Hace muchísimos años tuve la oportunidad de escuchar al arquitecto Eduardo Selman decir que la profesión lo acompañaba todo el tiempo y que continuamente pensaba en cómo mejorar los espacios y la decoración de cualquier lugar.  Ese día comprendí muy bien de lo que él hablaba. Estábamos en un salón cómodo y que se adaptaba perfectamente al uso que le estábamos dando, él hacía una exposición para un grupo de estudiantes de bachillerato, así que no tenía que ser el lugar más elegante del mundo, pero había una cortina mal colocada y eso a él, evidentemente, le estaba causando desasosiego.

Desde entonces me he quedado con el tic de don Eduardo y a cada rato estoy viendo mejoras en cualquier área que toque a mi desempeño profesional.  Como desde hace casi veinte años estoy en la industria financiera, es mucho lo que he visto desde entonces. El terreno no es muy halagüeño, hacer dinero con magia o trampa y sin atención al detalle parece ser la fantasía de las grandes mayorías, cuando la realidad es que lo que suele marchar mejor es la capacidad de organizarse y de compartir. No en balde un gran porcentaje de la regulación financiera es sobre necesidad de transparencia y capacidad de medición de riesgo. A su vez, lo que se les solicita a los clientes bancarios es la capacidad de demostrar la procedencia de los fondos y capacidad de administrarlos una vez lo tomen prestado o lo coloquen en inversiones.  Siempre se puede conseguir dinero prestado, pero hay que saber hasta cuándo y cómo se podrá pagar.  Si hay problemas para la devolución, siempre se puede diseñar e implementar un plan de pago, pero es imprescindible saber sobre qué base se elaborará.  En inversiones, lo mismo, para elegir una modalidad u otra de multiplicar el dinero del que se dispone, hay que saber leer los estados financieros y efectivamente, hacerlo de vez en cuando.

En el terreno de la ficción el mundo se complica más: robar dinero a un banco parece ser el crimen más perdonable.  Esa es, por ejemplo, la premisa de la célebre serie “La Casa de Papel” y de películas tan disímiles como “Tarde de perros” (un magnífico suspenso con Al Pacino, en 1975) y “Bandidas” (un terrible clavo, con Salma Hayek y Penélope Cruz, en el 2006).  En otras ocasiones ni siquiera hay que recurrir a la ficción.  En Netflix se está distribuyendo una serie dedicada exclusivamente a denunciar cómo se puede hacer mala administración del dinero ajeno. Ese es el tema central de “Dirty Money”.  Ahí notamos que la avaricia tiene muchas caras y la falta de respeto todavía más. Tráfico de drogas, abuso y tráfico de personas, blanqueo, engaño, falta de escrúpulos, corrupción y un largo etcétera.  Ningún terreno queda sin abordar.  En esta área, me sorprendió cómo logran entrevistar y dar voz a los mismos criminales o, para ser precisos, a los presuntos criminales, porque muchos de los casos presentados todavía están deambulando por distintos sistemas judiciales.  Entre todos los capítulos, me llamaron la atención dos: “La rueda del carro” y “El hombre al mando”.  Me interesó el primer capítulo mencionado porque se presentaron a varios actores interesados en corregir la situación y aunque no todos tuvieron el mismo nivel de éxito, se demuestra que es posible ver el error de frente y actuar.

El otro capítulo me impresionó por la capacidad del entrevistado de seguir adelante sin ningún tipo de introspección.  No reconoció nunca sus errores.   La historia es sencilla, Najib Razak llegó catapultado al terreno político y, cuando le tocó administrar los bienes de su país en tanto que Primer Ministro, se propasó sobre todo a través de la creación de una empresa concebida para usar los fondos de las captaciones impositivas en inversiones ostensiblemente destinadas a ricos inversionistas del mundo petrolero. En esta trayectoria contó con la ayuda de un reconocidísimo banco.  Su esquema adquirió una dimensión piramidal en el 2015. En el 2016 esa empresa también dispuso de los ahorros de la gente para ir a la Meca.  A pesar de que los movimientos de capital eran burdos, la unidad de riesgo del banco que le prestaba asistencia no vio detalles como la construcción de una gigantesca e inútil torre que llevaba el nombre del padre del primer ministro.

Loretta Lynch, en ese entonces procuradora fiscal de los EEUU, empezó a investigar.  En respuesta, la administración de Razak apresó gente que declaraba en su contra o podía hacerlo. La cadena de gente que fue frenando el desastre quedó claramente señalada y algunos de los que no lo hicieron ya han tenido oportunidad de arrepentirse.  Al que tenga ojos para ver, que vea.