Las sociedades pueden ser perfectamente manipulables y los estados lo saben. Existen tres discursos que perfectamente sirven para la manipulación: el fanatismo, el nacionalismo (que también crea fanatismo) y la explotación de las emociones sobretodo la sensibilidad humana.

En el caso del nacionalismo ha sido quizás el elemento más recurrido que ha llevado, inclusive, a justificar verdaderas masacres humanas en aras de defender una raza, un pueblo, un estado. Las guerras, en su gran mayoría, han sido justificadas con el discurso del nacionalismo.

Conscientes de cómo suele calar el orgullo por la patria el discurso nacionalista suele erigirse sobre el odio hacia otras razas humanas. Lo hizo Hitler contra los judíos o Trujillo contra los haitianos. El discurso ha penetrado tanto en la sociedad dominicana que se ha llegado a declarar traidores y prohaitianos a quienes no comulgan con el discurso radical nacionalista.

La explotación del sensacionalismo o la sensibilidad del ser humano ha sido muy bien lograda por las estrategias de marketing. Cada cierto tiempo se hace viral el caso de algún niño o niña que padece alguna condición severa de salud y que supuestamente la red social otorgará cierta cantidad de dinero por cada vez que lo compartas y, por lo general viene acompañado de "si no lo compartes no tienes corazón". Este tipo de marketing viral ha sabido dar buenos frutos porque están dirigidos a manipular la mente y el corazón de las personas, es publicidad de los sentimientos.

He dejado por último el fanatismo porque con él abordaré una coyuntura actual. El fanatismo despierta pasiones muy profundas pues el fanático no sabe de razón, sino de emoción. El fanatismo va directo a la parte del cerebro que tiene que ver con las emociones, el gran problema del fanatismo es que nos lleva a la irracionalidad en cualquiera de sus dimensiones: religiosa, política o deportiva.

Conscientes de los beneficios del fanatismo los equipos deportivos, los partidos políticos y los artistas crean rivalidades que, por lo general, les dejan muy buenos beneficios, de ahí que todavía tengamos varios días hablando del tema de Licey y Águilas cuando a nosotros nos han dejado el sabor de haber ganado o perdido una corona y a los dueños de los equipos les ha dejado pingües beneficios.

Ninguno de los dueños de los equipos ha perdido pues las ganancias están por encima de los cien millones de pesos y según Franklin Mirabal, en una entrevista que le hiciera ayer Jochy Santos en su programa Divertido con Jochy, habló de trescientos millones.

Todos esos millones llegan por publicidad, patrocinadores y por las boletas que pagamos los que hoy nos andamos peleando en las redes. Aquí la cuestión es clara: ellos se ganan el dinero con nuestro pleito e irracionalidad defendiendo a raja tabla un equipo que posiblemente le importamos mientras está la serie, después de ahí su amor por nosotros desparece.

Mientras ellos cuentan las ganancias nosotros nos peleamos en las redes porque un equipo no quiso acompañar a otro, acciones que también forman parte del mismo fanatismo. El gran problema aquí es que para ellos ese fanatismo es un negocio y para los fanáticos una emoción. Nosotros convertimos en algo personal lo que para ellos es un trabajo pues muchos de los jugadores son compañeros en equipos de las Grandes Ligas, compañeros de parrandas que de seguro se reirán cuando vean en sus redes cómo se andan matando los fanáticos mientras ellos almuerzan juntos o se alojan en un lujoso hotel. Y luego nos preguntamos por qué somos pobres…