Crecemos todos los años, supuestamente, según las estadísticas del Banco Central y de los organismos internacionales, sin embargo, este crecimiento “económico” no se refleja en lo intelectual, cognitivo y bienestar para el pueblo dominicano.

Me duele, y entiendo que asi debe dolerle a todo dominicano, todo padre, toda madre, todo hijo, ver el indigno espectáculo anual de la repartidera de canastas, fundas, cajas, en este periodo, que en vez de aportar dignidad y algo de bienestar a quienes la reciben, abonan su indignidad y desamparo. Duele ver embarazadas, envejecientes, jóvenes, atropellados, haciendo filas interminables desde horas de la madrugada, para recibir miserias y migajas con el favor del presupuesto, y a mas de esto, con productos de malísima calidad, sobrevaluados que han enriquecido a mas de un político ladrón e indolente.

Como sociedad estamos llegando tarde a nuestra cita con el futuro, no puede hacerse patria con pedigüeños y miserables, no debe aprovecharse el dolor y las carencias ajenas para, encaramados en ellas, hacer de manera continua y constante política, política y mas política, al estilo dominicano, esto es, sobre la base de la conmiseración y la humillación del otro. La empatía, el respeto a la humanidad del prójimo se ha ido para el carajo de manera literal.

Lamentablemente, hasta que no cambiemos nuestra forma de pensar como personas, con el dame lo mío, los pica picas, lo fácil, estaremos destinados a estos espectáculos sobrecogedores, insólitos, absurdos de una sociedad del siglo XXI, que cada año “crece” aproximadamente seis por ciento. Este crecimiento, sustentado y avalado en empréstitos que deberán ser pagados de una u otra manera, este contrasentido del desarrollo, no es tal, si no crecemos como sociedad, como seres humanos, como entes sociales y como personas que les importen su país y que impida de una manera u otra que la mitad de los dominicanos quieran irse de nuestra tierra.

Nos estamos despoblando desde las “devastaciones de Osorio” y todavía tenemos ese sentimiento dual y banalizado, de no querer estar aquí, y al mismo tiempo querer regresar desde que nos vamos. Y esto es obvio y claramente fundamentado en la forma que tienen nuestros políticos de gobernar, no hay un plan de Estado, un proyecto de Nación, un sistema a través del cual podamos predecir como estaremos en veinte años, quizás ni siquiera en cinco, y lo peor de todo, es que, desde que un partido o político (todos sin excepción), se encaraman a dirigir aunque sea el Ayuntamiento de la mas apartada y humilde demarcación, quiere quedarse y no moverse de ahí nunca, ser Presidentes aunque sea de una manzana. Esto multiplicado por millones de veces es lo que pasa con la Presidencia de la República, donde quienes tienen el privilegio de “servir” a la Nación desde dicho puesto, se hacen y se creen indispensables y sujetos de la divinidad mas prístina y con conexiones con el mismísimo Dios, lo cual además es abonado por los lambones de turno y tumba polvos usuales.

¿Hasta cuándo un presidente se creerá indispensable?

¿Hasta cuándo un politicucho entenderá que el dinero que administra es suyo y de sus lambones y acólitos?

¿Hasta cuándo estaremos abonando la miseria?

¿Hasta cuándo como sociedad, entenderemos que solo el trabajo y la dignidad nos harán salir de este subdesarrollo?

¿Cuándo entenderemos estas realidades?