El pasado jueves una furgoneta irrumpió a toda velocidad en La Rambla de Barcelona matando e hiriendo decenas de personas. Al momento del atentado miles de personas transitaban por esa vía. El objetivo del atacante, un joven de origen marroquí, era matar la mayor cantidad de personas. Hay varias cuestiones de fondo que debemos analizar para tener una perspectiva más amplia sobre estos atentados ya tan frecuentes en Europa particularmente.

En primer lugar, es necesario abordar el tema del lugar donde están ocurriendo estos atentado, lo cual determina el enfoque, y a su vez, las reacciones que se generan alrededor de estos hechos. Segundo, poner atención en  los intereses geopolíticos que hay de por medio. Y tercero, reflexionemos acerca de los discursos de seguridad nacional que se articulan en los países de Occidente tras los atentados.

El lugar

Estados Unidos y Europa no son solo zonas geográficas. Hablar de Estados Unidos y Europa, en el marco del sistema-mundo creado a partir de la colonización e invención del “nuevo mundo”, es, ante todo, referirse a un paradigma de humanidad. Paradigma que, en un esquema poder, producción de saber y subjetividades colonial, se impuso mundialmente como lo normal y “natural”. Es decir, el ideal de humanidad que Occidente construyó en medio de un proceso de sometimiento de su otro (que era el no blanco fenotípica, cultural y epistémicamente) se impuso como horizonte único al resto de las poblaciones del mundo. Un mundo nuevo (el de la modernidad) que rompió lazos con el pasado mediante una interpretación lineal de la historia en la que lo europeo se situó en el centro en tanto “superior” y lo demás en la periferia por cuanto “inferior”. La Ilustración, en ese contexto, fue entendida, al decir de Kant, como la llegada a la madurez del hombre europeo. Que, desde entonces, según diría Hegel más tarde, alcanzaba la sustancia histórica. Los demás pueblos quedaban, así las cosas, por debajo de lo europeo-norteamericano. Ese entendido hegemónico produjo unos diseños mundiales, y unas subjetividades, que perduran hasta nuestros días.    

Una de sus producciones principales es la lógica de Norte y Sur. Donde el Norte es el referente de humanidad que el resto del mundo asume. El desarrollo, derechos humanos, conocimiento y democracia son cosas “creadas” e inherentes al Norte. El Norte es pues lo humano. Por tanto, en la medida de que no seamos como la gente del Norte “carecemos de humanidad”. En el contexto de esos entendidos, es diferente que una cosa suceda en el Norte a que ocurra en el Sur. Lo que pasa en el Norte es concerniente al mundo y lo del Sur es local. Los medios de comunicación, y el contenido que la gente reproduce en redes sociales, naturalizan esta perspectiva.

La violencia, por ejemplo, cuando ocurre en el Norte es cosa extraordinaria. Mueren 14 personas en Barcelona y el mundo se sorprende. La gente llora y pone banderitas en sus redes sociales. Sin embargo, tres días antes de lo de Barcelona murieron 17 mujeres y niños sirios impactados por un misil norteamericano en una localidad siria. Nadie dijo nada. Porque en el Sur, según indica la línea de lo humano imperante, “la barbarie es lo normal”. Se vive en la lógica de la muerte. En el Norte la muerte es un evento extraordinario. Por ello los famosos y presentadores de televisión lloran cuando muere gente en París, Londres, Barcelona o Nueva York. Porque mueren los que se supone que no deben morir. Los que no son prescindibles. Los sirios, congoleños, iraquíes, somalíes, paquistaníes, palestinos, gente que no es blanca ni vive en el Norte, pueden morir. Son prescindibles.

Intereses geopolíticos

De otro lado, pongamos atención a los intereses geopolíticos que hay detrás de estos atentados. Al Qaeda fue apoyada por la CIA durante la invasión soviética de Afganistán a finales de los 70. ISIS recibió financiamiento y apoyo logístico de Arabia Saudita y Emiratos Árabes. Arabia Saudita es una monarquía absoluta regida por la Sharia. La interpretación coránica que orienta su Sharia es el wahabismo: doctrina islámica suní instaurada en Arabia en el siglo XIX al calor de la colonización británica y francesa de Medio Oriente. Mohammed Ibn Abd al-Wahab fue el padre de esta doctrina. El rey Abdulaziz Bin Saud unificó en 1932 el territorio de Arabia, con decidida ayuda británica, y fundó el actual Estado saudita. El nuevo reino se instauró bajo la doctrina islámica de al-Wahab.

