Llega la noche, específicamente la hora en la que tieneque acostarse, pues por más que se afane, no puede añadir horas al día. Poco a poco los ruidos alrededor de la casa van silenciándose, más en su cabeza las preocupaciones estallan estrepitosamente.
Para un hombre casado, la posibilidad de terminar el día envuelto en el clímax del romance parece normal y natural. Sin embargo eso también está fuera de lista. Los cuerpos están cerca, tanto como para compartir la misma sábana, pero distantes, tanto como el sur lo está del norte. El afán, las demandas infinitas de los hijos que no parecen encontrar nunca un punto de satisfacción, semejante es lo que vive en la oficina, donde su jefe acusa a todos de ser incompetentes.
También están los amigos y las historias de infidelidad, escapadas, tragos y “happyhours”, mujeres enviándole textos y el Facebook, los millones de secretos, los códigos de acceso que no comparte y que generan reproches. Los préstamos, el carro, la falta de ejercicio y ese dolor en el pecho que va y viene. Gira a la derecha en la cama, se arropa y desarropa conforme aumenta su frustración por no conciliar el tan necesario sueño. Los minutos se transforman en horas y éstas prometen acabarse mucho más aprisa que todas las que vienen cargadas de obligaciones en el largo día. Y aunque todas tienen los mismos sesenta minutos, pesan más cuando se arrastra el cúmulo de cansancio de los otros días de larga faena y escaso dormir.
Dios –dice- ayúdame a dormir! Girando su cuerpo al lado opuesto. Ahora le resulta inevitable tenerla a la vista, a sabiendas de que finge dormir cuando él entra al cuarto. Ambos se conocen y cada uno sabe bien qué esperar del otro, y justamente por eso, han llegado a una tregua; soportarse e ignorarse, mientras viven el juego de las apariencias. Si tan sólo no peleara por todo, -piensa- si no se metiera con mi dinero, si su madre metiera menos las narices –así va intoxicándose hundido en las justificaciones que se dice a sí mismo para no poner de su parte, dando por hecho de que sus acciones son justificables y él no es parte del problema- Esta triste rutina de voces y pensamientos le mantienen alerta, mientras los ojos pesan queriendo permanecer cerrados. Al fin, poco a poco va cayendo en un túnel, todo pensamiento se desvanece y queda dormido, sólo para vivir el infortunio de espantarse al grito de la alarma despertadora, que le anuncia cuán corta fue su suerte…
Preso de su realidad no puede creer que ya tenga que levantarse. Entre el mal humor y el hecho de que todo lo que le espera en el día es inevitable, se queja de lo mismo mañana tras mañana, elevando un sinfónico malestar que se le incrementará con el tráfico, el mal desayuno, esto y lo otro. ¡Dios si me dieras paz, un poquito de paz nada más! Ahí vienes tú con tus historias otra vez! Le responde al amigo que siempre le dice que tiene que buscar de Dios. Yo vivía igual que tú, -le explica con la desesperación de quien le tira una soga a uno que se está ahogando.- …ahogándome en afán, desbaratado, con miles de deudas y sin un chele en los bolsillos. En malas con la mujer mía y siendo pelado por las mujeres de la calle, que no te buscan para otra cosa, por más que te engañes! El otro muerde una papa frita sobreuntada de kétchup, detestando el que los almuerzos estén cargados de sermones que sencillamente no quiere oír.
Entonces, según tú la solución es que yo me reconcilie con mi mujer, bote la novia y me vuelva un santo como tú? Le dice desafiante, entre la burla y la ofensa. Bueno viejo! –le dice el amigo sin tragar lo servido- es tu decisión. Jesús dice, “yo estoy a la puerta y llamo”… Tú mismo admites que como vives estás mal, y la falta de paz te está volviendo loco. Nosotros los hombres, sin dirección metemos la pata, no te digo que sea mejor que tú. Pero hay que escuchar y ser capaces de admitir que no podemos solos. Yo sólo he encontrado paz a los pies de Jesucristo. Y me duele verte así, sabiendo yo que tus problemas tienen solución…
Tragó varios sorbos de soda, a sabiendas de que le esperaban momentos de acidez. ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? -Se animó a preguntar- El amigo, agarrando su aparato telefónico navegó por un instante entre contenidos, hasta dar con lo que buscaba, poniendo fin a los argumentos. Toma, lee ahí y entiende:
Mateo 6: 25-33 Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si a la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿no harámucho más por vosotros, hombres de poca fe? Por tanto, no os afanéis, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; mas vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el mañana, que el mañana traerá su afán. Bástele al día su propio mal.
Bendiciones.