Hace muchos años vengo observando, cómo se manifiestan los desacuerdos con el otro en esta sociedad. Empecé por notar que las discusiones entre colegas de trabajo, cuando no se tenían argumentos, se cerraban con una agresión de tipo personal.
Así cuando una como mujer discute sobre cualquier tema, se expone a que el interlocutor al sentir que pierde la discusión termine acusándonos de “histérica”, “menstruante”, “vieja loca”. No existe la discusión razonada, de altura, incluso entre amigos, las personas se agreden en nombre de la confianza y el afecto, especie de licencia para acabar con los que supuestamente queremos.
Pero igual pasa a nivel popular, cuando dos personas de diferentes edades entran en conflicto el más joven terminara tildando de viejo o vieja a su contrincante, lo que representa una agresión, porque el resto no envejece, es un población sin noción del tiempo y sus efectos.
Se recurre demasiado al estigma para defenderse y comunicarse, siendo normal que cuando se tiene un impedimento físico quede marcada la identidad por el estigma, que produce la falta de un órgano, así Juan quien perdió una brazo será “Juan el manco”, Pedro a quien le falta una pierna, será “Pedro el cojo “.Y en el momento discutir con cualquiera que tenga algún defecto se recurrirá al mismo para demolerlo.
Últimamente, escuchado en la radio un programa nocturno de opinión, donde participa un joven, que tuvo la valentía de asumir su homosexualidad en directo, ante sus compañeros de trabajo y oyentes. Días después noté como los radioescuchas, que antes lo elogiaban, ahora se permiten insultarlo en directo, tomando como patrón el hecho de sus preferencias sexuales. Hoy es un simple “maricón” ayer era un comunicador.
Esto es algo que debería ser penalizado por ley, ya que uno puede no estar de acuerdo con el vanguardismo de las nuevas tendencias homosexuales, pero nadie tiene derecho para agredir a nadie por sus preferencias sexuales, religiosas, políticas etc.
Más dramático nos ha resultado leer en este medio, con el cual colaboramos gratuitamente como lo hacen muchos de mis colegas, que después de pasar horas tratando de producir un texto, para ser compartido con los lectores, sin los cuales no existiríamos, cómo algunos se dedican a insultar a los articulistas cuando no les gustan sus opiniones.
Últimamente, escuchado en la radio un programa nocturno de opinión, donde participa un joven, que tuvo la valentía de asumir su homosexualidad en directo, ante sus compañeros de trabajo y oyentes. Días después noté como los radioescuchas, que antes lo elogiaban, ahora se permiten insultarlo en directo, tomando como patrón el hecho de sus preferencias sexuales. Hoy es un simple “maricón” ayer era un comunicador
Algunos de esos lectores cuando no están de acuerdo con un articulo, deciden insultar al que lo produce, siendo calificados de “negro”, “haitiano”, “esa mujer”, “ladrón”, “ loco” y otras expresiones despectivas, que ilustran además por dónde va la gente en nuestro país .Nos fijamos en las insignificancias de la discusión, en alguna palabra que no le da trascendencia al texto, obviando el fondo, cerrados a la opción del debate, no aceptando que existen diferencias a todo nivel.
Resulta interesante ver cómo en esta población de mayoría étnicamente negra y mulata, el vocablo negro, es aún utilizado con la pretensión de agredir, como en época de la colonia. Bien decía Marx, que la ideología era lo último que se perdía….
Las pretensiones de ser lo que no somos nos han hecho mucho daño, porque nos han alejado de nosotros mismos y de nuestros orígenes étnicos, enturbiando las capacidades de aceptarnos y ser, para poder disentir, para poder no estar de acuerdo, para tener otros pareceres.
Usamos expresiones que nos auto agreden, nos desvalorizamos inconscientemente. Cuando insultamos a las autoridades, por ejemplo, en vez de señalarles sistemáticamente sus faltas enumeradas, gritamos pretendiendo que seremos mejor escuchados. Usamos palabras groseras creyendo que nuestro discurso tendrá más fuerza y eso se hace por la radio, la televisión, en las escuelas, universidades, en las reuniones de trabajo, en los hogares, donde las personas han dejado de escucharse, porque lo que el otro dice, no interesa a nadie. No nos escuchamos a nosotros mismos para ver hasta donde nuestro discurso nos aleja de los demás, hemos dejado de amarnos y respetarnos.
Quisiera pedir disculpas a mis lectores, porque no siempre puedo escribir lo que ellos quieren leer. Pero escribir, tener la posibilidad de disentir, de pensar diferente, de opinar respetando a los demás es una suerte de regalo divino, en una sociedad donde la oposición no existe y el discurso complaciente de las bocinas intenta apagar las voces de los que se atreven a opinar libremente.
Si no estamos de acuerdo con algo que el otro dice, elevemos nuestro nivel y tratemos de hacerle ver que está equivocado, generando espacios de discusión productivos, como han hecho algunos colaboradores en este diario recientemente. Generemos discusiones que nos permitan crecer como lectores.
Ciudadanos de a pie deseosos de cambiar una sociedad envuelta en el silencio cómplice e inhóspito para los que osan ser diferentes, pongamos un poco de amor a nuestras críticas, total, al final siempre las cosas se transformarán.