Como ciudadano, me satisfizo el discurso del presidente. Quedé esperanzado. Aparte de bien dicho y estructurado, traza un proyecto de gobierno haciendo hincapiés en impostergables prioridades. Una alocución adecuada a la situación de crisis sanitaria y económica en la que vivimos.

Una rendición de cuentas que estuvo precedida- como si fuese para subrayar la credibilidad de lo dicho- por el comienzo de la vacunación contra la covid-19, y la intervención judicial de la Cámara de Cuentas (pospuesta por dos décadas por los gobiernos que hicieron de ella el desinfectante de sus delitos).

Hubo omisiones y ubicuidades, que de seguro serán corregidas sin demora. Los analistas políticos detallaron la pieza oratoria satisfactoriamente. Yo, en cambio, quiero referirme al ambiente del evento, a lo que sentimos la mayoría de los dominicanos presenciándolo.

Aquello fue un alivio. Sentimos una sensación de saneamiento y de paz; una atmósfera laxa, de esas que llegan cuando se despeja la ira y la frustración.

En los gobiernos del PLD, igual con Danilo que con Leonel, tuvimos que tragarnos rendiciones de cuentas desbordadas de retórica sofista, mentiras; laberintos discursivos que intentaban transformar los mayores robos y desmanes de la historia en portentosa obra de gobierno.

Alrededor de aquellos presidentes sonreían, satisfechos y regordetes, depredadores conocidos por la población, ladrones de cuello blanco, criminales impunes apandillados con el mandatario de turno. Oírlos era indignante. Cada 27 de febrero nos llenábamos de frustración y de enojo.

Ocupando los asientos del Congreso observábamos a ministros, senadores y diputados repudiados por la población y manchados de dinero ajeno. Pillos que el rumor público señalaba por décadas, pero que la impunidad permitía que siguieran saqueando el tesoro público ¡Cuánto disgusto producían esos discursos amenizados por delincuentes!

El pasado 27 de febrero fue diferente. Abrió la sesión un hombre recto y de pasado incuestionable, el Senador Eduardo Estrella, cuya integridad y valores morales han sido trayectoria de vida. Luego ocupó el podio nuestro nuevo presidente, sólido en su credibilidad y limpio en su hoja de vida, flanqueado por caras nuevas: funcionarios, en su mayoría, sin cola que pisarles, junto a representantes de ambos cámaras todavía incontaminados. ¡Qué ambiente más gratificante!

Resultó esperanzador ver a esos hombres y mujeres sustituyendo a los antiguos funcionarios, aquellos  que revolvían estómagos y hacían  pronunciar maldiciones y deseos de cadenas perpetuas.

De ahí que, más que el discurso de rendición de cuentas, me animaran los aires de cambio que reinaban en aquel espacio. Es verdad, todavía vimos allí muchos repugnantes públicos, aunque menos, mucho menos. Eso se agradece. Son signos palpables de una transformación auspiciosa en el Estado dominicano.

Finalizada la pieza oratoria, todos preguntábamos de donde saldría el dinero para tantos y tan necesarios proyectos. La prensa responsable y la ciudadanía cuestionaron de inmediato las fuentes de financiamiento. Algo propio y natural; preguntas pertinentes que tenemos el derecho de hacer.

Pero otros no tienen ese derecho. Carecen de autoridad moral para hacerlas, pues tienen demasiados gatos entre sus macutos. Los líderes del PLD, delincuentes o cómplices por omisión perdieron el derecho de indagar sobre dineros. No acaban de responderle a esta sociedad, ni como individuos ni como partido, de las rapacerías cometidas mientras gobernaron.

El expresidente Leonel Fernández pudiera estar listo para hacer preguntas sobre financiamientos, tan pronto clarifique, con números y documentos, las dudas que el colectivo tiene acerca del origen de FUNGLODE, la contabilidad de la construcción del metro, los Tucanos, su asociación con Félix Bautista, Diandino Peña, la compañía Odebretch, y etcétera. Debemos ver sus impuestos y sus ingresos. Entonces, y solo entonces, podría dedicarse a cuestionar el origen de los fondos del actual gobierno. Ojalá lo hiciera pronto.

Seis meses han pasado, se han cometido errores, pifias, manejos inexplicables, decisiones equivocas. No se puede negar. Sin embargo, lo he dicho antes, han ocurrido cambios institucionales y decisiones ejecutivas de carácter revolucionario.

Aún con tropezones y equivocaciones, este Gobierno es nuestra oportunidad de civilizarnos, de que no solo cambie la atmósfera dentro de un recinto oficial, sino en toda la nación.