Tengo en mi celular algunas notas que he ido escribiendo por ahí: Subido en el tren, de pasamanos, en el camión, en los revolúes de un café y hasta en las intermitentes noches del sueño (cuando la pantalla de mi ordenador luce apagada y a mi lado descansa solo el aparato de bolsillo).
Mi black and Berry (babeado casi a diario por la pichona) armazón de plástico, primero de su género, comprado en las calles a un sujeto delincuente que también me vendiera un I-pod de ocho gigas, y que al final de cuentas resultó de falso como político criollo, siendo en realidad un radito de transistores “Made in China” con el que me hizo el atraco y cuadró su día el bendito pelao, es una extensión neuronal, fiel a mi toque, amable con mis circunstancias.
Sobrevivo en newyorciri a punto de que se me corte la respiración cualquier fin de mes: medio duermo, medio sufro, medio me da una apoplejía entre recuerdos y ganas. Desde hace un tiempo ando de lo más extraño, soso, cabizbajo, meditabundo. Si hasta tenia visitas por estos lares y el pobre señor visitante, igual de ilustre y entregado, andaba preguntándose qué carajos le pasa al fulano de mí en estos amarres de la existencia. La dualidad del ser, el mucho pensar, el presentar el cuerpo, cuando el cerebro se te va escapando por un agujero de arena y cae muy dentro “tic tac, tic tac”.
Bien, en mi Black and berry que es de color marrón; llevo de corrida media novela, tres cuentos, dos poesías; el epitafio que quiero que me escriban cuando me entierren, cremen o frían en salsa BBQ de McDonald’s (además de los últimos intereses que le voy ganando al duelo tan dispar que es la vida). Ando newyorciri de reojo, de observante y metiche, de iluso, de fresco, de amigo, quizás hasta de necio sintiendo a veces que soy “la gran merde d artist” cuando me dejo seducir por una jeva.
No bien llegué a este país (me sacaron a puro pellejo y pistolas) me afilié al primer madero que me cruzó por el lado. Un tronco un tanto manoseado de unas cincuenta aldabas en la puerta (eso sí, con los fierros en orden y siempre presta para la pelea).
Andaba yo en búsqueda de “una chavalita free” y la encontré muy “guay” en una bodega boricua: parecía macho con su pelo corto; negro, negrito entintado, de bellos pies (denuncio mi fetichismo podo-masturbante, besuqueador de empeines, masajista) perfumada de “Channel Number Five” en todo el pescuezo.
Como apenas había llegado y aún no tenía cama, apenas me tiraba como perro en lo que hoy por hoy es mi estudio de brochas y regueros; tiraba una colcha en la alfombra verde y amanecía de amores así de juntito a la susodicha… Unos meses después ella se me fue con un moreno alegando no tener futuro conmigo. -¡Coño!- que palabras más sibilinas.
Ayer la he visto por mi calle. Yo con mis dos pichonas a rastro, ella igual de peli corto, medio acabada, diciendo que me ha visto en un programa de TV acabando con el gobierno.
– Tú quieres que te maten! ¡Qué lindas están tus nenas!- Y qué carajos te pasó, quién te ha dado ese golpe?- Señalando mi ojo derecho, rojo como bandera reformista.
Fue tu moreno mami; tu moreno. –Déjate de vainas; dime qué te pasa?- Tengo conjuntivitis.
¡Pues no te me pegues, no te me arrimes, no me des la mano, que eso se pega!… AH, Y POR FAVOR, LLAMA. QUE TU NO LLAMAS A NADIE.
Se lo prometí. Entonces tomo la ruta más segura al banco, a la frutera, al cole de la más grande de mis traviesas, y en lo que se me da lo del regreso, voy tomando apuntes con phone, y ya ven lo que surge de vez en cuando.