En Arabia Saudita las mujeres no pueden conducir vehículos ni mostrar el rostro en público. Espadachines del Estado decapitan prisioneros en plazas públicas. Varios jóvenes saudíes están próximos a ser ejecutados por haber protestado contra el gobierno durante la Primavera Árabe. Una investigación de la BBC mostró cómo cuatro príncipes saudíes críticos de su gobierno fueron secuestrados en países europeos y conducidos hasta su país de origen; no se sabe del paradero de ninguno. Estos son solo algunos datos sobre esta teocracia siniestra apoyada por Estados Unidos y Europa. Adonde fue Trump hace unos meses a vender armas estadounidenses por valor de 100 mil millones de dólares. Europa también vende armas al reino saudí. Las monarquías europeas son amigas y hacen negocios con la dinastía petrolera saudita.

Arabia Saudita financia grupos extremistas islámicos. Sin la ayuda saudí ISIS no existiera. El wahabismo saudí es la doctrina islámica de casi todos los extremistas que ahora llenan de sangre, de vez en cuando, calles europeas. La perspectiva de la Yihad de los radicales de ISIS es ley del Estado en Arabia Saudita. País en el que, por cierto, está prohibido profesar otra religión que no sea el Islam incluso en privado. Exactamente lo que predica y trata de imponer con su barbarie el ISIS en los territorios que conquista. ¿Se puede ver la macabra hipocresía del Norte?

El discurso de seguridad

Finalmente, apuntemos al discurso de seguridad instaurado en el Norte tras los atentados. La amenaza terrorista ha devenido un dispositivo que es ya parte de la vida de la gente en el Norte. Con lo cual se ha posicionado una lógica, desde los aparatos estatales, tendiente a superponer la seguridad a los derechos ciudadanos. Así, en pos de la seguridad, se cercena la privacidad y disminuye el espacio de expresión pública de la gente. Ninguna persona puede expresar públicamente aquello que “atente” contra la seguridad nacional. Y ahora mismo el Estado puede intervenir llamadas telefónicas y todo tipo de comunicaciones privadas. Llama la atención que el fenómeno de los teléfonos inteligentes y redes sociales haya surgido al mismo que se instalaba esta lógica de seguridad. 

Si queremos “vivir seguros” tenemos que ceder en nuestra privacidad. Ese es el enunciado que subyace al discurso de la seguridad. El estado de excepción es la norma. En ese contexto, los discursos de cierre de fronteras y rechazo a los sujetos “peligrosos” (que vienen siempre del Sur) se posicionan con fuerza en el Norte. Al tiempo que la islamofobia se naturaliza entre sectores mayoritarios de las poblaciones. El musulmán es el otro “malo” a quien señalar como responsable de los problemas. En redes sociales, medios tradicionales y discursos de muchos políticos defenestrar contra el enemigo musulmán, ese “extremista” que amenaza la seguridad, es cotidiano. Es un significante que aglutina gente de diferentes estratos sociales. A su vez, millones de jóvenes musulmanes en Europa sobre todo, se ven, de pronto, viviendo en el desarraigo. En sus propios países son rechazados; son el otro de afuera. El radicalismo islamista, con sus soluciones simples que no requieren evidencias, les da un sentido de pertenencia a muchos de esos jóvenes. Se crea, así las cosas, una lógica perversa de odio en la cual negar la humanidad del otro es lo normal.

Tras el 9/11 el Estados Unidos se lanzó a imponer la guerra de civilizaciones que Samuel Huntington había anunciado en los 90. Desde entonces, a sus vecinos “civilizados” del Norte impusieron el discurso de la amenaza terrorista. Y en el Sur, especialmente en el Medio Oriente musulmán, instalaron un infierno con guerras interminables. Mientras Irak, Afganistán, Pakistán eran destruidos, y más tarde Siria también, jóvenes de estas zonas, viviendo con la muerte, abrazaban las versiones más radicales del Islam como mecanismo de defensa y de encontrar refugio ante el infierno creado en sus territorios. Así, la lógica de la muerte en sus países la trasladaron al Norte captando hermanos musulmanes radicalizados que son ciudadanos de nacimiento en países del Norte.  Es lo que ocurre ahora: las guerras en el Sur, creadas por las élites del Norte, están produciendo derramamiento de sangre justamente en el Norte.

¿Adónde nos llevará esto? No sé bien. Pero si al menos denunciamos la perversidad de la línea de lo humano entre Norte y Sur; la hipocresía Occidente que, al tiempo que proclama sus “luchas contra el terrorismo”, vende armas y compra petróleo al mayor financiador y soporte teológico del extremismo islámico; y que Estados Unidos y Europa dejen de invadir Medio Oriente en pos de intereses geopolíticos, creo que podremos avanzar para salir de esta lógica de deshumanización en que malvivimos. Y que tantos inocentes está matando.