Los vientos se detienen en la frontera dominico-haitiana a finales del mes de septiembre. Los fantasmas de muertos que buscan sus tumbas, los gritos desoladores de mujeres violadas y el hilito de sangre que se dibuja a través de la carretera internacional salen a recordarnos que el odio que provocó la muerte de miles de haitianos en 1937 aún vive.
El siglo XX fue un siglo sangriento en donde el exterminio sistemático y deliberado de grupos étnicos estuvo a la orden del dia. El siglo se inicia con el aniquilamiento de cerca de dos millones de armenios por los otomanos o turcos. El Shoé también conocido como el holocausto extermina más de 6 millones de judíos en Alemania y en otras partes de europa. El lavado étnico en Srebrenica, el legado Belga en Ruanda en donde Hutus masacraron a Tutsis nos llevan casi a final del siglo a la atrocidad genocida. En nuestro continente 200,000 Mayas sucumben ante la mirada siniestra de Ríos Montt.
Ante estos genocidios de millones de personas pareciera que los miles de haitianos asesinados por el sátrapa son insignificantes. Pero no lo es, mucho o poco es una violación a los derechos humanos. Y más aún la base ideológica del Shoé de Turquía, Alemania, Bosnia, Ruanda, o Guatemala es la misma que la del genocidio de 1937 en la República Dominicana, una base ideológica que hoy está viva y amenazante.
La base ideológica del genocidio es el odio que se transmite a la población a través de procesos de socialización y recia vigilancia. La deshumanización del aparente oponente se hace evidente cuando se consideran parásitos, menos que humanos, enemigos de la nación y ante estos parásitos “nosotros somos superiores”. Lamentablemente esta deshumanización versus superioridad racial se convierte en un paradigma ideológico, la visión del mundo, de la nación se ve a través del lente deshumanizador y lo que es un invento macabro se convierte en verdad. Por ejemplo, en la ideología sátrapa dominicana se entiende que el dominicano es lo que no es el haitiano.
Y Rafael Leonidas Trujillo Molina aprendió de los que más saben de superioridad racial: los alemanes. En mi libro “Dominican Racial Imaginary/El imaginario racial dominicano” extiendo la posición de Bernardo Vega cuando afirma en su libro “Haití y Trujillo” que durante los primeros años de la dictadura el sátrapa se acercó a la falange española y la ideología Nazi, la falange creó una rama en la República Dominicana, se estableció el Instituto Científico Dominico-Alemán, Fabio Mota escribió el libro “Nuevas ideas acerca del trabajo trujillista de reconstrucción: Nacionalismo y Dominicanidad”, y se crea un ejército de estudiantes como Hitler hizo con los “Brown Shirts/Camisas Marrones en Alemania. La amistad entre el sátrapa dominicano y Hitler se ejemplifica en el regalo del Nazi de su libro Mein Kampf. En el Panteón Nacional de la Ciudad Colonial se exhibe una ventana de metal con la swastika, cuando le pregunté al guía del panteón me dijo irónicamente que esa era una flor de la India que se parece a la swastika.
El libro de Joaquín Balaguer “La Isla al revés” es otro ejemplo de esta ideología deshumanizadora en el cual cataloga a los haitianos como una amenaza a la salud, la pulcritud y los valores hispánicos que definen a la nación dominicana. El otro autor llamado Arturo Peña Batlle tiene la cachaza de decir que Haití es un pueblo sin historia ni cultura.
Hoy a los 81 años de la masacre haitiana, muchos dominicanos se adhieren a la ideología deshumanizante del sátrapa, creen en invasiones, en el peligro de la nación ante la supuesta unificación de la isla, la naturaleza parasitaria de los haitianos, en satanismos y otras no menos creíbles caracterizaciones que nos hunden en el odio.
Gracias a los dominicanos inmunes al odio y a la comunidad internacional este odio no va más allá de las histerias de algunos individuos, pero hay que mantenerse vigilantes ante el genocidio social que atenta en contra de la ciudadanía como derecho humano y condena a la pobreza y falta de educación de miles de niños dominico-haitianos.
Los fantasmas que detienen el viento de finales de septiembre recorren el territorio dominicano, el hilito de sangre de las mujeres, hombre y niños haitianos muertos a machetazos corre más allá de la carretera internacional y la pobreza y el tráfico humano está sobre cada uno de nosotros, en nuestras vidas presentes y futuras. Detengamos el odio para que nuevas generaciones no carguen con los muertos.