Estos son buenos ejemplos de comparación absurda e imputación alegre del concepto externalidad, que evidencian concepción errada de una economía de mercado competitiva.  Los cuarenta años disfrutando el éxito que llevan Los Rosario nada tiene que ver con dinastía, monarquía, casta, nobleza, dictadura o rangos militares. 

Ninguna comparación con posiciones que dependen y descansan en el poder coactivo es apropiada para un grupo que ha llegado, y se ha mantenido en la cima, en competencia con cientos de grupos similares para animar fiestas y sus discos enfrentados a una oferta inagotable de opciones en todos los géneros.  Lo mismo aplica para todo el que oferta bienes o servicios sin privilegio sobre sus competidores y logra superarlos en las preferencias de los consumidores.

La competencia no genera “Capitanes de Industrias”, como bien explicó Ludwig Von Mises.  Ese un engendro que sólo es posible en el mercantilismo que la aniquila por vía del poder político y hace eternos aquellos que logran se legisle a su favor para espantar competidores.  Los “reinados” en la competencia, en cambio, son cortos o largos dependiendo de las preferencias de un consumidor al que no se le limita su libertad de elegir.

En los años 90 escribí en El Siglo el artículo “Bon, un gigante con los pies de helado” donde expliqué que su estatura de coloso se la daba un plebiscito diario en que las urnas eran las cajas registradoras.  Los “pies de helado” era una referencia a que estaban expuestos a derretirse si cambiaban aquellas cosas por las que el consumidor los estaba prefiriendo.   De igual manera, los “Reyes del Swing” se han mantenido por cuatro décadas porque no han dejado de estar “moviendo las caderas” en tarimas, en estudios y en giras internacionales.   Si estas dos referencias de primacía fueran reyes, entonces el helado hay que comérselo fresco o rancio y al frente del combo hay que aplaudirlo sin importa las caderas fueran de plomo y todos los pies zurdos.

Así como el mercado libre y la competencia no conduce a monopolios, tampoco se le puede achacar la no corrección de externalidades.  La conductora desaprensiva que deja su auto con alarma sensible frente a Ballet Concierto, impidiendo el desarrollo normal de las clases nocturnas, no es un ejemplo de externalidad negativa en mercado libre.  Este es un caso que provoca la propiedad pública de las calles donde es el gobierno que tiene el monopolio de las sanciones al abuso de la propiedad y daños a terceros.  Con propiedad o delegación de las vías a juntas de vecinos, la situación no llega a ser un problema, se resuelve en los primeros minutos el ruido impide el desarrollo de las clases. 

Con derechos de propiedad bien definidos, libertad de contratos y arbitraje no hay mucho espacio para hablar de externalidades que requieren actos de gobierno para ser corregidas.  Sobre aquella de “las abejas y las flores”, por ejemplo, Thomas Di Lorenzo explica que existe abundante evidencia de contratos entre las partes para repartirse beneficios de las positivas (polinizar flores y alimentar abejas) y prevenir las negativas (por uso fertilizantes dañinos) que fue ignorada en los años donde estuvo esta acusación tan de moda.