Terminadas las convenciones de los dos grandes partidos, la campaña electoral en Estados Unidos ha entrado en un largo período en el cual se pudiera definir el futuro de la política estadounidense por los próximos dos o cuatro años. Si bien el poder ejecutivo está en juego cada cuatro años, el legislativo sólo por dos. No habrá elecciones presidenciales hasta el 2020, pero en el 2018 se elegirá la tercera parte del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes, lo cual se hace cada dos años.
Los sondeos de opinón pública revelan, al menos hasta ahora, una contienda apretada. Sin embargo los dos últimos sondeos de instituciones de alto prestigio revelan ventaja para la candidata Hilary Clinton después de las convenciones de los partidos. CBS le concede una ventaja de 7 puntos porcentales y CNN de nuevo. Aun así, el próximo jefe del Gobierno federal pudiera ser cualquiera de los dos candidatos designados por las convenciones de Cleveland y Filadelfia.
Es evidente que tanto el republicano Donald Trump como la demócrata Hillary Clinton tienen que enfrentar la realidad de que muchos miembros de sus respectivos partidos no emitirán el voto a su favor. Y en cualquier caso los votantes independientes o sin partido pudieran determinar el resultado final en algunos estados.
Nada nuevo bajo el sol. Los republicanos ansían lógicamente regresar al poder. Esa afirmación parece no discutirse, pero no es necesariamente exacta en todos los casos. De ahí uno de los dilemas electorales del 2016. En medio del entusiasmo de la mayoría de los republicanos, muchos de sus antiguos líderes y figuras más prestigiosas están más que convencidos de que una victoria republicana en la carrera a la Casa Blanca pudiera costarle demasiado cara al partido. Vivir para ver.
Si el candidato Trump llega al poder lo más probable es que no pueda cumplir sus fantásticas promesas de levantar la muralla más impresionante de la historia del Hemisferio Occidental, deportar once millones de inmigrantes indocumentados, acelerar dramáticamente el crecimiento económico, hacer disminuir en forma dramática el desempleo (que no es demasiado alto en estos momentos), establecer la ley y el orden en todo el territorio nacional y derrotar al terrorismo islámico radical.
De no lograr tan altas o difíciles metas, su partido perdería irremediablemente, dentro de dos años, la mayoría congresional (si es que la mantiene este año) y un alto número de gobernadores, legisladores estatales y otros funcionarios. Otros presidentes no han logrado cumplir sus promesas o sólo han obtenido un éxito parcial, pero sus promesas no pueden compararse a la del archifamoso hombre de empresa.
Según Trump, su conocimiento militar supera al de los generales, afirma reiteradamente ser la persona que conoce mejor el sistema norteamericano. Promete hacer desaparecer casi instantáneamente al Califato Islámico y terminar casi definitivamente la violencia en las calles. Ha anunciado con frecuencia que la abundancia alcanzará los más altos niveles de la historia y el país regresará a sus viejas tradiciones culturales.
En su fecunda imaginación, México pagaría por la edificación de su famoso muro en la frontera y desaparecería la presencia de indocumentados sin que estas medidas afecte la economía. Parece olvidar que el país quedaría casi sin obreros agrícolas, personal de servicio y otros trabajadores. Es más, según el flamante político, ese número menor de habitantes no afectaría la recaudación de impuestos ni disminuirá el crecimiento económico del país. Sería algo así como lograr la cuadratura del círculo y recuperar el Santo Grial. Ni siquiera se ha referido al dato fundamental de que sus medidas desestabilizarían la política y la economía del país fronterizo, México, uno de los primeros socios comerciales de Norteamérica y provocarían reacciones de todo tipo y una crisis política de proporciones incalculables en la patria de Juárez.
A pesar de que atrae a alrededor del 40 por ciento de los entrevistados en los sondeos, un gran sector nacional e internacional parece temblar ante la simple mención de su nombre. Por ejemplo, amenaza retirar la ayuda militar a las naciones miembros de la OTAN si no pagan sus cuotas. Algo que hace sonreir al actual ocupante del Kremlin. Y ha dado a entender que Rusia sería su amiga y aliada en grandes conflictos internacionales, sobre todo en el Medio Oriente. Tanto es esto así, que logró que los republicanos quitaran un lenguaje fuerte sobre la influencia rusa en Ucrania.
