Uno de los grandes males que padece el discurso político en República Dominicana, es la ausencia casi total de propuestas para tratar los problemas acuciantes que afectan nuestra realidad social que sean verdaderamente paradigmáticas y que muestren un rumbo orientado al desarrollo.
Más bien la realidad del discurso político está cargado de promesas y demagogias, ofrecimientos que han caracterizado ya el accionar de los líderes y que son temas cíclicos en cada torneo electoral. Los temas del combate a la corrupción, el alto costo de la vida, seguridad ciudadana, democracia intrapartidaria, la transparencia en el uso de los recursos económicos que se le otorgan a los partidos, son ya temas “gastados” y en los que el pueblo no tiene esperanza de ver solución.
Algunos se han acercado a mí preguntándome que si en realidad los líderes políticos están en sintonía con las aspiraciones sociales de la población. Es una pregunta realmente difícil, porque generalmente el liderazgo aquí y en Latinoamérica trata los temas de manera muy coyuntural, en el momento.
Las posiciones expresadas por esos líderes son para un determinado momento y no existe vocación alguna en que se unan y hagan un pacto por la nación para el ejercicio político del país para los próximos cinco años por ejemplo, tal como ocurre en países donde sus líderes tienen “consciencia de nación” y sus discursos son realmente propositivos.
Entiendo que un discurso con propuestas trata de dar una visión no coyuntural de la las necesidades sociales, económicas y políticas de la nación para su solución. Este tipo de discursos no tiene que llevar siempre promesas de solución, sino presentar a la población con toda claridad los problemas sin tapujos ni retruécanos.
Ahora bien, el pueblo luce cansado. Cada cuatro años vota mecánicamente por el candidato que tiene mayores posibilidades que generalmente ha hecho una campaña agresiva por los medios de comunicación. El clientelismo político tiene niveles exageradamente altos en el país y constituye el gran grueso de la “masa votante” al que los líderes llaman acertadamente “votos cautivos”.
En realidad los llamados “votos cautivos” lo son. Es el resultado de una especie de compra y venta, de esos clientes están llenos los partidos políticos sin excepción. Constituyen el valor numérico de los resultados electorales tanto en las elecciones presidenciales como en las municipales y se presentan como un triunfo del sistema de partidos.
Necesitamos un universo de electores que sean exigentes, no simples clientes políticos para llenar el vacío de las encuestas y las mediciones de popularidad de la que ya estamos cansados. No creo que esto sea una utopía. Ese momento llegará porque el cansancio finalmente triunfará sobre la indiferencia.