El primero de enero, 2018, se inicia un año nuevo. Tenemos por delante 365 para disfrutar de lo bueno y evitar lo malo. Seamos precavidos, reflexivos y diligentes.
El Año Nuevo de la fe y práctica litúrgica del cristianismo, es el primer día de la época de Adviento. Este es el período designado por los cristianos que se encuentra entre los cuatro domingos antes de Noche Buena, 24 de diciembre de cada año.
El Año Nuevo secular del la Civilización Occidental, es el primer día del mes de enero, que se viene observando desde que el Obispo de Roma (el Papa Gregorio el Grande, 590-604) estableció esta fecha en el calendario conocido como, 1|7|“Gregoriano”. El calendario gregoriano es actualmente utilizado de manera oficial en casi todo el mundo.
A pesar de las dos designaciones de inicio de un “nuevo año”; (Primer día de la estación de Adviento o el primero de enero), se debe apreciar, que en realidad, cada día es comienzo de un nuevo período del calendario. Por otra parte, sin duda alguna, todo lo que nace o se inicia en espacio y tiempo en este mundo: crece, desarrolla, envejece, y muere o cambia. Esta es una verdad que no se puede ignorar. Este proceso es inevitable; es la naturaleza fundamental en la existencia de este mundo donde habitamos.
El proceso de transformación, y evolución del nacimiento, desarrollo, envejecimiento y muerte, es interesante al ser enfocado y observado con minucioso análisis. Es fascinante lo que aparece en un momento determinado del devenir en la historia; pues, todas las épocas que se conocen de la existencia del mundo de la antropografía, de los períodos estudiados de la presencia humana, de la evolución social, las inspiraciones ideológicas, las manifestaciones religiosas, los predominios eclesiásticos, las conquistas y establecimiento de grupos y pueblos, las influencias políticas, los imperios estatales, son transitorios. Todas estas fases en el acontecer de la historia tienen su período de existencia, tal como dice Eclesiastés 3: 1, “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo, tiene su hora”.
El autor del Salmo 90:6, nos señala una realidad que se debe tomar en consideración para la reflexión, ya que esa sabiduría intuye que: el humano, “Por la mañana florece y crece; por la tarde es cortado y se seca”. De todos modos, el lapso de tiempo que se tiene de vida útil y consciente de la voluntad que se debe tener, es recomendable sustentar que el Año Nuevo 2018, sea tiempo de renovación integral en espíritu y verdad; y que nuestro comportamiento durante todo el este año y más allá, sea con el propósito de hacernos mejores, y que sea perdurable durante nuestra existencia mortal.
Dada la limitación de la vida humana, y el cumplimiento del deber, es aconsejable y digno que la bienhechora voluntad sea idónea para religiosos, políticos, comerciantes, industriales, profesionales de las atenciones médicas-síquicas-
Cada día se inicia un año nuevo y ante nosotros están los próximos días sin saber qué se espera que haya de acontecer; pues, nuestro tiempo es limitado, sin embargo, para Dios no hay tal cosa de tiempo predecible. Para Dios ayer es como hoy, hoy es como mañana, mañana es como todo el año 2018; es más, es como los siglos venideros, porque “mil años delante de los ojos de Dios, son como el día de ayer”. (Salmo 90.4). Dicho lo anterior, meditemos en lo siguiente:
El humano es transitorio; Dios es eterno.
El humano es mortal; Dios es inmortal.
El humano es peregrino; Dios es inmutable.
El humano es débil; Dios es omnipotente.
El humano peca; Dios es perfecto.
El humano cae para levantarse (a veces); Dios es inconmovible.
El humano es voluble; Dios ni sube ni baja.
El humano es un ser con grandes limitaciones; Dios es inconmensurable.
El humano tiene que reconocer sus limitaciones, pero debe tratar de vivir conforme a las virtudes de la fe, la esperanza, y el amor, ofreciendo atención y conmiseración “a tiempo y fuera de tiempo”.
Es loable y de lugar, reafirmar que Dios es: “Alfa y Omega, principio y fin”; para la Omnipotencia divina, no hay año viejo ni año nuevo; mas, “nuestros días fallecen, y acabamos como un suspiro”. (Salmo 90:9)