Si uno se fija, las películas de policías, agentes, detectives y toda esa gente que tiene una placa en los bolsillos y se dedican a combatir el crimen, entre las norteamericanas y las europeas, hay notables diferencias que, de muchas maneras, reflejan la forma de ser en ambas sociedades. Usted se pone a ver una de policías gringos y a los cinco minutos ya hay un reguero de puñetazos, patadas, persecuciones pistola en mano por las azoteas saltando de unas a otras, gente cayendo atravesando techos de cristal, o se dan espectaculares explosiones que vuelan edificios enteros, las persecuciones en carros  saltando calles como canguros y caen echando más chispas que un amolador de cuchillos de los de antes.

A los quince minutos ya tiene que haber su media docena de cadáveres y  mucha sangre regada en sus alrededores. Y al final, en clásico el The End,  hay más muertos que un drama de la antigua Grecia donde no quedaban vivos ni los apuntadores de la obra. Ahí estaba el frío Jarry el Sucio de Clint Eastwood con un revolver más explosivo y mortal que un cañón medieval de la Fortaleza Ozama acabando con los malos, o los agentes de las Letal Weapon encarnados por Mel Gibson y Danny Glover, dando y recibiendo más puñetazos que Mike Tayson, y pegando más tiros que los soldados en la Segunda Guerra Mundial, o la películas de Nik Nolte, en solitario o trabajando con Eddy Murphy, dos tipos acabando con todo lo que les ponga por delante, los malos, los bares, los vehículos, peleando con quién sea, y hasta entre ellos mismos.

O las producciones del colita de caballo Stu Segal, que ya muy gordote y torpe, continua con sus trompones de karateca, rompiendo narices, partiendo brazos, abriendo cabezas y haciendo volar a sus oponentes más lejos que los cohetes espaciales. Pero si usted ve las series policíacas inglesas Prime Suspect, Lewis, o la serie sueca Wallander, observará que el crimen se combate más con la inteligencia, con análisis de los casos, con los interrogatorios previos, siguiendo pistas, descubriendo pruebas, deduciendo y llegando a conclusiones de quién el es culpable. Es raro ver en estas series europeas los tiroteos y peleas cuerpo a cuerpo, y desde luego no hay docenas de abaleados cayendo por las ventanas, ni carros o camiones dando mil volteretas, y cuando hace falta utilizar las armas por lo general aparecen equipos especializados para esos fines que resuelven la situación sin mucha estridencia.

Otro asunto, común entre todas las películas policíacas de ambas partes, aunque infinitamente más acentuado en las gringas, es que los jefes siempre pelean con los detectives, los abroncan, los amenazan, les dan sólo 24 horas para acabar con bandas peligrosísimas, o los dejan ¨ fuera del caso ¨ pidiéndoles sus armas y las placas ¿Es que para ser comisario hay que ser más rabioso que un diablo de Tasmania? Otra diferencia los agentes americanos están en unos despachos desordenados, sin chaquetas, exhibiendo sus correas y cartucheras en el pecho, jugando con sus armas, diciendo tonterías, o con los pies y zapatos sobre las mesas.

Por el contrario, en los despachos de los policías europeos están limpios, ordenados y los agentes lucen aseados y trabajando. Hay muchos otros aspectos fílmicos que hacen diferencias entre una cultura con altos niveles de criminalidad, y otras socialmente más sosegadas. También las hay en los niveles de popularidad. Las películas americanas llegan a crear iconos mundiales que producen cientos de millones de dólares y las europeas tienen suerte si logran sostenerse en algún nicho de televisión. Y es que el culto a la violencia rinde beneficios, aunque a la postre paguemos por ello un alto precio. Demasiado alto.