La última vez que estuve en Santo Domingo, una amiga me llevó donde unos especialistas chinos, a darme unos masajes de refrexología que resultaron poco menos que épicos.

Estábamos relativamente cerca del Mirador Sur, así que, sin tenerlo previsto, decidimos ir a almorzar al Mesón de La Cava, lugar al que tenía más de dos décadas sin visitar y del que conservaba unas memorias exquisitas, en torno a unas míticas paletillas de cordero, que por desgracia, ya no tienen en el menú, aunque de todas formas, lo que comimos estaba delicioso.

En una de las mesas había una pareja en un gentil intercambio romántico, ella, una joven y bella chica negra, de trasero prominente y grandes ojos de expresión amable. El, un hombre europeo, blanco, cuya edad debía rondar los 40 y quien parecía muy cariñoso. Ambos pasaron todo el tiempo en un rincón, tomados de las manos, haciéndose carantoñas afectuosas y mirándose a los ojos, al parecer, inapelablemente arrobados uno con el otro.

En otra mesa había un grupo como de 8 ó 10 profesores universitarios, de la UASD (mi amiga los conocía y me detalló nombres y funciones, pero los olvidé) de diferentes parcelas políticas y quienes departían alegre y ruidosamente, referencias sobre sus familias y observaciones de un carácter que, con un poco de flexibilidad, podrían tildarse de político-filosófico.

En un momento, uno de los catedráticos les explicó a los demás en tono de mucho orgullo:

-Mi hijo, Perencejo, es uno de los líderes de los jóvenes con Leonel y es de cabeza que se ha metido en eso…

A esa presentación de credenciales, hecha por el padre envanecido, al que solo faltaba darse en el pecho como un gorila anunciando sus poderíos (sin ofender a los gorilas, con cuya conservación estoy comprometida) otra catedrática, reformista, que creo que en algún momento desempeñó funciones públicas y quebró la dependencia bajo su dirección, respondió con el mayor entusiasmo:

-¡Es que Leonel es un hombre de éxito! ¡Un hombre de éxito!

En ese contexto y como parte de la conversación, a uno de los académicos se le ocurrió redondear el panorama con una muy sabia sentencia que más o menos rezaba:

-La moral es siempre muy relativa.

En fin, mi amiga y yo terminamos el almuerzo y me dirigí al baño, a peinarme, perfumarme y retocarme el pintalabios. Entonces me pasó por la cabeza que debía despedirme de los demás comensales, de quienes había obtenido informaciones que no andaba buscando y a quienes, después de hora y media oyéndolos conversar involuntariamente y a todo volumen, pues ya consideraba como una especie de primos.

Primero fui donde la pareja de tórtolos, procurando que los profesores me oyeran:

-¡Hola! ¡Ahhhhh! ¡El amor! ¡Qué cosa más agradable y perturbadora! Permítanme desearles muchas felicidades. Es muy bello e inspirador ver cómo afloran el cariño y el sexo en la primavera de la vida y en cualquier otra estación. ¡Que les vaya muy bien! ¡Y que gocen mucho y gasten poco!

Ambos se echaron a reír y se dieron un besito como para confirmar mis palabras, mientras el camarero, vestido formalmente de negro y parado como una varilla observaba mis calmados y contoneantes movimientos, nervioso y desconcertado, pero sin intervenir, porque mis acciones no tenían nada de transgresión y sí mucho de simpatía e impecables modales.

De inmediato, me dirigí a la mesa de al lado, donde estaban los profesores. Me paré detrás del que había hablado de su hijo y con la mas amable y dulce de todas mis sonrisas, posé con mucha delicadeza la punta de los dedos sobre sus hombros, a modo de saludo y comencé a hablar bajito, cuidando las palabras como si las estuviera bordando y en el tono de voz de gata en celo, que siempre empleo en esas ocasiones tan solemnes. En esencia dije lo siguiente:

-¡Hooola! Mi nombre es Sara y no quería retirarme sin felicitarlos. Especialmente a usted, señor, por el hijo que está haciendo carrera con Leonel. Lástima que la señora que lo definió como un hombre de éxito ya se haya ido, porque yo estoy completamente de acuerdo con ella, por favor, díganselo cuando la vean.

Efectivamente, Leonel es un hombre de éxito y muy eficiente. Nadie ha tenido más éxito, ni mayor eficiencia que él asaltando al país, ni desarticulando sus instituciones. Incentive a su hijo a seguir ese ejemplo, si el objetivo suyo es que él prospere. Y también muchas felicidades a usted -añadí, dirigiéndome a otro- por lo de la relatividad moral, que me imagino, la hace desechable, para explicar estos fenómenos.

-Sí, la moral es relativa…-Tuvo él ánimos para ratificar lo dicho- y le respondí, cortándole la explicación, porque no deseaba ocuparles mas tiempo:

-¡Claro! La observación es brillante y merece un premio Nobel. Con profesores como ustedes, este país tiene mucho futuro. Tengan buen provecho y pasen feliz resto del día.