Hace dos años escribí que los problemas políticos se resuelven cuando el liderazgo, en el gobierno como en la oposición, asume la responsabilidad de encararlos cara a cara echando a un lado las diferencias. Es imposible pretender salvar situaciones complejas con tácticas elusivas o valiéndose de intermediarios para encontrar salidas satisfactorias a leyes que contribuyan a fortalecer las instituciones o despejar de obstáculos la búsqueda de salidas a temas fundamentales.
Tampoco conduce a nada amarrarse a la idea de ganar tiempo retirándose de pláticas negociadoras, porque esa táctica no deja frutos ni da margen de justificación si a la postre los esfuerzos no comportan avance alguno. Abandonar la mesa de negociación con comunicados llenos de lugares comunes cada vez que surge un inconveniente ganan todavía titulares en los medios, pero congela el crecimiento de quienes apelan a ese recurso estéril. La responsabilidad del liderazgo, en el gobierno como en la oposición, es asumir el diálogo directo, sin valerse de mediadores que perdieron la utilidad que una vez tuvieron, porque los temas bajo discusión son muy delicados como para enfrentarlos mediante mandados a terceros, como aun suele suceder.
Las diferencias entre los líderes nacionales no son mayores de los que dividen a España. Y si bien los españoles no alcanzan a ponerse de acuerdo en asuntos vitales, ninguno de sus dirigentes ha eludido el camino de la discusión directa y no son en aulas universitarias ni en iglesias donde resuelven o intentan alcanzar sus objetivos, sino en el Parlamento o en La Moncloa, el palacio del Ejecutivo, donde discuten directamente, mirándose a los ojos y con apretones de mano. A pesar de cuantos escollos se presenten ningún líder responsable abandona la búsqueda de soluciones, por más grandes que sean las diferencias.