En su discurso, Estados Unidos volvería a ser “grande otra vez”. Esto da pie a sus adversarios a burlarse de sus promesas ya que esta grandeza pudiera indicar un regreso a los días de la Revolución Americana de 1776, la compra de la Luisiana en 1803, la Guerra de 1812, la anexión de gran parte del territorio de México gracias a la invasión de 1846-1848, la abolición de la esclavitud en 1863, la victoria unionista en 1865, el triunfo contra España en la Guerra Hispano Americana de 1898 y la lista continúa.
Ni siquiera me refiero a las dos grandes guerras mundiales del pasado siglo XX, así como a otros conflictos, sin olvidar el final de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, que sería ahora reemplazado por el Muro de la Frontera con México. Por supuesto que estos últimos párrafos no representan declaraciones literales del candidato, pero algunos detalles muy significativos pudieran desprenderse de la grandiosidad de sus discursos.
Desde los lejanos días de la adquisición de Alaska, calificado inicialmente como “la locura de Seward”, pero que resultó beneficiosa para Estados Unidos con la compra de ese gigantesco territorio en 1867, y desde los no tan remotos instantes de la alianza de Rusia, EE.UU., Inglaterra y otras potencias contra el eje Berlín/Roma/Tokío, no se había acercado tanto un político estadounidense a un gobernante ruso. Por lo menos en ciertas entrevistas televisadas y otras declaraciones públicas.
Trump hasta llegó a solicitar al presidente de todas las Rusias, Vladimir Putin, que participe en la campaña presidencial revelando el contenido de los correos electrónicos “hackeados” ya sea por la misma Rusia o más bien por el famoso “programador”, editor y periodista, especialista en computación de origen australiano Julian Paul Assange, residente en una embajada ecuatoriana en el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
No he olvidado el “dilema electoral”. Los republicanos que se ausentaron de la convención nacional de su partido o se han entregado a la vieja práctica del “retraimiento” pudieran tener razones mucho más fuertes que un simple antagonismo creado por las ofensas que les dedicó en la campaña interna del partido. Algunos, como la muy notable comentarista de CNN Ana Navarro, se han proclamado “republicanos en el exilio”, lenguaje que me hace recordar la Guerra Civil Española. Temen una administración republicana que no esté en manos de la dirigencia histórica del partido.
Parecen anticipar que la dirección tradicional del mismo perdería el control del mencionado partido a no ser en el caso de algunas excepciones de políticos que se han sumado al esfuerzo de Trump o han mantenido un mínimo de disciplina partidista en busca de alguna fórmula que remedie esta crisis. No es fácil entregarle el partido a alguien que hasta ahora se limitaba a hacer contribuciones de campaña, no sólo a republicanos, sino, y quizá con mayor generosidad, a los candidatos demócratas del pasado.
Si utilizo la exageración lo hago porque eso es lo que estoy escuchando, no sólo de republicanos sino también de muchos demócratas. Conscientes estos últimos de los problemas de sus propios candidatos. Con este artículo no estoy solicitando el voto para la distinguida señora Clinton, ni para otros ilustres candidatos cuyos nombres aparecerán en la boleta. Simplemente veo todo esto en un entorno “confuso, profuso y difuso” como el título de una sección de un blog floridano..
El candidato Trump es un hombre muy inteligente, con dones y carismas que pudieran ser utilizados para bien. No será el primer personaje que confunda tanto a sus críticos como a sus partidarios. Y le deseo la mejor suerte del mundo. Serían muchos los beneficiados. Sin duda alguna. El país necesita cambios, pero tantas promesas no los garantizan.
El mayor problema no es seleccionar un candidato sino intentar entender los detalles del dilema que se presenta a los republicanos, obligados, la mayoría de ellos, a votar por un candidato que pudiera representar el fin de toda una era de su gran partido. Promesas y más promesas sin explicar en detalle como se conseguirán objetivos tan impresionantes.
Mientras tanto, el aspirante presidencial entró la semana pasada en una ruidosa polémica con el modesto y sufrido padre de un soldado muerto en batalla y condecorado por su valor. Me pregunto en que consistirá el próximo capítulo de esta novela política y cómo podrá resolverse el gran dilema republicano.