El temperamento, las ideas, y la impulsividad del Presidente de Estados Unidos preocupan a oriente y a occidente. Simple, de escasa formación académica, razonamientos mercantilistas, intolerante, y mentiroso, alimenta a diario especulaciones sobre su equilibrio psicológico. Basta echar una ojeada a la prensa internacional y veremos reflejada esa interrogante sobre la salud mental de ese magnate “encantado de haberse conocido”.
Decir que Donald Trump es un narcisista incorregible, irreflexivo, incoherente, y quizás desequilibrado, es algo que pueden hacer periodistas, analistas políticos, opositores, y los norteamericanos. Pero a quien no corresponde ese tipo de afirmaciones, mucho menos dictaminar un diagnóstico, es al psiquiatra.
Diagnosticar en psiquiátrica “no es un maní”. Quienes ejercen creyéndose poseer diagnósticos inequívocos corren el riesgo de convertirse en charlatanes. El proceso evaluativo se rige por normas, tiempo, y pruebas auxiliares. Para llevarlo a cabo es imprescindible estar sentado frente a la persona sujeto de la evaluación. El diagnostico “exprés” infringe la ética médica.
De ahí que la Asociación Psiquiátrica Americana, a través de la “Regla Goldwater”, 1973, declare fuera de toda ética opinar sobre figuras públicas sin un examen formal, y permiso para divulgar la evaluación (la historia de este reglamento la dejaré para otro día).
En Estados Unidos, 35 psiquiatras han diagnosticado al “Comandante en Jefe”, llamando la atención sobre su “inestabilidad emocional”. De inmediato, un renombrado investigador, dedicado al estudio del narcisismo, Allen Frances, profesor de Duke University, criticó las conclusiones del documento. Ha sido una gran equivocación, tanto de los primeros como del segundo.
Aparte de la suya, el psiquiatra aplica conocimientos provenientes de varias disciplinas científicas, cuyos avances en las últimas décadas han sido extraordinarios. Sin embargo, la psiquiatría dista mucho de ser una ciencia exacta. No puede ser de otra manera tratándose de dolencias del alma humana. El médico psiquiatra, si aspira a la eficiencia, tiene que estar consciente que ejerce entre imprecisiones y pronósticos reservados. Está obligado a vestirse con hábitos de humildad. Diagnosticar y pontificar a la ligera es arrogante y peligroso.
El Presidente Trump, inteligente empresario, celebridad mediática, y político triunfante, exhibe rasgos preocupantes – impulsivo, deslenguado, inculto, indiferente a realidades económicas y geopolíticas, y apasionado creyente en el capitalismo imperial – que lo han convertido en preocupación global.
Tomando en cuenta el hecho de que esos especialistas que publicaron sus conclusiones en el matutino neoyorkino nunca han tenido al billonario presidente en su consultorio, puedo decir que lo hicieron a la ligera, violando la “Regla Goldwater”. Concluyeron a través de terceros, escuchando de lejos, y observando comportamientos públicos, actuaciones, de ese experto en extravagancias que es el Jefe del imperio. Esos diagnósticos informales, especulativas y mediáticos, terminan siendo una réplica china: parecen auténticas pero no lo son.
Diagnosticar a Donald Trump, si alguna vez fuese necesario, tendría que ser el trabajo meticuloso y formal del psiquiatra de la Casa Blanca, o de uno escogido por el Congreso. Pero, al final, no creo que terminen llevándoselo amarrado. Podrá causar desastres o reivindicar “la grandeza americana”; y hasta terminar desquiciado, todo es posible, esto apenas comienza. Sin embargo, suceda lo que suceda, siempre estará convencido de ser “el más grande de la bolita del mundo”.