La frase que da título a este artículo es de Henrique Vieira, un pastor evangélico de Brasil. La expresión resulta chocante y más cuando nos enteramos que la dijo un líder cristiano … ¿Verdad?

Pero él se refiere a ese cristianismo sin Cristo, sin amor, sin compasión, sin misericordia. Ese cristianismo de moralidades vacías que manipula conciencia y comercializa con la fe, que apoya dictaduras y se complace con el poder político.

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, es un personaje oscuro que ganó las elecciones el año pasado gracias, en parte, al apoyo de las comunidades evangélicas fundamentalistas que están tomando una fuerza tremenda en ese país. Bolsonaro  insulta a las personas gais, a las feministas,  reivindica al dictador chileno Pinochet y  arremete en contra de Michelle Bachelet, ex presidenta de Chile y actual Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, porque ha denunciado que en los últimos meses en Brasil se ha contactado una “reducción del espacio cívico y democrático”.

En Estados Unidos, país mayoritariamente protestante, Donald Trump llega a la presidencia en el 2017 de la mano de un grupo de fundamentalistas evangélicos que le apoyaron y le asesoran informalmente.

Costa Rica estuvo a punto de caer en manos del predicador evangélico Fabricio Alvarado. Es cierto que perdió las elecciones, pero llegó muy lejos con su discurso conservador en contra del matrimonio igualitario, el aborto y otros temas como la fecundación in vitro.

Un grupo de inspectores irrumpió en una feria del libro en la ciudad de Río de Janeiro para confiscar un cómic en el que aparece una pareja de hombres besándose.  ¿Quién dio la orden? Marcelo Crivella, alcalde de esa ciudad y quien ocupa el cargo de obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, una organización evangélica de los mismos estafadores de “Pare de Sufrir”

Guatemala no corrió con la misma suerte y tiene su presidente evangélico, Jimmy Morales, quien también ganó hablando de sus principios fundamentales: “la familia y “el temor de Dios”.

La semana pasada la prensa internacional se hizo eco de un episodio que recuerda a las dictaduras como la que asesinó al poeta Federico García Lorca en España en 1936. Un grupo de inspectores irrumpió en una feria del libro en la ciudad de Río de Janeiro para confiscar un cómic en el que aparece una pareja de hombres besándose.  ¿Quién dio la orden? Marcelo Crivella, alcalde de esa ciudad y quien ocupa el cargo de obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, una organización evangélica de los mismos estafadores de “Pare de Sufrir”.

Por fortuna, la Justicia se opuso y los medios de comunicación brasileños se hicieron eco con el titular de “Crivella intenta censurar un beso gay pero se lo prohíben”.

Y aquí entre nosotros, hace poco el ex presidente Leonel Fernández empezó a predicar en una iglesia evangélica, citando las Escrituras y reafirmando su fe y su devoción. Aleluya! Y como los evangélicos están creciendo, especialmente en los sectores más pobres, hay que ganárselos, aleluya!

Y así las cosas, ya la Iglesia católica no es la que decide, los evangélicos están creciendo y buscan su ración de poder para influenciar en los gobiernos, conseguir exoneraciones e imponer su punto de vista fundamentalista y antidemocrático.

Todas las épocas han tenido sus espantos y la nuestra es la de los fanáticos, atinó Mario Vargas Llosa en su discurso Nobel 2010. Ciertamente proliferan los individuos que piensan que deben imponer su verdad religiosa y moral sobre los otros.

Hoy más que nunca urge la necesidad de un Estado laico que funcione de manera independiente y desvinculado de toda confesión religiosa. Que garantice por igual los derechos de sus ciudadanos, sean estos creyentes o no.  Un Estado donde las creencias religiosas no interfieran sobre la política nacional que debe ser justa e imparcial.