mujer, e irrespetuoso con los animales en extinción, una reina soportando y tragando en seco las traiciones de su marido con tal de mantener a toda costa su estatus, la hija y el Urdangarín, metida en una saga de corrupciones dignas de película y de revistas de chisme y cotilleo.

Los resultados están ahí de un 7 y algo de popularidad que llegaron a obtener, ha ido descendiendo hasta un suspenso de 3 y algo en estos momentos. También están ahí las 150 ciudades españolas donde están protestado y miles y miles de ciudadanos pidiendo la república, el fin de la monarquía o el voto para decidir si continúan o se acaba con ese negocio. Algo impensable hace solo unos años, pero que va tomando cada vez más cuerpo.

Ahora intentan renovar su imagen traspasando la corona a un hijo, de pocas luces, de carácter paniaguado, poco o nada inteligente, sin experiencia en verdaderos asuntos de estado. y puesto por el dedo de la sucesión. Muy tarde para lavar tanta mancha real en un corto tiempo.

Los catalanes tendremos un Felipe VI, por poco tiempo, y a diferencia de su antecesor, el odiado y maldecido Felipe V, esta vez sí va perder la Guerra porque los catalanes tenemos el arma más eficaz del universo, es pequeña, con forma cuadrada y fabricada en cartón, apenas vale 2 euros cada una, y tiene un poder democrático tal, que ningún rey por fuerte y despótico que sea, puede sobrevivir a ella. Es la urna, que el próximo 9 de noviembre habrá de acabar con la obsoleta monarquía y los gobernantes ineficaces y corruptos de España, y dará inicio a la República Catalana que tanto hemos soñado y tanto nos merecemos.