Institucionalizado por las Naciones Unidas en 1975, el 7 de marzo ha sido consagrado como el Día Internacional de la Mujer.  Desde entonces a la fecha, el organismo internacional ha venido adoptando diversos acuerdos complementarios encaminados a tratar de rescatar la dignidad de las mujeres en sus diversas facetas,  todavía ignorada y violada  en infinidad de casos en muchas regiones del planeta,  mediante las más crueles e inhumanas prácticas inclusive bajo el amparo justificativo de fanatizados esquemas religiosos y torcidas tradiciones culturales, aún por países que ocupan un asiento en la Asamblea General del organismo. 

Como meta se ha establecido el año 2030 de fecha tope para lograr la “igualdad de género”, designación que persigue el justo objetivo de que  los derechos humanos, sociales y económicos de la mujer sean universalmente reconocidos,  respetados, protegidos y disfrutados a plenitud, en similares condiciones que los hombres.

En el caso específico de nuestro país, es justo reconocer que, sobre todo en las dos últimas décadas,  la mujer dominicana ha ido conquistando espacios cada vez más amplios de reconocimiento y respeto por virtud de sus propios méritos, sin que ello signifique que no queda todavía un buen trecho por recorrer para lograr ser asimilada y reconocida en igualdad de condiciones a su contrapartida masculina.

Es un movimiento que ha ido creciendo de año en año, en gran medida al influjo de grupos feministas que han ido dejando sentir sus reclamos a escala creciente, calando cada vez más ampliamente en la conciencia de las mujeres, motivándolas a romper con el asfixiante yugo  de la sumisión y el servilismo, y a transitar por caminos de superación.

Hoy es incontable la cantidad de mujeres que ocupan espacios de merecido reconocimiento en las más diversas actividades  y profesiones.  Médicos, odontólogas, ingenieras, sociólogas, educadoras, abogadas, magistradas, fiscales, empresarias, banqueras, ejecutivas, investigadoras, científicas, secretarias, deportistas, diplomáticas, productoras agrícolas, obreras, artesanas, artistas, funcionarias públicas, alcaldesas, regidoras, legisladoras, hasta en campos que por su naturaleza estaban tradicionalmente a los hombres como son las fuerzas armadas y el cuerpo policial donde varias han alcanzado los más elevados rangos por méritos propios.  Y por no ser menos, incursionan y ganan méritos en dos deportes tan rudos como el boxeo y la lucha octagonal.

Dos mujeres han desempeñado la vicepresidencia de la República, no precisamente como figuras decorativas y de relleno, sino imprimiéndole el dinamismo de su iniciativa y capacidad de trabajo:  la ex Milagros Ortíz Bosch, que desempeñó a la par que la Secretaría de Educación, y la actual Margarita Cedeño agotando su segundo período, a cargo de los programas sociales donde su trabajo ha ganado justo reconocimiento de organismos internacionales. Tanto la una como la otra disfrutan  de elevados niveles de reconocimiento público. Y no parece lejano el día en que una mujer sea escogida para regir los destinos de la nación.

Adicionalmente, vale destacar que al presente  la mayoría de las universidades registra en su matrícula estudiantil una mucho mayor cantidad de mujeres que hombres.  Es una clara evidencia de su afán de superación y el deseo de sacudirse de las tradicionales cadenas de dependencia masculina para transitar por el camino de la vida con sus propios pies y ganar justo reconocimiento a sus méritos.

Cierto que aun queda mucho trecho por recorrer. El concepto machista sigue predominando, sobre todo en el seno de más de la mitad de las familias dominicanas contagiada de violencia intrafamiliar impuesta por el hombre y en que el papel de la mujer queda sometido al de una servil obediencia, objeto de satisfacción sexual y sujeta a todo género de abusos, que en ocasiones llega al extremo aberrante del brutal feminicidio. Y todavía existen obvias manifestaciones de prejuicio y discrimen en el campo laboral donde a igual trabajo y similar, e inclusive mayor rendimiento por parte de la mujer, esta recibe un salario inferior al del hombre.

Pero posiblemente donde ese discrimen se manifiesta de forma más ostensible es  en el campo político.  No obstante existir una legislación que le reserva una cuota de participación en las candidaturas, esta es violada con frecuencia, en muchas ocasiones apelando al subterfugio de relegarla a los puestos de la boleta electoral donde existen menos posibilidades de ser elegidas.  En  el seno de los mismos  partidos, aun los que posan de mayor sentido progresista,  resulta mínima su presencia en las cúpulas dirigenciales,  e igualmente  en la composición del gobierno en la distribución de los ministerios y puestos claves.

De desear  que más que la tradicional reseña del simbolismo de la fecha, las felicitaciones mediáticas y los merecidos reconocimientos oficiales a damas distinguidas por sus merecimientos, la celebración  sirva de real aliento para que las mujeres continúen empoderándose cada vez más de su papel en la sociedad, de su espíritu de superación y el derecho a disfrutar del pleno reconocimiento de sus valores: en el orden personal como seres a las que ha sido concedido el sagrado privilegio de albergar y dar continuidad a la vida humana ejerciendo el hermoso papel de madre, y  en el campo social, laboral  y profesional  por su probada capacidad para desenvolverse en forma tan exitosa  como el hombre, y no pocos casos aún más.

Que así sea.