Existen diversas razones que justifican por qué las apelaciones emotivas son cada vez más frecuentes en los discursos políticos. En primer lugar, se argumenta que es porque una buena parte de los medios que trasladan a los ciudadanos la información cotidiana de lo que acontece lo hace a través de relatos tremendistas. Es la tendencia dominante, que habitualmente se identifica como sensacionalismo y que impone rutinas basadas en mostrar antes que aportar, o provocar antes que reflexionar. Significaría, por tanto, que el mensaje basado en sensaciones tendría más posibilidades que el argumentativo, deliberativo o racional de ser seleccionado por los periodistas de cada medio para su publicación o emisión. Además, el mensaje emotivo se basa en un lenguaje más estandarizado que facilita la comprensión generalizada, al tiempo que se ajusta mejor al principio de simplificación y duración que imponen los medios masivos de comunicación, lo que facilita su reiteración.

En segundo lugar, está demostrado que la eficacia persuasiva del mensaje se multiplica en función del grado de excitación emocional que consiga transmitir a los espectadores. Como sabemos, convencer es un propósito intelectual que se basa en realidades verificables, probadas o demostrables. Para convencer se argumenta, respetando las reglas de la lógica, y se razona con el interlocutor. La conclusión final del receptor es reflexiva y libre. En definitiva, el mensaje racional parte del principio de que los ciudadanos tienen capacidad de evaluar los contenidos y obtener sus conclusiones. En cambio, en el mensaje emotivo lo que importa de la audiencia son las reacciones ante los estímulos sensoriales que recibe.

Todo político hace uso de las técnicas del discurso emotivo, pues en las campañas electorales prima la persuasión. Pero dado que la política no solo es emoción, sino también el mecanismo de deliberación por excelencia para tratar los temas públicos, muchas democracias han instaurado espacios de discusión entre los ciudadanos y los candidatos.

En República Dominicana el discurso de los políticos no está dirigido a la reflexión ciudadana sobre los retos que tenemos por delante. Por eso en los actos políticos públicos abunda la música estridente y mucho, mucho "romo". Y en los discursos de los candidatos abundan los refranes, las frases cortas, las promesas sin peso argumentativo –"más trabajo", "más oportunidades para todos", "cero corrupción", "más comida barata", "cero apagones", "más atención a las mujeres y jóvenes", "más tarjetitas solidaridad", "nadie se irá a la cama sin comer las tres calientes",  "el turismo será el motor del crecimiento", o "el campo será mi prioridad".

¿Con cuáles recursos económicos y tecnológicos se cuenta para asegurar las tres calientes? ¿Cree usted que se puede ser eficiente con una administración pública clientelista y plagada de compañeritos del partido? ¿Que hará para desmontar el clientelismo en la administración pública? ¿Dónde usted consigue tanto dinero para realizar su campaña? ¿Quién se lo presta? ¿Cómo va a pagar la deuda de campaña? ¿Cuánto le cuesta al Estado mantener el clientelismo mediático? ¿De qué forma se mejorará la calidad del empleo? ¿Es verdad que no había políticos amiguitos de Figueroa y de Quirino? ¿Por qué usted y su partido aceptan en su fila a maltratadores de mujeres y embaucadores de menores? ¿Cómo explica la violación de las leyes, por ejemplo la que consigna el 4% para la educación?  Estas cuestiones no se preguntan, no existen espacios para la discusión y reflexión de estos temas entre ciudadanos y políticos en la República Dominicana.

Las veces en que se ha intentado hacer encuentros con los candidatos la metodología seguida ha sido que los ciudadanos seleccionados preguntan y los candidatos responden lo que les viene en gana, generalmente mintiendo y sin que el que pregunta tenga derecho a réplica. Y si alguno de los participantes hace una pregunta que invite a la reflexión lo acusan de ser un enviado de la oposición. Ese ciudadano jamás será agraciado, por inoportuno e imprudente, por meter a los organizadores en un apriete, y por deslucir tan lindo acto.

No nos engañemos, eso no es ni discusión ni deliberación, sino un monólogo que lo único que hace es ofrecer una plataforma gratuita para que los candidatos se luzcan. Ojalá que a los medios de comunicación, las universidades y las organizaciones civiles se les ofrezca la oportunidad de, por lo menos en campaña, organizar espacios de deliberación y discusión política.