El ministro de la Defensa de Inglaterra, Michael Fallon, tuvo que renunciar tras ser acusado de haberle tocado una rodilla a una periodista, hace 15 años. Este gesto se registra dentro de una serie de denuncias mundiales de acoso sexual, especie de epidemia que se ha destapado recientemente en Estados Unidos – donde el 50% de las senadoras dicen haber sufrido acoso de parte de sus colegas, y donde cada cierto tiempo, surge un acosador “honorable”, que pierde carrera y prestigio al ser denunciado. Esta vez, ha sido el productor cinematográfico Harvey Weinstein, quien acusado por decenas de mujeres de haberlas agredido, lo ha perdido casi todo – desatando denuncias y reacciones que arrastran a destacados actores acosadores como Kevin Spacey, a lo que se suman otras tantas celebridades del arte, deporte y negocios.
Presente en muchas sociedades, el acoso sexual se caracteriza, entre otras cosas, porque las víctimas suelen callar la agresión. El rechazo manifiesto a dicha conducta se expresa hoy con mayor fuerza y cada día surgen más mujeres que rompen el silencio en sociedades, como la estadounidense.
Estos hechos nos llevan a reflexionar sobre el respecto y los derechos de la mujer: cuando pensamos en el insondable mundo de la sexualidad local, con 70,864 denuncias de agresiones sexuales en 2016 y 84 feminicidios en lo que va del año, lo que puede ilustrar la capacidad de acoso sexual de nuestros hombres, acostumbrados a toquetear y manosear las mujeres, expresándose de manera descompuestas hacia las mismas, con un discurso desvalorizante presente en la lírica popular.
Aquí donde el acoso sexual es casi que un deporte, lejos estamos de que la “epidemia” de denuncias de acosadores allende los mares nos alcance, ya que la gran mayoría de los hombres locales se sienten en el legítimo derecho de acosar y perseguir de diversas maneras – en especial cuando gozan del poder político, que exacerba ciertas conductas que permite al acosador-funcionario emerger en una suerte de alquimia DonJuanesca que les genera una libido descontrolada, acompañada de una inesperada “seducción”, que lleva a pretender que todo lo que se le pone por delante puede ser sometido sexualmente…
Presente en muchas sociedades, el acoso sexual se caracteriza, entre otras cosas, porque las víctimas suelen callar la agresión
Es en la administración pública donde se registran los casos más ilustrativos, aunque pocos serán los que osen denunciarlos – como fueron las denuncias hacia Robert Justo Bobadilla, ex Fiscal adjunto de Samaná, que tras un largo proceso (14 reenvíos) fue juzgado y destituido el 31 de julio 2017, a raíz de que empleadas que trabajaron bajo sus órdenes y mujeres que acudieron a sus oficinas en busca de ayuda profesional, fueran agredidas sexualmente por el ex fiscal.
Nuestra realidad está plagada de anécdotas de políticos, legisladores y funcionarios de ‘complicada vida sexual’, siendo difícil encontrar una mujer que trabaje en la administración pública que no haya sido acosada por nuestros espectaculares Don Juanes de la administración pública, capaces de meterle el dedo en el escote a cualquier funcionaria, mientras exclaman “Qué sospechoso!”; o escuchar a un ministro anunciar en plena reunión de ejecutivos la participación de una Directora diciendo “Y ahora les dejo con la sexual Fulana” -por no hablar del osado gesto de un político de izquierda, delante de su esposa, en plena despedida del director de un prestigioso colegio, quien al saludar una dama recién llegada, le hizo cosquillitas en la palma de la mano, gesto que en el mundo de la vulgaridad más avezada traduce a “quiero raspar contigo”.
Las prácticas del acoso se registran en todas las administraciones, algunas con más descaro que en otras, siendo muchas las mujeres que han tenido que abandonar sus puestos de trabajo al rechazar el acoso, como parte del chantaje permanente, bajo la promesa de mejorar el salario y obtener posiciones.
Imaginemos por un momento, que nuestras mujeres acosadas empezaran a denunciar las agresiones que han estado sufriendo en sus trabajos, y que surgieran una secuencia de eventos, concatenados con la narrativa ,en los cuales las mujeres narren como fueron humilladas por un gesto, un piropo inoportuno o una agresión abierta, y que una ola de sanciones institucionales y sociales se genera… en fin, imaginemos que nuestras mujeres se empoderan y reclaman respecto únicamente.
Pensemos que todo esto que pasa silenciosamente, será un día asumido por las víctimas y saldrá a la luz, lo que nos ayudaría considerablemente a disminuir la violencia que se está ejerciendo hacia la mujer – que comienza con el simple gesto de pasarle la mano, lascivamente por el brazo o la rodilla, hasta convertirla en una víctima cuando esta no permite ni acepta los reclamos de los hombres depredadores.