“La política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano”.
Dwight D. Eisenhower
Salvo temas de interés político, en el sentido político-partidario-electoral (caso de la reelección, las primarias abiertas o cerradas, la unificación de las elecciones presidenciales, congresuales y municipales, la ley de partidos, etc.), parece que los únicos temas que han generado algún nivel de discusión en nuestros foros públicos en los últimos 8 años, son los relacionados con i) Trujillo (siempre develándose entre interlocutores inconfundible nostalgia, cuando no hipocresía institucional), ii) situaciones dominico-haitianas -o bien, para ser políticamente correcto, respecto de situaciones haitianas de repercusión en la “Parte Este de la Isla de Santo Domingo”-, iii) seguridad ciudadana, iv) reformas fiscales (porque esas coronelas si que tienen dolientes que les escriban), y, v) las pretendidas políticas de género -como concreción institucional de una ideología de genero- dictadas recientemente como orden departamental por el Ministerio de Educación (tema sin duda potencializado por opinadores apasionados -y abanderados radicales- que díficilmente han dado chance a la argumentación racional, y también por el morbo inusual -como atractivo comercial- que se cuela en su tratamiento mediático).
De manera general, parecen blindados a la crítica, extraños a nuestras necesidades e intereses, como parte de la problemática nacional más importante en la agenda de los partidos y sus líderes, los temas vínculados a la contaminación ecológica, la incapacidad histórica del servicio público de suministro de agua potable en condiciones óptimas, el aumento de los niveles de delincuencia y la expansión de modernas manifestaciones criminales, la educación, la sistemacidad progresiva de la violencia intrafamiliar, las drogas, la corrupción judicial, o en cualquiera de sus facetas, la inmigración distinta a la haitiana, y los tantos aspectos conexos a nuestra renaciente identidad, expuesta como blanco que cada vez se mueve menos mientras nos adentramos al núcleo del siglo XXI; o, para ser más precisos, la racionalización del consumo de agua, la profesionalización de los servidores públicos, el aumento de la deserción escolar y universitaria, el tratamiento de aguas negras, la condición del niño dominicano en las crecientes familias monoparentales, la pederastia en la iglesia, colegios y escuelas, el desorden del mercado de hidrocarburos, el tratamiento y medidas para la incorporación/reinserción masiva de dominicanos deportados/repatriados por haber cumplido condenas en otros estados, la mafia en sindicatos choferiles, la comercialización de títulos académicos en centros de educación intermedia y universitaria, la masificación insostenible de determinadas profesiones, el desarrollo inmobiliario sin planeamiento urbano, el incremento de la tasa de suicidio en la última década, la explotación sexual infantil, entre otros tantos que de solo mencionarlos podría terminar etiquetado de insalvable pesimista, si es que ya no lo he sido.
[Ojo, que estudiosos o curiosos puedan opinar -y en efecto opinen- o que manoseen esa temática esporádicamente, o incluso que se dediquen a estudiar esos tópicos como fin existencial, no quita que entre nosotros aún sean temas tabúes o -conscientemente- excluidos en la agenda política nacional, de la atención oficial, sea o no porque el electorado o una parte de este no los espere o no reclame su abordaje; lo que en definitiva simplemente da cuenta de que son tópicos de poco -por no decir nulo- interés entre quienes deberían ser sus principales promotores.]
Quizás es que he estado muy ausente, o muy entretenido entre Netflix y YouTube como para haber advertido la guerra de ideas en foros mediáticos o no que han podido generar dichos temas, o su enfrentamiento en el discurso político de nuestros líderes [si es el caso, te pido disculpas lector por hacerte perder el tiempo con estos desahogos míos sin sentido y me maldigo mil veces!]; también podría ser que ciertamente “en este país no existe la cultura del debate”, y de eso hay que aprovecharse, como expresara y dejara entender el Presidente Danilo Medina en entrevista con la periodista Alicia Ortega, televisada el día 9 de mayo 2016 -en “El Informe”, Canal 9-, explicando su decisión de no participar en el ciclo de debates públicos entre candidatos presidenciales de ese año; o, de forma más concluyente, será lo que en el torneo electoral 2008 sentenciara el Ex Presidente Leonel Fernández -con más arrogancia que pretensión de corrección- respecto de que en este país no se conceptualiza, o algo así como que sus opositores “no saben conceptualizar”; o bien, será algo de aquello que dijera Andrés L. Mateo: “la sociedad dominicana que hoy vivimos es un mundo en el cual el pensamiento es finalmente inútil” (Mateo: 23/11/11). He dicho “quizás”, quizás para un sí, quizás para un no. Al final subjetividad se impondrá.
