Lo que se dice. Dicen que Diógenes de Sinope (412-323 a. C), cínico y harapiento, se paseaba por la plaza pública buscando un hombre honesto. Dicen que vivía en una gran tinaja y comía con los perros, sus amigos más cercanos. Vendido como esclavo, unos piratas le echaron mano, fue rescatado de la esclavitud por un rico comerciante que lo convirtió en tutor de sus hijos. Dicen que Alejandro Magno se le acercó para ponerse a disposición, pero que Diógenes le pidió enfadado que se alejara porque le obstruía los rayos del sol. Alejandro se alejó y admiró más al filósofo en cuclillas, acostumbraba a realizar sus necesidades en público, y cuentan que dijo: «Si no fuera Alejandro, sería Diógenes». No se sabe cómo murió, pero como su vida es una leyenda, algunos dicen que murió de cólicos después de comerse un pulpo vivo y, otros más astutos, sugieren que paró su respiración hasta morir.

La filosofía. El cinismo tuvo su origen con Antístenes (422-374 a. C), discípulo de Sócrates. Promovió la autarquía como ideal de vida, esto es, el autodominio. Llevó al extremo este ideal socrático al promulgar que la persona feliz era aquella que no dependía de las cosas ni de los otros, el que no tendría necesidad de nada. Este control sobre sí mismo no solo era con relación a lo externo (las cosas y los otros), sino internamente: el radical dominio de los placeres y dolores. Respecto a la ciudad y sus leyes, Antístenes se opuso a ellas por ser fuentes de esclavitud. La fama, el placer, las riquezas, el poder solo conducen a la perdición del alma. La vida virtuosa es aquella que se despoja por completo de lo superfluo y acepta vivir conforme a la naturaleza.

La transformación. Aquel cinismo de Diógenes y Antístenes se alejó de todas las convenciones sociales e hizo de la pobreza extrema un signo de denuncia contra la opulencia y la desfachatez de los políticos. Como el poder se impone, estos últimos lo hicieron y los filósofos quedaron en el olvido. Más tarde, la expresión cinismo se usó para decir de la desvergüenza y el descaro de mentir y actuar de forma vituperable. El cínico será quien a todas luces defiende, protege y actúa para alentar estas formas de actuación pública en la que ya no hay un vacío de las cosas del mundo; sino una acumulación obscena de riquezas y mentiras. A mediados del siglo XX se habló incluso del «síndrome de Diógenes» para referirse a lo que, en una palabra, llamamos acumuladores.

Realidad dominicana. Cuando el tiburón podrido dijo en una entrevista que en su gobierno no había corrupción y que, quien osara sostener lo contrario, debía señalarle los casos estaba siendo el mejor de los cínicos en el sentido moderno. Esta vez, como lo han hecho los presidentes dominicanos (hasta el 2020, con excepción de Bosch y esperamos también al actual) han mentido y protegido con desfachatez actuaciones públicas vituperables. Al hacerlo, se alejaban por mucho del sentido clásico del cinismo ya que protegían la acumulación desenfrenada y no la indiferencia frente a todo lo que aleja de la virtud; embriagados del poder, la orgía de riquezas y de acumulación de bienes mal habidos se convirtió en su objetivo. Grandes fortunas han sido edificadas bajo la premisa de que lo que es de todos no es de nadie; por tanto, se puede utilizar con fines particulares. La doctrina de estos nuevos cínicos puede resumirse en el siguiente postulado: desviar los fondos públicos no es un motivo de desvergüenza ni de deshonra. Ello si atendemos a que no hay el mínimo reparo en mostrar un sistema de justicia a favor.

Imaginación. Dicen que Diógenes se obligó a sí mismo a no respirar jamás. Tal vez cansado de tanto gesto inútil su último aliento fue su gesto mayor. Imagínese que a los seguidores del cinismo político nacional (ese cinismo que transformó el término) se le ocurre dignificar su vida desvergonzada y se obligan a no respirar jamás. Lástima que hayan existido y que su paso por la vida haya dejado una estela de condenados a la pobreza, producto macabro del poco dominio de sí mismo.