Hoy instalé una aplicación llamada Seescrypt para bloquear intervenciones en mi celular. Le dije a mi esposo que hiciera lo mismo y me contestó que no, que se resistía a tener que andar cuidando sus opiniones, que esto no era una dictadura. Y tiene razón.
En estos últimos meses hemos aceptado con pasmosa naturalidad hechos no sólo contrarios al ordenamiento legal y constitucional, sino francamente repulsivos.
Me preocupa que como Sociedad, aceptemos sin mayor rubor, que las comunicaciones privadas son interceptadas con fines de extorsión. Que se ofrecen los nombres y apellidos de los involucrados y esto no amerita la mínima interpelación ni de las autoridades ni de la sociedad.
Que se difunden rumores sin ningún elemento probatorio, de acusación formal o posibilidad de contradicción, enlodando personas e instituciones y esto no trasciende más que bajo la forma de chisme o cripticas columnas de periodistas.
Que se ha colocado en la mirilla, con quien sabe cuales intenciones, instituciones que si bien son perfectibles, lo cierto es que han tomado años en construir, capacitar, entrenar y ordenar; y somos incapaces, en nuestro morbo destructivo, de hacer una pausa, una reflexión y reconocer que vamos avanzando.
La destrucción es infinitamente más veloz y efectiva que la construcción. La construcción lleva años, desde la preparación del terreno y la zapata hasta llegar a los tediosos detalles de la terminación y las necesarias correcciones finales.
Además, el mantenimiento de la obra requiere de constante cuidado, remodelación, reparación etc… Es mil veces mas fácil emprender un proyecto de destrucción que el de construcción. Y esta es la vía que me parece nos estamos animando a recorrer, cansados de esperar la terminación de una democracia que es un proyecto en constante evolución y perfección.
Pero lo que me preocupa no es eso, esas fuerzas llamadas oscuras siempre han existido, es el yin y el yan. Mi preocupación va en torno a las formas sutiles que van tomando y en la participación tal vez inconsciente de los estamentos llamados a vigilar estos desmanes, seducidos por las nuevas formas de asegurar el status-quo que hoy se llaman consenso, comisiones, mesas de diálogo y participación.
Un ejercicio de derechos políticamente correcto en el que el esfuerzo es por no-ofender, mantenerse bien con los grupos fácticos, con los organismos multilaterales, con los donantes, etc. Y sin embargo, cuando se atreven a imponerse irreverentes, se tornan en pandilla bien-hechora, en sociedad vigilante e incluyente, en confrontación constructiva.
Ojalá repudiemos con igual energía la nefasta práctica de espionaje, extorsión y chantaje y sancionemos de manera ejemplar a todos los personajes que desde la luz y las sombras quieren amedrentarnos y hacer clandestino nuestro derecho a hablar.