Como enseña la práctica modélica de Pedro Henríquez Ureña, la crítica literaria no tiene por qué ser un ejercicio intrincado. Si ha de ser un acontecimiento que sobreviva a la prueba del tiempo, tiene que apelar a la claridad de una dicción restauradora del deleite de la lectura. Los títulos de dos de los primeros libros de Diógenes Céspedes, ‘Escritos críticos’ (1976) y ‘Seis ensayos sobre poética latinoamericana’ (1981), dejan traslucir que leyó con atención a Henríquez Ureña. Sin embargo, fuera de las ideas para dar nombre a sus obras, es evidente que no aprendió nada.

Los balbuceos teóricos de Céspedes adquirirán visos de sistematicidad a partir de ‘Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX’ (1985), en donde explota hasta el empalago su devoción por Meschonnic. Pero en su obra la densidad del pensamiento del francés deviene materia inextricable que lo único que aporta es una ristra de conceptos sin aplicación aparente.

La teoría es una herramienta del todo necesaria para el comentario de textos, mas solo cuando se usa con precisión al apuntalar un razonamiento. De lo contrario el análisis acaba recorriendo los senderos del esperpento crítico. Si a esa pobre solvencia argumentativa se le agregan porciones de paternalismo y sexismo, el guiso resultante es materia indigerible. Esa es justamente la visión de la crítica que permea el análisis de Céspedes sobre ‘Bordes de la dominicanidad’.

En ‘Bordes de la dominicanidad’, Lorgia García Peña aborda ejemplos de diversas dicciones de desencuentro que van a contracorriente de los esquemas excluyentes de simbolización privilegiados en la narrativa oficial de la cultura dominicana. En esta empresa se adosa a una corriente en los estudios dominicanos que ha dado centralidad a la cuestión de la raza.

García Peña aporta ángulos novedosos a la teorización de la dominicanidad. Por ejemplo, la académica ancla la discusión en las relaciones históricas de la República Dominicana con Haití y los Estados Unidos. Asimismo, privilegia el tropo de la frontera para instalar su lectura de textos dominicanos en el marco de los estudios étnicos y raciales de la academia norteamericana. El hecho de que la edición original de ‘Bordes de la dominicanidad’ apareciera en 2016 en el catálogo de la Duke University Press, una de las principales editoriales universitarias de Estados Unidos, es indicativo del relieve del trabajo de García Peña, que ubica el tema dominicano en las coordenadas de múltiples disciplinas y campos de estudio.

Sin lugar a duda, la crítica dominicana se beneficia de contribuciones como la de García Peña, que genera preguntas propiciadoras de un potencial diálogo entre los académicos vernáculos y la intelectualidad extrainsular. Incluso si se da a partir de posiciones antagónicas, ese diálogo puede ser productivo sin llegar a ser agrio. Basta con que se genere en una arena libre de prejuicios.