Hemos sido testigos de cómo anualmente, los dispositivos electrónicos, electrodomésticos u otro tipo de aparatos evolucionan, introduciendo grandes mejoras que se traducen en una mejor funcionalidad. Mejoras que, sin embargo, no siempre alargan la vida útil del aparato.
Computadoras, teléfonos móviles, impresoras, fotocopiadoras, de repente dejaron de funcionar, bombillas que un buen día dejan de iluminar, aparatos con los que convivimos ya en nuestro día a día, duran apenas poco tiempo, y de repente dejan de funcionar. Estos y muchos más ejemplos son víctimas de lo que hoy en día podemos llamar como: obsolescencia programada.
Se puede decir que la obsolescencia programada, no es más que una estrategia comercial que se fundamenta en la planificación del fin de la vida útil de un producto o servicio, de tal forma, que luego de un periodo de tiempo (previsto por los fabricantes) se quede obsoleto o simplemente no sirva.
Algunos historiadores afirman que este concepto inicio en 1880, cuando el estadounidense Thomas Alva Edison, inventó la bombilla incandescente y en 1881 las puso a la venta; estas tenían la duración de 1,500 horas, pero posteriormente se empezaron a vender pequeñas lámparas, cuales tenían una vida útil de 2,500 horas; no obstante, al observar que a mayor duración del producto se vendían menos ejemplares, nuevamente empezaron a fabricar lamparitas cuyo ciclo de vida era menor a 1,500 horas.
El concepto de obsolescencia programa tomo fuerza, al alrededor del 1920, cuando los fabricantes comenzaron a reducir a propósito la vida de sus productos para aumentar las ventas y las ganancias, ya para el 1928, el lema era: “Aquello que no se desgasta no es bueno para los negocios“. Como solución a la crisis, Bernard London, un agente inmobiliario, propone en un impreso en 1932, que fuera obligatoria la obsolescencia programada, apareciendo así por primera vez el término por escrito. London predicaba que a los productos le correspondía tener una fecha de caducidad, creyendo que con esto, las fábricas continuarían produciendo, las personas consumiendo y, por lo tanto, habría trabajo para todos, que produciendo podrían consumir y de esa manera lograr que el ciclo de acumulación de capital se mantuviera. En la década de 1930, la durabilidad comenzó a ser propagada como anticuada y no correspondiente a las necesidades de la época.
Ya para el 1950, la obsolescencia programada resurgió con el objetivo de crear un consumidor insatisfecho, haciendo así que siempre deseara algo nuevo. En el 1954, alcanza su mayor popularidad cuando Brooks Stevens, diseñador industrial de EEUU, dio una conferencia sobre lo que suponía la nueva producción en masa y lo que implicaba económicamente una fabricación más barata y con precio más bajos, utilizando de este modo el término de obsolescencia programada.
Para mover esta sociedad de derroche precisamos de consumir todo el tiempo y desechar nuevos productos para sustituir a los que ya tenemos, ya sea por falla, o porque creemos que surgió otro ejemplar más desarrollado tecnológicamente o simplemente porque pasaron de moda. Serge Latouche, en el documental Comprar, tirar, comprar, dice que nuestra necesidad de consumir es alimentada en todo momento por un trío infalible: la publicidad, el crédito y la obsolescencia.
Las consecuencias de estos fenómenos son claras. El bolsillo del consumidor se ve afectado al verse obligado a sustituir su producto por otro nuevo. En contra, las empresas consiguen más demandas y, por ende, aumentan sus beneficios. Sin duda, desde sus inicios, el objetivo de la obsolescencia programada es el lucro económico.
Por otro lado, las consecuencias psicológicas también son evidentes. Llegan incluso a modificar nuestras pautas de consumos (comprar, usar, tirar, comprar…) haciéndonos desear productos que siquiera necesitamos.
En definitiva, la obsolescencia programada fue creada para fines económicos, para aumentar las ventas de ciertos productos y así las empresas resulten beneficiadas. Lo preocupante de todo es que este sistema está afectando al mundo más de lo que la mayoría puede entender, ya que en su mayoría los productos están siendo creados simplemente para no durar.