Lo cierto es que aquí, partiendo de lo que una ojeada mediática diaria me permite apreciar, cualquiera sabe más de pelota, música urbana, de los chistes de Hipólito, del machismo de El Querido, de las infidelidades de políticos y empresarios, e incluso de lo que dice Forbes de algunos dominicanos, que cualquier erudito lo que podría saber sobre su tema de especialización científica en cualquier parte del mundo. El éxito de Cachicha, La Tora, Alofoke, Los Dueños del Circo entre otros magnates de la farándula local, no ha sido accidental.
De algo estoy seguro, la evasión de esos temas no está vinculada a la rigidez o severidad de nuestra corrección política -ya quisiéramos algunos!-, la que ni en Estados Unidos fue óbice para que Trump se coronara en el 2016 luego de haber llamado violadores a los mexicanos, se burlara de un discapacitado y de muchos otros cual si fuese un rapero tratando de imponerse en un cypher.
Nuestra estrechez conceptual e inhibición políticas están asociadas a un problema más complejo, cuyas raíces inmediatas pueden identificarse en nuestra arritmia histórica condensada en al menos los últimos 90 años, iter donde hemos ido perdiendo progresivamente la capacidad de sorprendernos, y con ello anulando la necesidad de reaccionar contra el poder y su ejercicio abusivo, porque en República Dominicana, como ha denunciado el ya referido amigo Andrés L. Mateo, citando a su casi tocayo André Glucksmann: “El poder se ha apoderado del pueblo” (Mateo: 18/07/19). De esta afirmación son síntomas relevantes la creciente apatía política y el desinterés en los asuntos relacionados con el funcionamiento de las instituciones públicas que exhiben los dominicanos, no solo los jóvenes, la mayoría de los dominicanos, dentro y fuera del país.
Por lo anterior, me parece que el reto de nuestros políticos profesionales -que se dicen de vocación liberal- para el 2020 no es simplemente captar la atención de importantes segmentos de dominicanos electores -cuantitativamente-, pues en su estadio actual de salvajes posmodernos, esto podría capitalizarse fácilmente teniendo como ofertas y ejes temáticos suficientes: “propuestas de regulación de la hooka, una solución salomónica y convincente al más ignorante”, “tips para ser feliz sin Whatassp”, “cómo multiplicar likes sin esforzarse más que una presentadora de televisión desempleada”, “alternativas efectivas para emigrar del país al primer mundo sin necesidad de desilusionar un amor extranjero, sin pagar un machete ni poner en riesgo la vida en una yola”, “modelos de emprendurismo exitoso en alianzas público-privadas sin necesidad de sobornar”, etc.
El verdadero reto de esos políticos es marcar la diferencia y no morir en el intento, siendo quizás una forma eficiente de iniciar, hacerse separar y distinguir como trigo fértil de la tanta cizaña y putrefacción partidaria que los rodea (procuración positiva que me parece advertir en el activismo de los diputados Winston Arnaud, Faride Raful, José Paliza y José Laluz).
No es que apele a que de repente resurjan de cada colmadón nuevos paladines de la democracia, o que se santifiquen y revelen contra sí mismos nuestros políticos tradicionales -casi todos, aparentemente los que desde siempre tenemos-, y asuman en sus debates abordar el populismo propio (con un “soy menos populista que tú!”, por ejemplo), pero al menos que empiecen a identificar los verdaderos problemas nacionales con nombre y apellido, proponiendo soluciones concretas realizables a término, asumiendo las responsabilidades y riesgos propios de hacer lo correcto, independientemente de la afectación de autoestimas particulares, podría marcar alguna diferencia a su favor en una contienda -aún en fase embrionaria- donde por ahora -y dentro de los que se entienden con posibilidades del trono- solo veo más de lo mismo, y esto reconociendo los varios que caben en la categoría de “sangre nueva -con o sin diálisis-”, o los otros que se dicen “renovados -sea o no por obra y gracia del Espíritu Santo-”.