Jack Roosevelt Robinson nació en Georgia en 1919. Oriundo del país de la libertad, era libre de sentarse en la parte trasera de los autobuses y de ir a los restaurantes exclusivos para gente de su color, hasta que en 1947 incursionaría en las Grandes Ligas con los Dodgers de Brooklyn, rompiendo así con la tradicional y perniciosa segregación. El hecho fue trascendente mas el camino tortuoso.
En 1871, los primeros equipos profesionales de beisbol no dudaron en contratar jugadores afroamericanos, pese a que un par de asociaciones de peloteros lo prohibían. Unos años más tarde, surgió la National Colored Baseball League. Para los años treinta ya existía el equivalente segregacionista de las ligas profesionales: la Negro National League y la Negro American League. Lo anterior no era sino un reflejo de la sociedad, que se autoproclamaba libre y democrática pero que tenía un mundo aparte para aquellos ciudadanos de “tercera”; un territorio duplicado en el que los afroamericanos parecían no existir pues sus barrios pobres y escuelas precarias no contaban en el blanco horizonte.
La familia de Jackie se trasladaría a California y como era tan bueno para los deportes pudo ingresar a la universidad en California (UCLA). En efecto, practicaba atletismo, básquetbol, tenis, futbol americano y beisbol.
Por esos días estuvo a punto de contratarse en un equipo de futbol americano (de quarter back), pero los Estados Unidos iniciaron su participación en la Segunda Guerra Mundial y Mr. Robinson se enroló en el ejército racista. No fue a los sangrientos campos de batalla, como tantos de los suyos que eran usados como mera carne de cañón, gracias a un incidente que lo mantuvo “ocupado”: fue enjuiciado por desacato cuando ignoró la “orden” del chofer de sentarse en los últimos asientos de un camión militar (donde “debían ir los negros” of course). Por suerte lo declararon inocente y lo absolvieron de todos los cargos.
Antes de debutar en las Grandes Ligas, jugó para los Monarcas de Kansas City en la mencionada Negro League, era el año 45 y Jackie tenía cinco años sin tocar una pelota ni un mísero bat, pero tan pronto entró al campo su calidad quedaría de manifiesto: 345 de promedio de bateo y seleccionado para el Juego de Estrellas. Inclusive ese año casi lo firman los entonces Bravos de Boston que no les importaba el origen del pelotero, pero dudaron e ironías de la vida, los de Boston fueron el último equipo de la MLB en contratar afroamericanos.
En octubre del 45, el gerente general de los Dodgers, Branch Rickey lo fichó. Previamente, Rickey le había advertido que tendría que ser de mármol ante los insultos que recibiría de aficionados, rivales, prensa… “¿Busca un pelotero negro que tenga miedo de contestar a los ataques?”, le espetó Robinson. “No, al contrario, quiero un jugador que tenga las agallas para no responder”, reviró el directivo.
A fin de que se fuera fogueando, durante el año siguiente fue cedido al equipo filial de los Reales de Montreal, donde Jackie llegó, como dice el lugar común, con el pie derecho, puesto que gracias al moreno la novena del Canadá quedaría campeona, además que robaría 40 bases y bateando para un tremendo 349.
Obvia decir que ya en la Gran Carpa muchos de los fieros lanzadores, envenenados por los prejuicios de la época (¿desaparecidos?) querían golpearlo con la bola en lugar de lanzarle. La fanaticada no se quedaba atrás, le soltaban animales o le gritaban algo del tipo: “regrésate a los campos de algodón”, en clara referencia a los esclavos del sur. En alguna ocasión, mientras realizaban una gira de exhibición por Florida, Jackie tuvo que dormir donde un político pues no había hotel que aceptara “morenos”.
Sin embargo la llegada del mítico 42 (el número inmortal que portaba en los dorsales) le cambió la cara de derrota permanente a los Dodgers, quienes ganaron 6 veces el título de la liga Nacional. Mr. Robinson saltó a la grama un 15 de abril de 1947 y aunque se fue en blanco en sus 3 turnos al bat contra los Bravos de Boston; ese juego trasciende el deporte mismo.
Negro, blanco, amarillo o lleno de rayas como una pinche cebra, dijo el manager Leo Durocher a sus coequiperos que estaban renuentes a jugar con Jackie, lo importante es su talento y éste fue un pelotero de primera. Igual fildeaba las pelotas que merodeaban la segunda almohadilla, pegaba cuadrangulares o robaba bases a granel. En su primer año por ejemplo, fue nombrado Rockie of the year (Novato del año).
El Dodgers fue su único equipo, para el que jugaría diez temporadas hasta su retiro en 1956. A partir de entonces no cesaron los homenajes. Cito solamente un par de ellos: El estadio de la UCLA lleva su nombre y frente al parque de los Mets hay una estatua suya.
Posteriormente, en el 62 ingresó al Salón de la Fama. Diez años después, el equipo de sus amores retiran su número y al celebrarse 50 años del histórico 15 de abril de 1947, cuando un pelotero de color regresaba a las Grandes Ligas (no sucedía desde 1881) todos los equipos retiraron el famoso 42 (el pitcher Mariano Rivera con los Yankees fue el último en utilizarlo). Por último, cada 15 de abril todos los participantes de la liga, beisbolistas, ampáyers, managers, asistentes, etc., portan el 42 en la espalda para celebrar el Jackie Robinson Day.
Murió prematuramente de diabetes en 1972, pero al igual que su tocayo Robinson Crusoe, Jackie y su magia rompieron la isla del racismo, por lo menos en lo que al beisbol se refiere.