Muchas veces hablamos y pensamos en disciplina y nos crea un sentimiento desagradable, es una función que tenemos que hacer pero que a muchos les resulta aversiva. Este sentimiento provoca conductas que nos dificultan asumir el control de una manera positiva y relajada.

Tal vez tendríamos que pensar en por qué es necesario que seamos facilitadores de disciplina para nuestros hijos y qué efecto tiene en ellos esta función.

En primer término es un aprendizaje del orden social. Enseñamos a vivir en convivencia. El colocar la ropa o los juguetes en un lugar determinado, bañarse, merendar y hacer la tarea a una hora establecida, es disciplinar.

Por otra parte es un entrenamiento en autocontrol, que les enseña a crecer y madurar.

El ir promoviendo desde los primeros años el hacer los quehaceres diarios, les ayuda a internalizar las rutinas y luego no necesitan el pedido externo para llevarlas a cabo.

Por último el saber cuándo, cómo y dónde hacer las cosas, hasta dónde se puede o no, qué es permitido y qué sancionado, les da seguridad, porque pueden actuar en consecuencia y conocer de antemano el resultado de su conducta.

Desde la formación de la pareja, la familia va pasando por etapas que se definen por las edades y el desarrollo de los hijos. Esto es a lo que llamamos el Ciclo de la Vida Familiar.

Cada momento de este ciclo requiere ajustes propios con relación a aspectos importantes, entre los que está la disciplina.

La disciplina con los niños pequeños es sencilla si aprendemos a respetar la necesidad de competencia que muestran desde los dos o tres años. Todos hemos escuchado el “Yo solito”, “Yo se, yo se”, pero muchas veces somos los padres los primeros que limitamos esta capacidad de ser responsables para hacer muchas actividades que tienen que ver con ellos que facilitan  su convivencia familiar y constituyen los inicios del entrenamiento en disciplina.

La forma de hacer las indicaciones es importante en estos años. Este mensaje verbal debe ser breve, preciso y concreto. No use muchas palabras ni dé muchas órdenes al mismo tiempo, mire al niño a los ojos y si es necesario pídale que le repita la orden para asegurarse que lo ha comprendido. Dé la orden con la conducta que espera del niño, esto es, si quiere que su hijo de tres años venga a bañarse no lo llame seis veces, búsquelo donde está, tómelo de la mano en forma enérgica pero no agresiva y diga “vamos  a bañarte”.

En los mayorcitos de 6 a 10 años el “tiempo fuera”, es decir suprimir actividades, situaciones u objetos atractivos para el niño suele ser efectivo. Esto le permite internalizar, reflexionar y asumirlo como una consecuencia de una conducta inadecuada. El tiempo fuera no deber ser repetitivo ni prolongado, pues pierde efectividad. La fórmula de dos minutos por cada año del niño, es regularmente suficiente.

Enséñele a sus hijos a vivenciar las consecuencias lógicas de haber violado el orden establecido, asignando sanciones que no dañen su persona y que le haga entender que debe respetar a los demás y la armonía familiar. Es recomendable organizar la vida de los niños y el no haber cumplido con la actividad que precede en el orden, limita el disfrute de la siguiente. Por ejemplo si llegan de la escuela, comen, ven un poco de TV, se bañan, hacen la tarea y juegan, no deberían disfrutar del juego si no se han bañado o realizado la tarea escolar. La mayoría de las veces da resultado si somos claros y consistentes en las normas establecidas y en las consecuencias a ser aplicadas si no son cumplidas.

Cuando los hijos son adolescentes la familia entra en un ciclo de vida distinto donde los ajustes no son sólo en el aspecto de la disciplina, sino en comunicación, responsabilidad, diversión, grupo de iguales, entre otros.

Este es el momento de llegar a acuerdos y negociar entre padres e hijos las reglas establecidas hasta ahora. Esto no implica que los padres pierdan poder sino que de manera responsable los hijos ya son capaces de participar en la toma de decisiones y las reglas que deben modificarse.

Debe continuar aplicando las consecuencias lógicas  de acuerdo a los intereses y actividades del adolescente. Debe continuar siendo claro, por ejemplo no le diga a su hijo de 16 años “Ven temprano”, dígale, “recuerda que establecimos las 11 para llegar, te espero a esa hora”.

En caso de permisos o conductas inadecuadas no diga NO mientras lo piensa. Si no está seguro dese un tiempo y expréselo a su hijo diciendo “Hablamos de esto más tarde” o “Luego de conversar con tu padre o madre, hablamos”. Los padres no tenemos que dar todas las respuestas inmediatamente pues esto nos hace ser inconsistentes, ya que ese NO, puede convertirse en un SI, después de haberlo pensado.

La familia cambia, los hijos crecen y el educarlos es un proceso que puede ser vivenciado positivamente tanto por los padres como por los hijos. Es un compromiso que exige crecimiento y regularmente no recibimos entrenamiento para ello. Busque ayuda si la necesita y recuerde que es de valientes reconocer que somos imperfectos.

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