El canal Acento, división televisual del periódico digital del mismo nombre, me ha invitado el miércoles 20 de marzo a unos diálogos con periodistas acerca de la crisis de la prensa en República Dominicana. Una puesta en escena interesante, oportuna, novedosa, sin precedentes en el país, pese a que debería ser rutina, al menos, en el Colegio Dominicano de Periodistas y en las escuelas de Comunicación, por su impacto en la matriculación universitaria, en el mercado laboral y en la democracia.

Desde que salí de Pedernales hacia la capital para estudiar en la UASD, a finales del 79, he visto el cierre de los periódicos El Sol, La Noticia, El Siglo, La Nación, El Expreso, Última Hora, El Financiero y Clave Digital, y las revistas Rumbo y Suceso; la conversión en tabloides de los tradicionales estándar El Caribe y Listín Diario, y la caída libre de los principales noticiarios radiofónicos: Radio Mil Informando, Noti-Tiempo y Noticiario Popular, y, ante el vacío, la implantación de una forma de hacer radio basada en la carencia de producción, la bulla y el amarillismo.

Mientras, la matrícula de la carrera de Comunicación en la academia estatal, ha disminuido de unos 6 mil en 2009, a menos de 2,000 en la actualidad, y la apatía sigue.

Es decir, estamos ante una crisis de largo aliento en la empresa periodística y en el periodismo, aunque sea hoy cuando brotan los miedos y atribuyan el inmenso mar de culpas a la popularización de la Internet y al ecosistema digital.

Y esa grave situación se construyó a la luz de una confianza extrema en el modelo de negocios y en la creencia de que tenían en cautiverio eterno a los públicos mediáticospese a que la realidad real siempre ha levantado las paletas de alerta.

La dependencia de la publicidad, sobre todo gubernamental; la influencia de empresarios y políticos; la apelación a la publicity, la posverdad y los fake news o bulos; el periodismo de fuentes oficiales (organizaciones formales estatales o privadas) y de notas de prensa; el abandono del subgénero explicativo o interpretativo y de la contextualización; la repetición de relatos conocidos 24 horas antes a través de la radio y la televisión; la falta de historias donde los lectores se vean representados, y la incomprensión del nuevo lenguaje de los medios digitales de cara a los prosumidores o lecto-autores, han puesto patas arriba a la empresa periodística de RD.

Cierto que variables externas también han influido. Resultan incosteables los insumos como el papel y tecnologías como las rotativas. Pero ello no ocurrió de la noche a la mañana. La tendencia sostenida de encarecimiento es vieja.

¿SOLUCIÓN A LA VISTA?

Sí. Pero se requiere una transformación que trascienda el cambio de formato y la simple migración hacia las plataformas digitales, para reducir personal y bajar costos de producción.

De nada servirían tales pasos si persiste la testarudez con un modelo de gestión vetusto y en una propuesta de contenido sosa, sin historias ni contexto, que nada atrae a los ciberlectores porque les sigue sabiendo a impresos.

Salvo algunos amagos de búsqueda de lectores, las décadas pasaron y la mayoría de los medios no ayudó a construir una cultura de lectura de periódicos y de escucha crítica en varias generaciones. Y aquí está cosecha.

Ahora se necesita comenzar a construir una  cultura de lectura de periódicos en los nativos digitales y un proceso de adaptación de los migrantes análogos, y se requiere asumir todas las posibilidades del ciberespacio. Pero sin perder de vista que periodismo no es tecnología ni es un formato pequeño, impuesto por la crisis, no por los lectores. Periodismo es actualidad, información veraz, “explicación del mundo al mundo” para fortalecer la convivencia democrática, con apego la ética, lejos de la corrupción.

Nunca es tarde para comenzar.