Al papa Francisco le ha correspondido ejercer su ministerio en un período de la historia muy particular, caracterizado por cambios permanentes y repentinos. Esta realidad —de la que es consciente el Santo Padre— plantea a todos los miembros de la Iglesia permanecer fieles al llamado de la santidad,  «porque fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente[1]».

El Santo Padre insiste en la necesidad de ser auténticos discípulos y testigos de Jesucristo en el mundo actual, puesto que, «vivimos tiempos recios, nada fáciles que necesitan amigos fieles de Dios, donde la gran tentación es ceder a la desilusión, a la resignación, al funesto e infundado presagio de que todo va a salir mal en un pesimismo infecundo, de personas incapaces de dar vida, que tienden a encerrarse y refugiarse en pequeñas cosas»[2].

En ese sentido, no se puede abordar el pensamiento del Papa como si se tratara de un simple teólogo que se dedica a producir teología sistemáticamente, sino como un pastor que «hace teología desde la realidad que interpreta a la luz de la Palabra y la Tradición»; por consiguiente, su magisterio es la unidad de lo pastoral y teológico, en una época postconciliar que propone una nueva relación Iglesia-mundo.

De ahí que hemos identificado unas expresiones centrales en el pensamiento del Papa, que vienen representado un compendio de su Magisterio: misericordia, santidad y conversión pastoral y misionera. Desde estas directrices reflexionaremos en lo adelante.

La misericordia

La palabra «misericordia» ha estado en el centro del magisterio del papa Francisco, así se evidencia cuando se profundiza en sus Cartas Encíclicas, Cartas Pastorales, Exhortaciones Apostólicas, Mensajes y homilías; pero no se trata de un discurso, sino de una actitud, que además es propuesta como el camino que la Iglesia debe seguir, así lo indica en la Carta Apostólica Misericordia y Paz: «Misericordia es el camino que estamos llamados a seguir en el futuro» porque es el modo como Dios procede con su pueblo.

De ahí que «la Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio» (Evangelii Gaudium, 114). Esto sugiere al cristiano asumir la invitación del Señor a ser «misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lucas 6, 36) desde la mirada del amor que se ha recibido de Dios para con el otro, como el apóstol de los gentiles lo propone: «Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes» (Colosenses 3,13).

De igual manera, los pastores deben acompañar con misericordia» (cf. Evangelii Gaudium, 44), para no dejar que nadie se quede atrás, sino acompañar al rebaño con paciencia para conducirlo hacia veredas nuevas. Ese anhelo del Santo Padre de una Iglesia madre y pastora, con ministros misericordiosos, capaces de hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo, ha guiado sus acciones a lo largo de su pontificado.

No es casual que el Papa llamara a un Jubileo Extraordinario de la Misericordia en el año dos mil dieciséis,   donde invitaba a toda la Iglesia a leer y releer, todo lo que Jesús ha dicho y hecho como expresión de la misericordia del Padre. Aquí se presentaba el «Evangelio de la Misericordia» como el libro abierto «donde se siguen escribiendo los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor[3]».

Santidad

La visión eclesiológica del Santo Padre Francisco que se resume con la expresión «Iglesia en salida» debe interpretarse desde la perspectiva teológica de la llamada universal a la santidad  desarrollada en la Constitución Apostólica Lumen Gentium del Concilio Vaticano II. La Iglesia, nacida del Misterio pascual, es realización en el tiempo del designio salvífico de Dios (Lumen Gentium, 11), por lo que existe una comunión de vida que se da entre Cristo, Cabeza, y los miembros.

En ese orden, la santidad tiene un carácter eminentemente cristocéntrico. Jesucristo, con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado el único Santo (Lumen Gentium, 39), maestro y modelo de toda perfección, iniciador y consumador de la santidad de vida. En esta línea el papa Francisco entiende la santidad como una llamada a vivirse en unión con Cristo y los misterios de su vida, así lo expresará en la Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate sobre el llamado a la santidad en el mundo actual:

«Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor» (No. 20).

La santidad es un don para la Iglesia, llamada a hacerla visible en el mundo actual, por ello, no debe encerrarse en sí misma, sino estar siempre en salida, ya que lo primero le aleja de su naturaleza, ser misionera atendiendo el mandato de nuestro Señor Jesucristo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Marcos, 16, 15).

También la santidad es colocada por el Santo Padre como el fundamento del acompañamiento desde la perspectiva de Gaudete et exsultate. Existe un dinamismo de relación interpersonal entre los miembros de la Iglesia, porque Dios llama a la santidad y salva de manera personal, pero no individual. En ese sentido el Papa Francisco entiende que la santidad no puede ser fruto del aislamiento, sino que debe florecer y fructificar en el curso vivo de la Iglesia.

Conversión pastoral y misionera

El papa Francisco se ha caracterizado por extender su mensaje a la humanidad entera, sin discriminación de personas, hablándole al corazón de muchas maneras: con su atención a los más débiles, su preocupación por los más vulnerables y  atención a los jóvenes, con gestos, así como sus visitas a los países periféricos. No obstante, desde el principio de su ministerio invitaba a la Iglesia a «buscar caminos nuevos», o sea «buscar el camino para que el Evangelio sea anunciado».

Sin embargo, esto requiere una conversión pastoral que supone un «convertirse de lleno a la misión, ponerse en salida, un salir de uno mismo», como indica el Santo Padre en la Evangelii gaudium: «Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37)» (No. 49).

Esta conversión misionera, conduce naturalmente también a una reforma de las estructuras, además de que implica que los pastores renueven el espíritu de santidad con el que fueron ungidos el día de su ordenación. Se trata de ser pastores con «olor a oveja» que acompañan a su pueblo en sus luchas diarias, en sus realidades, comprometidos con los problemas de la gente, cercanos y sencillos. Es una Iglesia en salida, que comunica la santidad, misericordia y esperanza al mundo actual.

En resumen, estas tres dimensiones —misericordia, santidad y conversión pastoral y misionera— representan el núcleo teológico-pastoral y programático del Santo Padre Francisco, siendo la misericordia el camino que la Iglesia debe transitar en el mundo actual, caracterizado por ser una época de cambios y un cambio de época, que exige del cristiano una vida en unión con Cristo y los misterios de su vida, o sea, una Iglesia que hace florecer y frutificar la santidad en el mundo, asumiendo la conversión pastoral y misionera como manera de vivir el Evangelio. Todo esto impregnado por la alegría, que es manifestación de la esperanza.

[1] Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 9, citado por el Santo Padre Francisco en la Exhortación  Apostólica Gaudete Et Exsultate Sobre el Llamado a la Santidad en el Mundo Actual.

[2] Santo Padre Francisco, Mensaje con ocasión de la celebración del Congreso Internacional «Mujer Excepcional» con motivo del Cincuenta Aniversario del Doctorado de Santa Teresa de Jesús entre el 12 al 15 de abril de 2021, Eichstätt-Ingolstadt (Alemania).

[3] Santo Padre Francisco, Homilía para el Jubileo de la Divina Misericordia (Domingo 3 de abril de 2016), Roma.