La imagen que se tiene del dios de los cristianos es falsa o al menos distorsionada. De Dios se dice que es omnipotente, que todo lo puede; que es omnisciente, que todo lo sabe; y que es omnibenevolente, que es todo bondad, todo amor. De Dios se dice además que es omnipresente, que está en todas partes al mismo tiempo; y que es omnitemporal, que ha existido siempre y siempre existirá, que existe simultáneamente en el pasado, el presente y el futuro. Sin embargo, puede demostrarse mediante la razón que algunas de estas virtudes divinas son mutuamente excluyentes, que existen contradicciones internas entre ellas.

Podría parecer un sinsentido hacer uso de la razón para tratar de conocer la naturaleza de Dios. Sin embargo, no lo es. Estas características divinas han sido el fruto de brillantes ejercicios intelectuales. En efecto, las mismas no se encuentran en las páginas de la Biblia sino en las de las obras de san Agustín y santo Tomás de Aquino. Si bien es cierto que ambos fueron tan piadosos como para ser canonizados, no lo es menos que fueron también filósofos – influidos por Platón y Aristóteles, respectivamente – y que las características que componen la imagen divina generalmente aceptada son frutos de sus reflexiones. Nada es más lógico, entonces, que analizar racionalmente la naturaleza divina.

¿Puede Dios crear una roca tan pesada que ni siquiera Él podría levantarla? Esta paradoja basta para poner en entredicho la omnipotencia de Dios. Si no puede crearla, entonces no es omnipotente. Si puede crearla, pero no puede levantarla, tampoco lo es ¿Puede Dios pecar? Y Si no puede, entonces no es omnipotente.

Por otro lado, si Dios es omnisciente, lo sabe todo, incluyendo el futuro. Esta conclusión se desprende también de la omnitemporalidad de Dios: Dios vive simultáneamente en el pasado, en el presente y en el futuro. Y como vive al mismo tiempo en el presente y el futuro, conoce el futuro en el presente. La omnitemporalidad divina es un serio contrargumento de su omnibenevolencia. Usemos un ejemplo actual: si Dios ya sabía que Danilo Medina iba a dirigir uno de los gobiernos más corruptos de nuestra historia, entonces sus funcionarios no podían hacer otra cosa que robar ¿Por qué? Porque si los funcionarios de Danilo fueran honestos, entonces Dios se habría equivocado, por lo que quedaría demostrado que no es omnisciente.

Las implicaciones de esta última contradicción son devastadoras, pues dan al traste con el libre albedrío, concepto desarrollado por san Agustín para responder la pregunta más difícil que se han hecho los hombres: ¿Por qué Dios permite el mal? San Agustín argumentó que si la humanidad solo puede ser buena, entonces la bondad no tiene ningún mérito. Dios creo el mal para que la humanidad pudiera elegir, haciéndose responsable de sus actos. Sin libre albedrío, Dios no podría exigir cuentas a los hombres durante el juicio final.

Pero si el libre albedrio no existe, entonces el mal es gratuito, no es más que una maldad de un dios malvado. Si Dios permite el sufrimiento, entonces peca. Y si peca, entonces no es omnibenevolente, no es todo bondad y amor. Camus lo resumía en esta frase: “O Dios no existe, o existe y es un sádico”. El ejemplo de Job lo demuestra. Job fue un hombre virtuoso, temeroso de Dios. Sin embargo, Dios se ensañó con Job, lo sometió a las desgracias más terribles, solo para ganarle una apuesta al Diablo.

Hay aun una contradicción: Jesús nos enseñó a orar. Pero si Dios tiene todas las virtudes que se le atribuyen, entonces orar no sirve para nada. La filosofa americana Eleanor Stump argumenta que si Dios es omnisciente, conoce el futuro, que si es omnipotente, puede cambiarlo todo y que si es omnibenevolente, escoge, en cada momento lo que es mejor para cada una de sus criaturas. En consecuencia, o bien se ruega a Dios por algo que Dios ya ha decidido hacer, por ser lo mejor para el creyente, o bien se le pide algo que Dios ha decidido no hacer, por no ser lo mejor para el creyente. Entonces orar es inútil. Y sin oración no hay Dios.

En conclusión, Dios no puede ser al mismo tiempo omnisciente, omnipotente y omnibenevolente.

Quizás fue el filósofo Epícteto quien mejor resumió estas paradojas:

“Si Dios quiere destruir el mal, pero no es capaz de hacerlo, entonces no es omnipotente.

Si Dios es capaz de destruir el mal, pero no quiere hacerlo, entonces no es omnibenevolente.

Su Dios es capaz de destruir el mal y quiere hacerlo, ¿Por qué existe el mal?

Si, en definitiva, Dios no es capaz de destruir el mal ni tampoco desea hacerlo, entonces, ¿Por qué llamarlo Dios?”