Cada vez es mayor la afluencia de la clase media capitalina a la Ciudad Colonial de Santo Domingo. Para ella el sitio se está consagrando como un oasis de esparcimiento, especialmente los domingos y aun con el escaso espacio de estacionamiento. Sin embargo, a pesar de que su limpieza y seguridad han mejorado últimamente, el recinto exhibe algunos vicios que ameritan una urgente atención de las autoridades competentes. No hay porque esperar a que se inicie la ejecución del nuevo “programa integral de desarrollo turístico y urbano” del BID para corregir estas aberrantes anomalías.
Por grotescos y alocados habría que comenzar señalando los resultados de la restauración de la “catedral castrense” de Santa Barbara. No es solo que el velo militar que ahora le endilgan es innecesario e incomprensible, sino que el barniz y decoración con que han embadurnado su entorno la hace parecer un mamotreto de Walt Disney World en vez de una reliquia colonial. La suntuosidad de su remodelación interna ha escandalizado tanto que los comunitarios del barrio la acusan de ser un coto cerrado para los ricos, lo cual cobra mayor validez con la cerca de presidio que impide que los lugareños disfruten de su adyacente plaza. La Iglesia Católica debe intervenir para corregir estos pecados capitales.
Algo similar pasa con el Parque Independencia, aunque este caiga fuera de los límites del recinto colonial. La castrante cerca metálica que lo rodea atropella mortalmente la misión de esparcimiento que debería tener porque desincentiva su uso e impide el disfrute de su arboleda. El malhadado encierro resultante no es nada necesario para proteger al Altar de la Patria, el cual siempre tiene una guardia militar. Tampoco se justifica para “dignificar” el lugar impidiendo episodios de ratería o de prostitución. Si estuviese bien iluminado y dispusiera de una vigilancia policial podría convertirse en una meca de descanso y solaz. Esa fea palizada debe desaparecer.
Merece desaparecer también el surco lineal de piedra que delimita las calles adyacentes al Parque. Al igual que pasa con un surco similar que perturba el rodamiento frente al Obelisco Hembra del malecón, los conductores maldicen esos surcos por la crispación que producen cuando se rueda sobre ellos. Si la intención fue la de marcar el discurrir de la muralla colonial hasta llegar a su extremo norte, es bueno que se sepa que lo que produce en la mayoría de los conductores es un desconcierto. Casi nadie se imagina su propósito. Por la urticante molestia del rodamiento al pasar sobre esos surcos procede eliminarlos ya para impedir que los conductores los sigan maldiciendo.
Otro gran impedimento al esparcimiento se da en la enorme Plaza España. Habrá que condenar a quien se le ocurriera que debe estar a la intemperie y sin el manso cobijo de frondosos árboles. Así como está ahora la Plaza solo atrae las visitas durante la noche, impidiendo que durante el día pueda atraer a visitantes y lugareños para descansar en bancos y refrescarse en la cercanía de una o dos fuentes que puedan adicionarse. Seria improbable que el sitio fuera descapotado cuando se construyó el Alcázar, pero aun si diseñaron una plaza desguarecida del sol porque así se imaginaron que fue el lugar, entonces procede ahora dotarlo de una ambientación boscosa que acoja las visitas diurnas. Lo contemplado en el nuevo proyecto del BID no es suficiente.
De la Plaza España se ha dicho que albergara un masivo parqueo subterráneo. Pero del nuevo proyecto de revitalización lo único que puede inferirse es que estaría en las inmediaciones de la Puerta de San Diego. Una parte subterránea merece ser bienvenida, pero ni siquiera tomando la plaza de San Diego el espacio de estacionamiento sería suficiente. A juzgar por la cantidad de autobuses que se aglomeran en la Avenida España, lo preferible sería derrumbar la maléfica muralla de Trujillo que “protege” el lado sur de la Fortaleza Ozama y usar el espacio que esta encierra para parqueo adicional. También sería una feliz iniciativa mudar la Comandancia del Puerto que le queda al lado oeste para incrementar el espacio de estacionamiento. Se necesita reclutar estos espacios para acomodar mejor al turismo.
Pero acomodar a los turistas no debe ser la máxima prioridad. En tanto la Ciudad Colonial es un patrimonio del pueblo dominicano que le ayuda a consolidar su identidad, la prioridad máxima es acomodar a los visitantes y residentes nacionales. Para acomodar a todos será necesario hacer un análisis riguroso sobre el uso actual de los espacios públicos, muchos de los cuales han sido cooptados por los particulares con fines mercuriales. Aunque las mesas al aire libre de restaurantes y cafeterías deben permitirse (y así lo contempla el nuevo proyecto), no puede permitirse que, como es el caso del Parque Padre Billini, esas mesas ocupen casi todo el espacio y desincentiven su uso por parte del peatón común. Lo mismo aplica a los estacionamientos callejeros que son reservados por hoteles y otros negocios sin tomar en cuenta que a quien deben servir es al público y no exclusivamente a los clientes.
El anunciado nuevo proyecto del BID buscara impactar sustancialmente los espacios públicos. Este espera disminuir sustancialmente el rol de los vehículos ensanchando las aceras de una docena de emblemáticas calles para incentivar la movilidad del peatón y el ciclismo. Pero eso demandará de un cambio en la cultura del nacional que no está acostumbrado al uso de la bicicleta y habrá que esperar a ver si las obras correspondientes, modeladas por las europeas, han sido bien concebidas. Aunque deseable, el uso masivo de la bicicleta no compagina con el sol abrasador del trópico. Y aunque los dibujos del citado proyecto auguran la siembra de árboles en las calles intervenidas, no parece haberse puesto suficiente énfasis en ese recurso.
El problema más enmarañado que confrontará el nuevo proyecto será el de la remodelación de 200 viviendas, especialmente aquellas ubicadas en San Antón, Santa Barbara y San Miguel. Es conocido que en esos barrios existe un enorme problema respecto a la titularidad de los solares y viviendas, lo cual posiblemente requiera de una declaración de utilidad pública en algunos sectores para poder expedir nuevos títulos. De más factible suerte podría ser el uso contemplado de algunas grandes edificaciones de la calle El Conde para habilitarlas como viviendas y poder así incrementar la población del recinto colonial. Conviene que se comience desde ahora a hacer un inventario forense.
De cualquier modo, es tiempo ya de que se comience a pensar en el rediseño de algunas partes de ese proyecto. Ya algunos sectores comienzan a preparar una contundente oposición al diseño de Rafael Moneo para las ruinas del Convento de San Francisco, una obra que el Ministerio de Turismo pretende imponer a rajatabla a pesar de haber sido rechazada en el proyecto anterior por varias importantes organizaciones y cientos de profesionales. Muy deseable sería, por tanto, aprovechar ese rechazo para también quitarle al MITUR la ejecución de ese programa en vista de que el grueso de sus intervenciones no tiene un carácter “turístico”. El ejecutor debe ser el Ministerio de Cultura o el ADN.
Parte de los problemas que confronta la Ciudad Colonial, la cual debería ser conocida como Centro Histórico porque de colonial solo tiene un 25% del territorio, deviene de la errada concepción que todavía prevalece como un atractivo turístico. La misión del recinto es la de servir de referencia histórica a los nacionales a fin de que, conociendo sus raíces históricas, consoliden su conciencia e identidad nacional. Su aprovechamiento turístico es un asunto secundario y los principales beneficiarios del nuevo programa deben ser los dominicanos. Por eso comporta gran validez la propuesta de que el recinto sea un Municipio Especial y su gobernanza este a cargo de él.