Los carnavales en Cuba comienzan con la llegada de las pipas de cerveza. ¡A correr! Las personas se aglomeran delante de esos prehistóricos artefactos ¿refrigerados? y llenan pomos plásticos, jarros metálicos, cantimploras, o cuanto recipiente aparece por el camino. Existen pipas que meten miedo, pero sin cerveza a granel y barata no hay fiesta posible.

Durante los días previos al inicio de los festejos, las empresas estatales y los propietarios privados instalan pequeños kioscos para la venta de alimentos ligeros y bebidas alcohólicas en las calles principales. Allí, uno encuentra cualquier cosa, desde pizzas pegajosas como un chicle hasta tamales caseros de excelente factura. Y la gente toma y come con total libertad, a pesar de los inefectivos controles sanitarios y las continuas amenazas del cólera. Pero, el olvido momentáneo de las penurias cotidianas puede más que las enfermedades y maldiciones tropicales. La realidad, para muchos, pesa demasiado.

En estos tiempos de carnaval, los padres temen salir acompañados de sus hijos. Dos horas de paseo y, ¡zas!, desaparecen los ahorros de meses. Los niños, alegres e inocentes, piden todo lo que ven, mientras los progenitores se llevan las manos a la cabeza o a los bolsillos e invocan, desesperados, la ayuda de Dios. El sistema nervioso de los adultos queda severamente dañado cuando los infantes detectan el área de diversiones. ¡Madre mía! Y mamá o papá sacan bandera blanca. Cada vuelta en el tiovivo genera sentimientos encontrados en los mayores, quienes, ante tan costoso y conmovedor espectáculo, dejan escapar lágrimas de felicidad y desconsuelo.

Es usual, en determinados lugares, la realización de ferias agropecuarias. Apenas amanece, los campesinos o intermediarios exponen sus cosechas en largos mostradores. Los precios y la diversidad de productos varían según la época del año. Un aguacate fuera de temporada llega a sobrepasar los 15 pesos (75% del salario diario de un cubano común), en tanto las leyes del país se tapan los ojos para dejar vía libre a la sacrosanta y venerada «oferta y demanda». «Sálvese quien pueda», parece ser el lema de moda. Y no hable de carne o será excomulgado.

Las agrupaciones musicales, venidas de La Habana o del resto del país, empiezan las interpretaciones a media mañana. Primero se presentan las especializadas en música mexicana, tradicional o guajira, y las tonadas duran hasta bien entrada la tarde. Incluso, ocurren amistosas controversias entre los poetas y los asistentes ríen y aplauden. Las orquestas de música popular bailable o los reguetoneros hacen su entrada en el escenario cerca de la medianoche o en las primeras horas de la madrugada. El público salta, baila, vocifera, y canta los temas más conocidos. Las preocupaciones quedan guardadas en casa, al menos por el momento. «Pan y circo», dirían en la antigua Roma. Aquí solo se salvó el circo, porque el pan…

Otro punto curioso resulta el de los baños públicos. El arte moderno alcanza su mayor expresión en esos retretes ambulantes. La muchedumbre interactúa con la obra y la abandona, para luego regresar. El presupuesto gubernamental determina el tipo de estructura: cuatro estacas de madera, una en cada esquina, y sacos de yute. Cajones plásticos de dos metros de altura y uno de ancho. Casa metálicas con cuatro ruedas… La originalidad carece de límites.

En los grandes núcleos urbanos es frecuente que se realicen desfiles de carrozas y competencias de rumberos. Las luces multicolores y el movimiento sensual de las modelos crean un ambiente único, divertido. A su vez, en los poblados pequeños la atracción recae sobre la ropa que luce la gente. Trescientos sesenta y cinco días guardando peso tras peso en las alcancías para vestir a la altura de las circunstancias. ¡Y qué altura! La sociedad impone las reglas y el individuo las cumple.

Generalmente, los carnavales transcurren durante los días en que se conmemora la fecha de fundación de las ciudades o caseríos. Los católicos, después del correspondiente y burocrático permiso otorgado por las autoridades, efectúan procesiones en honor al Santo Patrono del pueblo. Las cruces y los cantos religiosos opacan la música electrónica difundida por los altoparlantes. ¡Viva la tradición! Entone un Ave María y levante los brazos. Aún estamos vivos y las pipas de cerveza están por llegar. ¡Salud! Y mueva los pies.