1.
Noticias. Todavía el miedo. De invasiones: por tierra, por mar, por aire. De aviones o virus.
Recuerdo una entrevista, ya casi clásica, de Paul Virilio, teórico astuto de la tecnología y de sus desencantos – entrevistado por Luisa Futoransky, en el suplemento Babelia.
En esa conversación, Virilio recordaba lo que Albert Camus decía: “el siglo VXII fue el de las matemáticas, el XVIII el de la Física, el siglo XIX el de la biología”. Y el siglo XX era el del miedo, “que sin ser una ciencia es fruto de una técnica y de esas ciencias que hoy tienen una capacidad para destruir el mundo.”
El Museo del Accidente que Virilio proponía mostraría, en parte, las “ciencias y técnicas de producción del miedo.”
2.
El miedo, ya lo sabemos, no está hecho artesanalmente, a medida del vecino: la producción ahora es industrial.
El año de 2021 vuelve aún más urgente y necesaria la inauguración de dos Museos del Accidente. Hay el miedo provocado por accidentes, y hay accidentes provocados por el miedo. Este segundo Museo está ya en rápida expansión.
3.
Curioso saber que no sólo los sastres hacían ropa a medida, también los zapateros hacían primero un molde del pie, con todos los detalles; como si todos los humanos fueran príncipes o princesas; Cenincientas y Cenicientos. De hecho, no hay dos pies iguales.
Hoy, por el contrario: tiendas de ropa y zapaterías, tres o cuatro tamaños y ya está – tronco, pies, brazos, cuello y piernas normalizados: las biomedidas universales posibilitan producciones a gran escala.
Imaginar, así, tiendas de miedo, tiendas que venden un miedo normalizado. E imaginar, por el contrario, un país en el que el miedo y los zapatos son individuales, hechos a medida.
Si tienes el mismo miedo, entonces quédate con mi nombre. Somos iguales.
4.
Se acerca el cambio de año, dice el calendario. E investigo la forma en la que el tiempo era, y es, nominado en diferentes locales. En Sudán, los Latuka, pueblo de agricultores, como recuerda Raymand Ledrut, tienen nombres que no remiten a números exactos de días, como los nuestros, sino a periodos más o menos nada exactos; y también para actos específicos. El acto es muy concreto, el tiempo no. Por ejemplo, el periodo correspondiente a nuestro octubre es conocido, por los Latuka, como “el sol”, ya que, más o menos en ese momento, el sol se presenta con su potencia máxima; nuestro febrero, o más o menos ese periodo, se designa sólo con un verbo, una especie de orden: “cavad” – porque es el tiempo de “preparar las plantaciones”. No se dice: ha empezado y acabado febrero; se dice: ha empezado y acabado el “cavad”. Nuestro periodo de julio se conoce con el nombre “hierba seca” y ese mes sólo se acaba, claro, cuando la hierba ya no está seca (y no en ningún día específico). Y así sucesivamente. La duración de un mes cambia cada año, a veces con muchas semanas de variación. El tiempo no depende de los humanos, sino de la naturaleza, he aquí la síntesis que todos entendemos.
La designación más exacta de un periodo de tiempo por los Lakuta es la que se da a este periodo (mes) al que llamamos, precisamente, con nuestro rudimentario pragmatismo: diciembre.
Diciembre, mes calidísimo en Sudán, para los Latuka se conoce por el nombre “dale agua a tu tío”, ya que, como explica Ledrut, en ese periodo el agua es rarísima y el acto más importante es, desde luego, llevarle agua al tío – aquel que no es el padre, no está allí en la misma casa, pero está cerca. Tío es un nombre, también aproximado, para vecino. Diciembre es, pues, el mes de “darle agua al tío”. Y sólo se acaba cuando el tío diga que ya no tiene sed. Corre el riesgo, pues, de no acabarse, este Diciembre.
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Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado no Jornal Expresso