Inspirados en la conmovedora historia que nos dio Aquiles Julián, y luego de ponernos de acuerdo sobre la respuesta, quedamos a la espera.

Vivíamos los años dramáticos y trascendentales de comienzos de los 70, cuando todavía se sentía en el ambiente mundial los efectos de la “Ofensiva del año nuevo lunar, Tet”, una de las operaciones militares más audaces y efectivas llevada a cabo durante la guerra de Vietnam, y que fue ideada, dirigida y ejecutada por el genio militar más grande de la historia: el general Vo Nguyen Giap.

Hatuey Decamps

Y, finalmente, Roberto Marcallé dio por concluida la espera: el folleto estaba listo. Impecable. Hermoso. Perfecto.

El título era tan sencillo como prometedor: “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos, Juan Bosch”. Este ensayo habría servido mucho, en sus inicios, a Gabriel García Márquez, autor de “Cien años de Soledad” y Premio Nobel de Literatura.

–Magnífico, le dije. –Pero no lo podemos distribuir hasta que no tengamos el permiso de Juan Bosch.

Se suponía que no tendríamos problemas, pues ya habíamos hecho varios radio dramas, basados en obras suyas que era, y sigue siendo, mi autor dominicano favorito: “Todo un hombre”, “Luís Pie” y otros. Esas adaptaciones habían salido por el programa del MUC, “La Nueva Voz”, que transmitía Radio Comercial y que incluía entre los narradores a Onofre de la Rosa y a José Rafael Sosa y su esposa.

Pero, alguien insistió:

-El profesor es un poco complicado.

Como complicada era la situación de Salvador Allende para esos días, pues Richard Nixon había puesto a Henry Kissinger al frente de las operaciones de la CIA para derrocarle, con el apoyo total del papa Pablo VI, por medio de su mano derecha, el número dos del Vaticano, Giovanni Benelli.

Juan Bosch

Así que, fuimos adonde Hatuey De Camps, uno de los niños mimados de Bosch y que era el secretario general de la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED).

-Teórico, tenemos este folleto para ser distribuido entre la juventud revolucionaria amante de las letras. Pero queremos que el profesor Bosch nos dé su visto bueno.

Hatuey aceptó con entusiasmo el encargo.

Y varios días después nos volvimos a ver.

– ¿Qué te dijo?

–Le expliqué la cuestión pero no me respondió.

–De acuerdo, seguiremos esperando, pero insiste.

De la misma manera en que, en ese mismo momento, un grupo de estudiantes, en los pasillos de Ingeniería, veían cómo Salvador Uribe le insistía al Gordo Oviedo, en una de sus discusiones históricas, que el “guevarismo foquista” de Régís Debray conducía a la catástrofe, mientras El Gordo lo señalaba, diciendo:

–Los pacoredos son agentes de la CIA.

Y, al frente, en la explanada de Medicina, con sus banderas azules un grupo del FEFLAS gritaba a todo pulmón:

-¡Sentimos sonreír /Al camarada Amín!

El Che Guevara y Fidel Castro

Pasaron varios días y, al encontrarnos de nuevo con el secretario general de la FED:

–¿Qué hubo, Hatuey?

–Todavía nada.

– ¿Nada? ¿Le explicaste bien de qué se trata?

–Sí, se lo volví a decir, pero no me respondió nada.

Nada, como nada sabía la CIA de que en esos días, Fidel Castro, el más grande de América de todos los tiempos, pensaba en cómo lanzaría la “Operación Carlota”, con la cual enviaría a África a más de 52 mil hombres a defender la independencia de Angola, para lo cual lograrían derrotar, además,  a los ejércitos de Zaire y Sudáfrica favoreciendo, al mismo tiempo, la independencia de Namibia.

El profesor Bosch, pues,  no respondía nada.

Tendríamos que esperar.

Y, varios días después estábamos preparados. Y fuimos al Alma Mater a encontrarnos de nuevo, cara a cara, con el secretario general de la FED.

– ¿Todavía, Hatuey?

–No. No me ha respondido.

Roberto Marcallé Abreu

–Toma, le dije –entregándole un ejemplar del folleto–, llévale esto al profesor Juan Bosch. Desde hoy estará en las calles.

Y le di luz verde a Marcallé Abreu. 

Desde ese momento, “Los apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, del profesor Juan Bosch, comenzaron a circular por todo el país.

  Al otro día, estando en un pasillo de la academia “La Trinitaria”, se me acercó Cristina Durán, la secretaria.

–Jimmy, te llaman por teléfono.

Al contestar, una voz, que no pude identificar, me impactó:

–-Jimmy, ¿tú sabes quién soy yo?

–No… no me…

–Yo soy Juan Bosch. ¿Tú sabes que a mí me respetan en Cuba, en Puerto Rico, en Venezuela y en todas partes?…

–Hola, profesor, yo…

–… ¿Y tú no me respetas? ¿Por qué publicaste eso sin mi autorización?…

–Bueno, profesor yo traté de…

–…No tenías derecho a publicar eso sin mi permiso. Aquí no respetan a nadie…

Vietnamistas en medio de la guerra con Estados Unidos

Y siguió lanzándome fuego con sus armas pesadas.

No pude hablar. No me dejó explicarle nada. Me condenó al silencio.

Me sentí como si me hubieran disparado, a quemarropa, un misil, mientras yo sólo tenía una bombita molotov, como aquellas que llevamos al puente Duarte el 25 de abril de 1965, creyendo que se trataba de un simple contra golpe y no el inicio de la insurrección más grande que se haya producido en el país.

Pero, para cuando colgó, no vi correr la sangre.

Por el  contrario, sentí que no era yo quien había sido herido en aquella escaramuza.

Por eso, aunque seguí en silencio dejé escapar, de mis labios, una sonrisa al oír lo que sonaba desde una casa vecina y cuyo enlace puedo copiar aquí:

https://www.youtube.com/watch?v=a9xKOISC-2g

A algunos, todo esto puede parecerle exagerado. Pero no a mí. Por una razón sencilla:

Yo estaba allí.