Hace una semana, pensaba en La’ Amerique amoreuse, y en una canción de Carrie Woderwood titulada Remind me con Brad Paisley. Martin Scorsese fue contratado para ser productor asociado en el mencionado film. En esa película, el productor estadounidense-italiano sería también montador y vigilante, digamos. Uno podría ver como cambiaba todo en pantalla. La película ostenta una trama de no retorno.

La película ofrece una explicación (una trama), que tiene que ver con Alice Cooper, y B.B. King, pero créanme: eran los carteles los que me importaban. Ciertamente que Scorsese no tuvo éxito con el film y tuvo que lanzarse a otros límites.

En 1980, La manzana, de Menahem Golan, (The Apple), nos explicó que cualquier risa era una risa procaz. Tenemos ese determinismo de la idea donde todo está explicado. La filigrana del film navega como en un vademécum sin orígenes que no sean sus orígenes. La intención es que todo funcione un poco en las mandíbulas de la historia, para usar una metáfora. Este mundo tiene la misma elocuencia de una lluvia de rubíes. Deben –de cualquier manera, de cualquier manera–, ser recogidos en la playa de tus propias expectativas con ticket en mano. Tienes la gran displicencia de un espectador único. 

En esas películas (y en otras) mencionadas más arriba (la de Scorsese, y la de Golan), nos promueven –como en Jubilee de Derek Jarman, donde actuó Toyah Wilcox, Little Neil y The Slits–, eso que está en el mundo de Nicholas Ward-Jackson, Susso Chechhi d’Amico, y el mismo Jarkman: la perpetua mirada de un solo hecho bifurcado en múltiples variantes. Esta narración nos conmueve en un guion bien realizado (no exageremos). En la película inglesa de 1986, que trata de lo oscuro de una petición ancestral, del famoso pintor Caravaggio, podemos entender algo que va más allá de simples peticiones y un alter ego sin límites.

(Nuestra época)

Elija usted a quien encomendarle sus portafolios en NASDAQ. Retome la perspectiva en la política en esta campaña que se acerca. Ha llegado como un galgo a la meta. Los corredores están fuera de la gatera ahora en este mes. Cómo nos comportamos en campaña?

Pero por qué hacer cánones y emitir juicios sobre los valores que encontramos en algunas obras? A qué ese afán de recomendar una novela brasileña, o decirle a la gente que no deje en el escritorio olvidado esta película de la Segunda Guerra Mundial?

Abra la botella, y apague las luces. Creo que es debido a que esos filmes, entre muchos, nos producen la más elevada cota del sentimiento estético. Por cierto, la muchacha del restaurant huyó. No me dio su número de teléfono. Nos veremos otra vez, como en la canción de Kravitz…donde dice see you again…

Y así, la campaña electoral dominicana se acerca. Ya la gente hace sus apuestas. Fuera del cine, incorporados a la cultura universal, ya en la búsqueda de una expresión global del sentimiento de todos, resulta importante indicar que tenemos –aquí, en este país–, a Rogelio Genao y allá –en Estados Unidos– a Marco Rubio, aquí a Fiquito Vázquez, allá de Lindsay Graham, aquí a Milagros Germán, allá a David Letterman o quizás a Oprah.

Cuáles son las diferencias esenciales entre Rubio y Genao? Pongo varias: Genao, directo, sin esquivar realidades, no sinuoso. Rubio: bastante conservador, sistémico y estructurado en el contexto de la política norteamericana contemporánea. Genao, contestatario de la burocracia meditativa, interesado en desentrañar los últimos motivos de una postura, Marco Rubio, dilecto comensal del contradictio de una política en el esquema del partido, Genao, comensal de una lógica del timing para diseccionar los ámbitos pulmonares, Marco Rubio, consciente de los límites de su corbata en medio de un tráfago incesante de horas no psicodélicas, Genao, rodado hacia el asombro de sus propias variantes. Encomendados a la coyuntura para diseccionar el cosmos de una idea…