La noticia me llegó de súbito, cuando regresaba del cine.

El amigo Caro me esperaba en la 23 con San Martín, en su motor.

“Jimmy: huye que el Pai te está buscando”.

Eligio Blanco Peña (El Pai)

Así era, el Pai y otros militantes de la “Línea Roja del 1J4” habían ido, casa por casa, preguntando por mí.

Y era que ese día la Federación de Mujeres Dominicanas (FMD) tendría elecciones. Nos tocaba frente a la antigua fábrica Chocolate Trópico. En la Profesor Amiama Gómez  entre la Moca y la María Montéz.

Y nosostros, el PCD, estábamos ganando.

Al darse cuenta de ello, la línea Roja llevó “un grupo de mujeres de la Máximo Gómez” (¿Serían de “La Gioconda” y “El Botecito”?).

Hubo dudas, pero finalmente nos opusimos.

Y se armó el lío: empujones, trompadas, pistolas al aire… ¡el huidero!

Las elecciones fracasaron. Y todo el mundo se fue.

Las hostilidades debían haber terminado ahí. Era una escaramuza. No una guerra. Pero la Línea Roja del 1J4 no lo pensó así. Se fueron repitiendo la consigna que habían popularizado los pacoredos contra nosotros:

-¡El revisionismo, conduce a la traición!

Santiago de la Rosa (Chago Balita)

Nosotros le respondimos:

-¡Quien divide, traiciona!

El problema era que no teníamos armas.

Pero vinieron los Troglos, comandados por José Ramón, en su motor Harley Davidson. Los “Troglos” eran los militantes más aguerridos del PCD. Les decían así porque eran musculosos, fuertes y atemorizantes. Y, en los amaneceres de aquellos días de gloria, recorrían los colmados del ensanche Luperón y otros lugares, robando los sacos de pan y los huacales de leche que habían dejado en la puerta, para repartirlos entre los pobres de Gualey, Las Cañitas y otros barrios de la rivera del Ozama. Por esos lugares, en lugar de Troglos, les llaman “Los Robin Hood”.

En esos años pedregosos, ellos eran una inspiración: nos dieron ánimo. Confianza. Fuerza… Pero no nos dieron armas.

Por eso ordené un operativo de camuflaje. De distracción. De ayante.

Esto es, puse a varios de los “compañeritos” a pasearse por la zona, mostrando objetos raros, que simularían armas: Danio se exhibió con un estuche de violín (¿habría una ametralladora allí?), Luís Cabeza se dejó ver con una funda enorme, dentro de la cual había varios objetos extraños (¿granadas?). Y Chago de la Rosa (Balita U), resaltando dos bultos en su cintura debajo de la camisa (¿pistolas?),  se detuvo frente a la casa de Fátima y Charito, en la misma 23 con Villaespesa, las dos muchachas que acababan de llegar de Ocoa y que, con su increíble belleza, habían alterado la tranquilidad del barrio.

De manera que, después de ese teatro, pude irme tranquilamente al cine, porque los de la Línea Roja no aparecieron. Al menos, al principio, porque ahora Caro me explicaba que luego de que yo me fuera, el comandante de la Revolución del 65 y alto dirigente de la Línea Roja, Eligio Blanco Peña, mejor conocido como el Pai, acompañado por un ejército de cabezas calientes, había recorrido la zona, casa por casa, preguntando:

José Caonabo Andino y Jimmy Sierra

-¿Han visto a Jimmy Sierra?

Y, ante la respuesta negativa, hacía esta advertencia.

-¡Díganle que el Pai lo está buscando!

Por eso la alarma fue general. Y mis lugartenientes temblaron de miedo.

José Caonabo Andino “abrió gas”. Chago tomó las de Villadiego. Y David Báez puso pies en polvorosa.

Y me mandaron a avisar que huyera. Que me escondiera. Que no volviera por allí en mucho tiempo.

Ante eso, decidí imitar al muñequito Dartañan: hice mutis por la derecha.

Y anclé donde mi hermana Lourdes, en el barrio de “Los Molinos”, mientras pensaría cómo responder ante aquel temerario desafío.

Cuando llegué adonde mi hermana, en la radio se escuchaba Pedro Infante, con la canción cuyo enlace copio ahora:

              https://www.youtube.com/watch?v=EYDRWFJyiEY

Y que nadie venga a refutarme eso. Yo estaba allí.