Llegó diciembre y los cubanos se preparan, de múltiples maneras, para despedir el año. Cada quien según su bolsillo y circunstancia. El ambiente festivo, sea en casa o fuera, aparece por estos días. Los amigos o parientes acuerdan reunir cierta cantidad de dinero entre todos y comprar unas cervezas y algún pedazo de carne de puerco para celebrar. O de carnero, o de pollo. Y ron también.

La fecha límite de recaudación, por lo general, no sobrepasa el 20 de diciembre. Después puede que desaparezcan determinados productos del mercado debido a la alta demanda y la insuficiente oferta. Prevenir es mejor que lamentar. Y la gente quiere sonreír de lo lindo y olvidar los problemas cotidianos. ¡Suban la música! ¡A bailar! Salsa. Merengue. Reguetón…

El dominó atrapa y embruja. En cada barrio se instalan dos o tres mesas y el juego empieza desde bien temprano y acaba por la madrugada. Así sucede durante las últimas dos semanas del mes y la emoción crece cuando va llegando el 31. Sentados codo con codo, comparten los cubanos de distintos estratos sociales. El profesor universitario tira el doble nueve y el bodeguero de la zona se pega, y ambos ganan la partida. Risas y abrazos, como debe ser.

Los vendedores, legales o clandestinos, experimentan ganancias sorprendentes. El pueblo invierte sus ahorros, sobre todo, en la compra de ropa y calzado, junto a los alimentos y la bebida, por supuesto. Los deseos de consumo se disparan en un país situado en la periferia de la estructura económica internacional, lo cual genera contradicciones y cierta frustración. Pero las personas se las ingenian y encuentran soluciones, o siguen igual y mueven el cuerpo. ¡Viva la vida!

Las tiendas en moneda fuerte se llenan completamente. Unos para ver y otros para llevar. Las rebajas no son comunes en esta época y solo se realizan en momentos específicos, acordados de antemano. Sin embargo, nada impide que los mostradores queden vacíos en cuestión de minutos. El acaparamiento y el miedo a la escasez motivan el abre y cierra constante de las carteras.

Y el consumo aumenta gracias a la visita de muchísimos cubanos residentes en el exterior. Cajas van y cajas vienen. Los autos rentados transitan repletos de productos y los tripulantes, cervezas en mano (excepto el que maneja), saludan con picardía a los conocidos de antaño. La familia del ilustre emigrado se pone las botas y el invitado, invita.

El cubano común sabe que diciembre estremece los monederos y sacude el alma. Sin plata, las cosas toman tintes oscuros y los proyectos se complican. Hay que mantener la calma y los ánimos quietos. La administración razonable del capital doméstico evita discusiones posteriores y malos ratos. Y el año ya se termina.

Aquellos que tienen parientes en otros países esperan regalos navideños o alguna «ayudita» solidaria para enfrentar cualquier evento imprevisto. De repente, alguien toca a la puerta y resulta un viejo amigo acompañado de su esposa y su prole. Los fogones se encienden y el «corre corre» comienza. Botellas de ron, entremés, golosinas para los niños, videos musicales… El que no reciba la famosa «ayudita» o carezca de una mínima fuente de ingresos en moneda dura, se viste de mago y agita la varita. ¡Abracadabra! Y los panes se transforman en peces (o pollos). La fiesta de los cubanos, contra viento y marea, siempre continúa.

La noche del 24, la conocida Nochebuena, sirve de motivo para que se reúna toda la familia, o parte de ella. El pueblo, con tantas ideas diversas en mente y tan uniforme en el estilo de vida, trata de que la ocasión pase por encima de la mesa. Una comida sencilla y traguitos de vino o ron. En el arbolito brillan los bombillos de la esperanza, mientras los villancicos anuncian un futuro mejor.

Es común que el cubano de a pie no haga regalos durante la Navidad, pues esa costumbre está diseñada para mundos extraños. Aquí, por el contrario, se priorizan las necesidades básicas y las urgencias del momento. Puro pragmatismo.

El 24 y 25, los miembros de las Iglesias cristianas (sean católicas o protestantes) realizan representaciones del nacimiento de Jesucristo y todos los fieles acuden a los templos en masa. Las predicaciones se extienden un poco más de lo habitual, pero los temas atraen y cautivan. Los asistentes se muestran complacidos y, al final, se desean mucha salud y prosperidad.

Los festejos del 31 se celebran con entusiasmo. Unos reciben el Año Nuevo en casa y en familia, en tanto otros acuden a centros recreativos o gastronómicos. Los abrazos y los besos entre conocidos crean un clima alegre y cordial. Es costumbre, en determinados lugares, tirar cubos de agua en las calles a las doce en punto de la noche. Dicen que así se espanta lo malo. Esperemos que en esta ocasión haya agua sobrante y entre lo bueno por fin. Falta que hace.