El abordaje histórico que se le ha dado a la dictadura trujillista, se ha basado en la exaltación de los gustos, costumbres y poder del tirano, fomentando en el imaginario colectivo una mirada de admiración de quien fuera el verdugo de la sociedad dominicana.
Es así que son innumerables las publicaciones que dan cuenta de su predilección por los caballos o su cuidado en el vestir, como también sus gustos y acceso a las mujeres, colcándolas en algunas de las descripciones de la tiranía, en trofeos del macho dominante de la época.
Lo que no consiguen las crónicas de la tiranía es dar cuenta de la sociedad que perdimos, tanto por la sangre derramada, como por el manejo patrimonial del país completo. La República Dominicana había sido convertida en una gran hacienda con un único dueño.
La dictadura eliminó la distancia entre lo público y lo privado. Con una oficina permanente en el Palacio Nacional, la cual ocupaba, incluso cuando no era Presidente, cada acción del Estado tenía como objetivo reproducir el poder del tirano.
La legislación y las políticas públicas estaban al servicio de la orientación de las inversiones privadas del tirano, por lo que decisiones tales como la prohibición de que las personas anduvieran descalzas o en contra del reciclado de sacos y botellas, tenían como fin garantizar la demanda a las empresas del dictador.
Trujillo, montado en el discurso de una intelectualidad, mercenarios unos, serviles otros, promovió una visión de la modernidad y civilización como sinónimo de lo urbano, condenando al atraso y el aislamiento los sectores campesinos.
Las distancias territoriales aumentadas por la falta de inversión pública y total ausencia de incentivos para estimular la dotación de servicios públicos y privados en las zonas rurales mantenían y mantienen a los hombres y mujeres del campo en condiciones de pobreza.
Otro legado de las crónicas históricas sobre la tiranía trujillista, es la idea de que en aquellos momentos había paz social, cuando en realidad, lo que había era una sociedad paralizada por el terror.
Pero sobre todo, la tiranía trujillista desvirtuó la relación de poder que debía darse entre Estado y ciudadanía, donde el soberano es el pueblo, y los funcionarios, servidores públicos.
Es hora de que se coloque la mirada en las consecuencias de la tiranía, no en su fastuosidad, la que le costó la vida a muchos hombres y mujeres y la esperanza a muchos más.