Con el presente título, así de sopetón se me recrea el estribillo o pie cruzado de un coro, de una animación musical en el mundo farandulero, que reza; " dígaselo a Dios, dígaselo a Cristo… Yo soy merenguero desde chiquitico". Y con ello se enuncia que ese ritmo lo llevamos en la sangre desde la cuna. Y por igual, al referirnos a la deuda externa, como símil, la llevamos también a cuesta desde la pisada de Colon a quisqueya. Esa soga a rastro, los dominicanos la llevamos desde la cuna desde que nacemos como carga personal e individual, y la cual nos toca pagar con grandes sacrificios dicho festín, o por su nombre propio, deuda eterna acumulada. Su día cero nació desde que Colón le vendió a los Reyes de España la aventura de la conquista de América, cuestión que según el curso de la historia, la hipoteca del país está comprometida desde antes de la independencia nacional. O mejor dicho desde que éramos quisqueya o el espacio conformado por los cuatro Cacicazgos de nuestra raza indígena.
El jueguito tuvo como comienzo el hecho de haber sido asumido por las huestes españolas que nos marca la génesis del estado de dependencia económica que paulatinamente se ha ido desarrollando, hasta el punto que le ha cargado a cada individuo dominicano el yugo de una deuda que hemos tenido que pagar a costa de sangre, sudor y sacrificio. En otras palabras, ese episodio ha sido la génesis que ha creado el patrón para que naciera la herencia de que los gobiernos de turnos, que se han instalados en el solio presidencial, desde el 1844, quienes además de ponernos a tributarles, nos hipotequen cada día más con una deuda eterna impagable y que minuto a minuto, nos hace más dependientes y esclavos de los capitales voraces del capitalismo, del Fondo Monetario Internacional y otros organismos que nos prestan ayudas humanitarias a cargo de grandes intereses, quienes además, más luego, nos pasan facturas de cautivos o subordinados ideológicos.
A nuestro juicio, el día cero queda marcado con el primer empréstito encubierto que los Reyes de España le dieron a Colon como financiamiento de su aventura, ya que sin ser dueños legítimos de estas tierras, -sino invasores-, sólo amparado en su categoría de imperio poderoso, hipotecan lo ajeno a Colón y su pandilla, -o sea a quisqueya-, para que este viniera a saquear toda la riqueza-tangible e intangible-de nuestros aborígenes. Lo que sin lugar a dudas, constituyó la aventura con la cual se inició el negocio de arrasar nuestra tierra, y cargarle a cada ser viviente de la zona, una deuda que habría que pagar hasta la eternidad bajo la categoría de esclavitud silente.
Ese empréstito que sería el primero de una cadena infinita de la hipoteca dominicana, llevó por destino el financiamiento de todos los insumos y ajuares de los viajes de Colón y en especial, la adquisición de las tres carabelas de la aventura; la niña, la pinta y la santa maría, pero además, le garantizaba al Almirante la promesa del pago por su aventura, -a crédito-, el 10% de toda la riqueza del saqueo de Quisqueya. Pero así también, como si fuera poco, le agregaron la promesa de la jerarquización y limpieza de las imágenes un grupo de personeros de baja estirpe o parias sociales que formarían las tripulaciones. Es decir, bajo la promesa de que su estatus social de baja categoría social o de bajas calañas, serian categorizadas como representantes de la corona en calidad de dones y virreyes de las tierras conquistadas. Y tanto era este deslumbramiento y afán de estatus y riqueza, que Cristóbal Colon obligó, que para firmar las capitulaciones de Santa Fe, antes que todo se le debería dar el rango o estatus de Don y que de lo contrario no zarpaba hacia su conquista soñada, cuestión por lo que los Reyes le fiaron a cambio de sacárselo de las costillas a cada ser vivo que encontraran en esos espacios, aunque para ellos, fuera necesario quemarlos vivos.
Y así fue. Cada indio, cada árbol, cada río o arroyuelo quedó hipotecado a la corona y los indígenas, todos, esclavizados y peor aún exterminados como modo de pagarle el préstamo o avance que la corona le hizo a Colon para traer la falsa cruz de la redención siendo no más, que un saqueo encubierto por la falaz imagen de que era la voluntad de Dios, todo lo cual, desde ese fatídico 12 octubre de 1492, a cada dominicano se le marca el estigma de que con el exterminio de su raza primigenia , cada uno nacido y pendiente de nacer, quedó como deudor desde chiquitico, de la primera gran deuda que Quisqueya tuvo que pagar con sangre, sudor y fuego. A partir de ahí llegan los gritos de esperanza. Sonoros altoparlantes de bocinas demagogias, nos sembraron la idea de los sueños prometidos. Y llegan los primeros soplos de eslóganes de salvación y patriotismo. Y bajo ese escudo se montan en el poder la llamada clase conservadora, que a horca y cuchillo, desde 1844 compromete a cada dominicano a heredar un atroz endeudamiento. Ya al día de hoy, cada persona está comprometida con esa deuda eterna con más de 400 millones -monto mal sumado-, que cada cual arrastra como deudor personal derivados de todos los empréstitos que de manera alegre y festinada han tomado los gobiernos, y lo peor, con todo y todo, la calidad de vida de cada uno es de alta falencia en la mayoría de servicios básicos que se supone deberían ser el destino final del galopante endeudamiento a lo que no pueden escapar los gobiernos del llamado ciclo de la democracia dominicana o sea del 1978 hasta la actualidad.