De Friedrich Nietzsche sabemos que murió a la deriva de la locura un 25 de agosto de 1900, en Weimar, Alemania. Del caballo de Turín no sabemos nada. Los animales están fuera de la historia.

“Caballo” (1994). Grabado de Sue Buck.

También sabemos que, un año antes de morir, el 3 de enero de 1889, mientras se encontraba en Piazza Carlo Alberto, en Turín, Italia, Nietzsche presenció cómo un comerciante azotaba a un caballo. Corrió hacia el animal y le gritó al hombre que dejara de golpearlo. Se lanzó entre la bestia y el látigo y abrazó el cuello del caballo. Luego, se desplomó llorando. Otra versión cuenta que, al abrazar al caballo, Nietzsche le dijo “Mutter, ich bin dumm” (Madre, soy un tonto). ¿O fue después, mientras yacía en un sofá poco antes de morir? Bela Tarr, en la película El caballo de Turín, cuenta la historia del caballo.

De Nietzsche diré, además, que al devenir caballo (convertirse) reconoce el sufrimiento del animal y al mismo tiempo su propia humanidad. El sufrimiento es lo que tienen en común el animal no humano y el animal humano. Los componentes léxicos de la palabra “sufrimiento” remiten al prefijo sub- (bajo), ferre (llevar), más el sufijo -mento (medio, modo). En ese momento, Nietzsche manifiesta su “modo” de llevar el dolor que permanecía oculto. El devenir animal (transformarse) sucede cuando un cuerpo considerado superior se convierte en un cuerpo tradicionalmente inferior, en este caso el humano y el animal.  Según Giles Deleuze el devenir se abre "a la experimentación de zonas comunes no sólo entre varios reinos de lo vivo… sino también entre seres vivos". Aquello que tienen en común disuelve la dicotomía superioridad/inferioridad y, entonces, el animal puede devenir un hermano, una madre, Dios. Digo yo. No sé si Deleuze estaría de acuerdo conmigo.

Del caballo afirmo que ha sido uno de los animales que han acompañado al hombre desde la antigüedad. Explotado en el trabajo, glorificado en la batalla, engalanado en las justas, ovacionado en las carreras, compañero siempre fiel o endiosado, el caballo ha estado junto al humano. Y, ¿si Dios no había muerto? ¿Habría asumido la forma de caballo para Nietzsche? ¿Qué forma tendría el Dios de los caballos? Probablemente la forma de un caballo más hermoso, más inteligente, omnisciente y omnipresente, creado a imagen y semejanza de los caballos: Equus. Acaso, Sidney Lumet tenga la respuesta en el filme del mismo nombre.

El caballo de Pablo Neruda

Del caballo de Neruda, en la oda “Caballo III”, sabemos que está “solo y amarrado/en un pobre potrero-de [su] patria”; es un caballo apaleado, derrengado y triste “con alma flaca de violín y corazón cansado”. Como el de Nietzsche, el caballo de Neruda también sufre: “Entonces [sus ojos] me miraron con la prueba/de un extenso, de un ancho sufrimiento/de un sufrimiento grave como el Asia”.

En la oda de Neruda, el yo poético toma las riendas y se dirige hacia el símil animal-no-humano/animal-humano; caballo y hombre padecen la misma explotación y sufrimiento. Veamos algunos versos:

“[caballo]…que aguantó peso, lluvia y golpe

hambre y remota soledad y frío

y que no sabe, no, para qué vive,

pero anda y anda y trae carga y lleva,

como nosotros, apaleados hombres…

caminemos

juntos en este espacio duro

y aunque no sepas ni sabrás que sirva

mi razón para amarte, pobre hermano…

Lawrence Wilde refiere la manera en que "Marx se lanza a una descripción indignada de la forma en que la satisfacción de las necesidades que compartimos con otros animales se niega con frecuencia a los trabajadores en el capitalismo. La morada en la luz, reconocida por Prometeo como una de las mayores bendiciones para la humanidad, ya no está disponible para el trabajador; 'la luz, el aire, una dieta variada, la libertad de vagar y la compañía, etc. -la más simple limpieza animal- deja de ser una necesidad para el hombre'". Marx, Nietzsche y Neruda reconocen que tanto el animal como el humano son seres sufrientes. El hambre, la sed, el cansancio, el dolor físico y el sufrimiento son inherentes al animal humano y no humano.

 El sufrimiento

Si el devenir caballo de Nietzsche es devenir madre, el devenir caballo de Neruda es devenir hermano. Y en Marx, devenir obrero. Parafraseando el título del curso de Jacques Lacan, el sufrimiento va de “un otro al otro”, del filósofo y el poeta al caballo. El sufrimiento de Nietzsche encuentra un alivio en la frase “Mutter, ich bin dumm” al abrazar al caballo. Y en Neruda, el sufrimiento hace catarsis en los versos de las tres odas dedicadas al caballo-hermano. El animal es un síntoma del humano.

Pero, del sufrimiento, ¿qué sabemos? Sabemos que fue Cristo el que más sufrió. No casualmente, Nietzsche firmó sus cartas de la locura con el seudónimo “El Crucificado”. Si para Goce Braunstein, el sufrimiento se transforma en una pregunta hecha al Otro, Nietzsche y Neruda interrogan al caballo, pero éste no tiene respuesta, sólo dolor en la mirada. En Lacan “el sujeto siempre estará incompleto, será un sujeto en falta, allí radica en general el sufrimiento, pues siempre estará buscando la manera de completar esa falta, lo cual estructuralmente es imposible” (Magda Gómez et al). Al borde de la locura o el poema, Nietzsche y Neruda intentan restituir con palabras “eso” que falta.

Del caballo de Neruda no se ha sabido nada más; el sufrimiento continúa.