Llegó el 2021 y seguimos con nuestros hijos en casa, limitados por el toque de queda, el cierre de las escuelas y de los parques. Muchos padres están estresados pues no saben cómo manejar los retos que enfrentan y, para colmo, no pueden salir con sus hijos ni siquiera a un paseo al aire libre los fines de semana. Los niños y jóvenes también están cansados. Han estado viviendo su proceso de adaptación, enfrentando desafíos y dificultades. Todos necesitamos cuidarnos, autorregularnos para poder comprender y enfrentar cada situación que se presenta de la mejor manera posible.

Hablar de disciplina en estos momentos puede generar diversas reacciones. Por un lado, los padres no queremos ser demasiado estrictos y por otro lado no queremos ser demasiado permisivos. Hasta podemos llegar a sentir lástima y a veces flexibilizamos más de la cuenta para evitar causar un daño en estas circunstancias tan atípicas en las que todos estamos buscando vías para sobrevivir y superar los obstáculos. Otras veces nos vamos al otro extremo de explotar frente al comportamiento desafiante de nuestros hijos. Sin embargo, siempre aspiramos a mantener la estabilidad, el orden y la calma en nuestros hogares. Para esto debemos fortalecer nuestras relaciones y poner límites, aún cuando nos falte energía o deseo de hacerlo.

Disciplinar en pandemia requiere de mucha paciencia y de la capacidad para autogestionar nuestras emociones, que son muchas. Lo primero que tenemos que entender es que el problema no es nuestro hijo. Cuando no se comporta de la manera como esperamos o deseamos no significa que desea molestarnos. Su conducta refleja lo que está viviendo, lo que necesita y lo que debe aprender. Es por esto que lo primero y más importante es conectar con ellos y comprenderlos sin justificar lo incorrecto.

Estos son momentos en los que muchos niños, e incluso adultos, no saben cómo expresar su tristeza, sus miedos y frustraciones por lo que lo hacen de manera inadecuada, con agresividad o evasión. El no poder ir a la escuela o no poder juntarse con amigos, salir ni tener un espacio en la casa y, hasta el aburrimiento, son algunas de las situaciones que los detonan. Validar y nombrar nuestras emociones y las de nuestros hijos será de gran ayuda. “Veo que estás triste porque no puedes juntarte con tus amigos”, “Estás frustrado con las clases a distancia” son algunos ejemplos de cómo reconocer y validar lo que sienten. Plantear preguntas que lleven a pensar en soluciones permitirá que desarrollemos la capacidad de resiliencia. Algunas pueden ser: “¿Qué sí podemos hacer?”, “¿Cómo puedes lograr que funcione o mejore esto?”, “¿Quién te puede ayudar?”

Las amenazas y los castigos deben ser sustituidos por límites y consecuencias sanas y apropiadas. Prevenimos conductas inadecuadas cuando preparamos el ambiente, establecemos una rutina y especificamos con claridad lo que se espera y lo que no es aceptado. Cuando se presenten dichas conductas, podemos re-direccionar, dando opciones y buscando otras cosas que hacer. Hay veces que es mejor ignorar o no responder a menos que la acción implique un riesgo o daño. Y lo más importante, dediquemos tiempo a modelar y enseñar a nuestros hijos el comportamiento, a practicar con ellos, a dialogar cada día y a promover la confianza.

Es recomendable identificar, reconocer y reforzar la conducta adecuada cada vez que se pueda, mencionando lo que nuestros hijos han hecho bien de manera específica y no solo limitándonos a decirles “muy bien”. Incluso darles un abrazo puede ayudar bastante a conseguir que la conducta deseada se mantenga.

En las circunstancias que estamos es fácil caer en la tentación de gritar, amenazar, pelear e incluso de recurrir al castigo físico con golpes, empujones o cualquier otra forma de maltrato. Esto debe ser evitado a toda costa. Hoy más que nunca nuestros hijos necesitan sentirse seguros, protegidos y amados. La integridad física, la salud mental y el bienestar de todos debe ser prioridad en nuestros hogares. Hagamos lo necesario para lograrlo.