En la antigüedad griega el vino era una bebida estimulante, exacerbante y motivadora de la fiesta colectiva en la que el despertar de la primavera, del agro, y el cuerpo se convierten en una apertura de los sentidos, los girones, caminos de vida y de muerte, espectáculo, nacimiento y renacimiento en el orden mítico-ceremonial.

Dionisos o Dionisios era un personaje que nacía de la vegetación, el movimiento de la tierra, de la ruralia griega insular en conjunción con la interpretación daimónica del mundo viviente. Su llegada al campo era envolvente y motivadora del sexo, el canto alucinatorio, la vida poética, corporal, sexual o sensorial; lo que implica que la, o, las formas del movimiento corporal y danzario surgían en base a un comportamiento dirigido a la celebración mítica y ritual. Se entiende el vino como bebida catalizadora del comportamiento alegre, agresivo y a la vez trágico-festivo. De ahí que Dioniso representa la fertilidad, la erótica humana y la escena simbólica de los sentidos  en tiempo y espacio.

Para Karl Kerenyi, Dionisos o “Dionisios” era un dios trietérico, o “dios del período bianual”:

“Las historias de la llegada y de la resistencia proporcionan a la religión dionisíaca extra-ática una base sólida, provista de una lógica propia e inmanente que une incluso los elementos dispersos del rito general. Había dos fiestas secretas de mujeres que hacían comprensible en cierta medida la resistencia de “las esposas buenas” mientras no estaban iniciadas. Y más aún la de los hombres, preocupados por su dominio y por el orden estatal… Se hacía un daño terrible a un ser vivo. La relación de las mujeres con este ser se clarifica por el castigo, la forma exacerbada y maligna del acto cultural que las pecadoras se negaban a realizar por el dios: desgarraban al hijo de una de ellas, encomendado al cuidado de ambas… su víctima era tan próxima a ellas como lo era el niño a la nodriza. Lo que ocurría era, por su sentido y su intención, contrario a la moral y a la ley”. (Dionisos. Raíz de la vida indestructible, Ed. Herder, Barcelona, 1998, p. 137).

En la obra El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche explicó y asumió lo dionisiaco, no solo desde el punto de vista mitológico, sino más bien desde filología y una psicología antropológica y cultural, estudiando la actitud dionisíaca como una orientación trágica, pero a la vez terapéutica e irónica, orientada al goce y al deseo del cuerpo erótico o erotizado.

Los diversos escenarios del deseo se encuentran en la modernidad, en las diversas tensiones existentes entre el instinto y la razón; entre el eros y la palabra dada; entre la intuición y la iluminación. Lo que hace del teatro una línea orientacional de la cultura del cuerpo y la cultura de la voz; en tanto que el elemento que ritualiza el campo abierto de la psique humana es la fuente viva de la mirada, el sentido, el delirio, la memoria efectiva y la desnudez del cuerpo erótico en su violencia mítica.

Esta experiencia, según Nietzsche, resulta de un proceso caracterizador y creador de la personalidad cultural y creadora. Se trata de acercar el espectáculo a una sociedad originaria y a la vez a un concepto nuevo de representación basado en conductos filológicos, filosóficos, caracteriales y antropológicos de la vida social.

En la medida que se reconoce el criterio surgido del análisis psicológico de Dionisos personalidad mítica y deidad primaveral, encontramos los resortes de un movimiento comunitario orientado al placer y al goce; todo esto visible en la estructura temporal y espacial de una cultura arcaica y moderna de los signos, los símbolos terrestres, uránicos, mortuorios y vivenciales que parten del imaginario agrario, urbano y fronterizo.

En efecto, y como comportamiento y costumbres rituales violentas, Dionisos lleva a cabo cierta exacerbación y destrucción del cuerpo in acto:

“El ritual en que un ternero hacía el papel del dios sufriente y al que seguía el castigo del sacrificador nos ha sido transmitido de forma prolija en relación con la isla de Tenedos. Pocas dudas caben –por el carácter sumamente arcaico de la ceremonia- respecto a la antigüedad  y a la existencia de un nexo con el sacrificio trietérico del toro por parte de los cretenses… En la pequeña isla situada frente a Troya se alimentaba primero una vaca preñada para el “Dionisios destructor de hombres”, es decir, para el Dionisios como dios de los infiernos”. (Ver, K. Kerenyi, op. cit., pp. 137-138).

El argumento psicológico que traza una escena de la violencia sagrada o profana, activa también el teatro erótico del agresor y la víctima, ambos localizados en las pasiones deseantes del sujeto viviente y mítico localizado en la mentalidad arcaica y moderna. Se trata de una acción performativa donde el cuerpo, la voz, la palabra y el deseo conforman los diversos imaginarios de la cultura reconocida y entendida como sistemas de visiones del mundo, y de lo que André Green ha denominado “la causalidad psíquica”.